El caparazón sobre el que se
cubre la intensidad poética de Ricardo Lezón a la hora de componer las
virtuosas y líricas letras de sus canciones ayer se hizo, verbo, perdón, carne,
en la escasa, por nula, interacción del cantante con el público que anoche
llenó la Sala Ocho y Medio de Madrid. Parapetado sobre su guitarra fue
desgranando una a una esa lista de grandes hits que posee el grupo vasco, en
una hermosa y magnífica secuencia sonora y lírica que hizo disfrutar, a la vez
que emocionar, a los allí presentes. Ese silencio que, tantas veces se pidió
cada vez que Ricardo cogía la guitarra española hasta que encontraba ese
punto de intimidad necesario para iniciar los acordes de sus temas, restaron
sin duda ritmo al concierto que, quizá, así hubiese resultado más dinámico,
aunque quizá, esa no sea la receta que McEnroe necesita para regocijarse en
las melodías de sus canciones, y en este sentido, a buen seguro, todo lo visto
ayer sea el formato más plácido y cercano de un grupo que llega como pocos a
las entrañas de sus numerosos seguidores. Canciones cantadas a coro,
estribillos repetidos alrededor de donde uno se encontraba que mostraban esa necesidad
última de compartir sentimientos a través de las palabras que se marcan dentro
de nuestras entrañas, y así, hasta donde uno quiera llegar, pues el amor y sus
consecuencias, tal y como nos los muestran McEnroe arrasan, y no solo entre las
mujeres como ayer pudimos comprobar en vivo y en directo.
Como no podía ser de otra forma,
el repertorio que nos ofrecieron McEnroe estuvo sustentado en los
temas que conforman su último larga duración, titulado Rugen las flores, la gran
canción del grupo y santo y seña de este gran trabajo, pero que a pesar de que
hace varios meses que ya se editó, muchos de sus fans todavía no han interiorizado
como el resto de sus discos. Estas nuevas canciones fueron acompañadas o
alternadas por los grandes hits que ya poseen, y así, canciones como Valiente, Las mareas o El Alce,
levantaron el ánimo del público asistente. El setlist del concierto comenzó con un premonitorio Cae la noche, perfecta canción que abre
el último álbum y que McEnroe quiso ejecutar en directo de
la forma más fiel posible al disco. Perfecta carta de presentación para Valiente, donde los sonidos más
anglosajones que reproduce el grupo se deslizan por las sinuosas letras de Lezón,
para de esa forma, arrebatar las emociones más escondidas en los corazones de
los asistentes. Esa búsqueda de sonidos más trepidantes nos llevó hasta Coney Island, pero antes, Ricardo
Lezón se atrevió con un: «es un placer estar aquí delante de tanta
gente», para dar paso a rictus cargados de sonidos cercanos al country, en una
versión ampliamente cantada por sus seguidores, y que ayer, ejecutaron algo más
lenta que en el disco, lo que no fue óbice para que le siguieran acompañando los
ecos majestuosos de la guitarra de un Chris Isaak olvidado por el paso del
tiempo, pero ayer, omnipresente en las cuerdas de las guitarras de McEnroe,
lo que nos llevó a la primera demostración de su gran capacidad como creadores
de grandiosas melodías, y Coney Island,
es un claro ejemplo de ello. Las mareas
continuó en ese devenir, casi místico de unión entre grupo y público, pues
todos cantaron el estribillo de esta canción: «el agua comenzó a caer/ y no paró,
y no paró». Aquí, el grupo vasco se mostró desarropado y desnudo avanzando en
la sinuosidad emocional de unas melodías que se adueñan del subconsciente de
sus seguidores, y lo hacen, hasta dejarles sin aliento.
Con El puente, la Sala Ocho y Medio se llenó de
atmósferas envolventes y de notas que nos trasladan hasta unas montañas desde
las que divisamos la soledad. «Cruzas el puente, cruzas el puente», y todo se
convierte en una fiesta de ilusiones bajo las lunas crecientes en las que somos
víctimas del amor. Hay un término medio, una candencia rítmica que no acaba de
romper en forma de melancólica secuencia que, sin embargo, atrapa el universo
de los sentidos de aquellos que se acercan al edén musical del grupo vasco. «Yo
no voy a ser quien te haga ver que esto no es una guerra», nos recuerdan en
Tormentas, un tema donde la banda alcanza las mejores resonancias de pop
atribulado en la nebulosa de los sueños que arremeten contra nosotros y nuestra
realidad. Mezcla de intensidad poética y herrumbre amorosa que se difuminan en
las cuerdas de unas guitarras que quieren más hasta casi apoderarse de la canción.
En la senda de los hits propuesta por McEnroe, ahora nos toca parar en El Alce, donde de nuevo, los ecos
sureños a ritmo de cowboys a la grupa de su particular caballo musical se
apoderan del escenario. Lenta, suave, entre el silencio, casi sepulcral, que
rodea al grupo. Hay un ensimismamiento, casi místico, en Ricardo Lezón, que se aísla
de todo y de todos, excepto del micrófono y de las cuerdas de su guitarra. A
esta le sigue una no menos intensa La electricidad:
«acuérdate de mí/ cuando pises algún charco,/ cuando escuches a algún pájaro
cantar», lo que nos incita a rebuscar, en nuestros bolsillos, esa desesperación
de la última oportunidad a la que nos invita McEnroe desde el armario
de nuestro desamparo. Solos, olvidados y colgados de la percha de la nostalgia,
asistimos a este arrebato de soledad, lo que no es óbice para que sea muy
aplaudida por los asistentes. «No van a volver/ pero no se van/ las tardes en
que todo parecía tener un final». En Cuando
suene this nigths, McEnroe se muestran más aguerridos tras sus guitarras, y
la formación destella con guiños y ritmos más eléctricos, que componen bajo el
signo de las grandes melodías, lo que les permite llegar a ser arrebatadores.
Con La cara noroeste los presentes
rompen el silencio con palmas al aire y cantando la canción, bien aprendida y sentida,
pues lo hacen a pleno pulmón. Un himno en toda regla. El inicio de Caballos y palmeras nos hace regresar a
esos ritmos más altos, que se reinterpretan en ensimismamiento, templanza y
silencio en Como las ballenas:
«lentamente, cómo las hojas/ esperan a Noviembre, para caer»; una versión bien
retratada con respecto a la presente en el disco, y donde la melodía crece y
crece en intensidad y ritmo, lo que la justifica como otra de la grandes canciones
del grupo. Con esta canción comenzamos hace mucho tiempo: «ya sabes que nada me
sale bien/ …yo pensando en ti»; unas palabras a las que siguieron unos riffs de
guitarra envolventes, que nos devuelven a las verdes praderas del oeste
americano. Aquí asistimos a un espléndido repertorio de sonidos que buscan el
epicismo, los corazones perdidos y los territorios inhóspitos y sin explorar
que acaban con un recital guitarrero que siempre suena muy bien y afianza el
espectro sonoro del grupo. Rugen las
flores, santo u seña del grupo, es la canción elegida para acabar, lo que
no es de extrañar, pues es el tema esperado por todos. Gracias por venir nos
dicen McEnroe, lo que se convierte en un perfecto broche al concierto,
con una versión muy apoyada en las guitarras que, de nuevo, ascienden en sonido,
volumen e intensidad, hasta que el público se arranca y canta con Ricardo
en una nueva muestra de otra de las grandes melodías del grupo.
El concierto acabó con la participación,
en el primer tema del bis, de Miren Iza, compañera de aventuras
musicales del grupo, a la que siguió El
vendaval, para poner punto y final al concierto. Y todo ello, al servicio
de los sentidos con los que acabar sobreponiéndonos a las fronteras del éxtasis.
Ángel Silvelo Gabriel.
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