La soledad admite luz y oscuridad
en todas sus manifestaciones. Uno puede estar solo en éxito y el fracaso, el
amor y la muerte, la alegría y la tristeza. La soledad admite de múltiples
matices, aunque es cierto que su máxima expresión pueda ser la del silencio. No
en vano, Eloy Tizón, autor de los relatos que se conjugan en Técnicas
de iluminación nos recuerda lo siguiente: "En el silencio nos
quedamos al desnudo. Tenemos que hablar con nosotros porque no hay
distracciones. Tienes que quitar todo lo que te estorba y suena en el
mundo para escuchar tus propios sonidos. Un mundo donde te puedes
enfrentar a la muerte". Y a eso se dedica el autor en los diez cuentos que
conforman esta recopilación que, al menos, ya va por su quinta edición, lo que
nos habla de su notable aceptación por parte de los lectores. Al leer cada uno
de las historias de estas Técnicas de iluminación, a uno le
queda claro el gran dominio estilístico que posee Eloy Tizón a la hora de
plantearnos cada una de ellas, y no solo eso, sino también la destreza de su
estructura narrativa y de su lenguaje a la hora de alimentar esa anécdota, ese
detalle, que le sirve de excusa al autor para hablarnos de las múltiples
expresiones de soledad en el planeta mundo. Bien es cierto que no siempre se lo
pone fácil al lector, pues su destreza en el estilo, en ocasiones, le lleva a
una estructura en exceso abstracta o difícil de desentrañar (véanse los dos
primeros relatos de la recopilación: Fotosíntesis
y Merecía ser domingo, o incluso el tercero:
Ciudad dormitorio). Sin embargo,
cuando Tizón se remanga la camisa y pone todo su potencial como
narrador a desentrañar el alma humana de una forma más lineal, lo hace con la
maestría de aquellos que saben retratar esa parte del ser humano, el alma, que
no se puede tocar. El relato que cierra este libro, Nautilus, es una buena muestra de ello, pues igual que una bofetada
de agua fría que nos despertara de un profundo sueño en mitad de la noche, nos
sacude todas y cada una de las certezas que pudiéramos tener en nuestras
plácidas y ordenadas vidas. Un gran ejercicio de estilo que combina con la
profundidad de lo esencial. Esa esencialidad nihilista o soledad progresiva
hacia el abismo, se retrata muy acertadamente también en La calidad del aire, donde el protagonista del relato quiere
deshacerse de todo lo que rodea para empezar de nuevo.
No obstante, en Técnicas
de iluminación también hay un acercamiento a la cotidianeidad en forma
de ironía o sarcasmo, como por ejemplo en Los
horarios cambiados, donde la descripción de cómo se hace una maleta no
tiene desperdicio, o donde la visión del otro en la pareja es memorable. Esa
forma de verse reflejado en el contrario nos demuestra el gran manejo de las
sensibilidades ajenas del narrador y su gran capacidad como observador. Del
mismo modo, Tizón nos retrata con singular maestría esa pérdida de la
inocencia en Alrededor de la boda,
donde la excusa de un enlace accidental nos pone de manifiesto esa melancolía que
poseemos cuando nos ha abandonado la juventud, de esas noches interminables que
devienen en amaneceres esclarecedores, en los que nos damos cuenta de que ya no
somos los mismos. Auto explicaciones que se transforman en auto argumentos o
auto convencimientos en Manchas solares,
un relato en el que la soledad de aquellos que son abandonados adquieren los
matices de la auto compasión y que, en manos de Tizón, hasta nos resultan
auto convincentes. Pero si hay un ejercicio de estilo mayúsculo en esta
recopilación, este se produce en El cielo
en casa, un relato que bien podría ser una nouvelle en toda regla, y en el que el autor nos retrata a una
mujer que se conforma con la vida que le ha tocado en suerte, y no por ello se
siente desgraciada, en contraposición a su protectora y amante que no está de
acuerdo con nada. Aquí, de nuevo, el juego de los espejos se impone en la
técnica narrativa de un autor que recientemente expresaba en la columna que
tiene en El Cultural que: «igual que ha ocurrido con la poesía o la música
avanzada, ahora vivimos el tiempo del postcuento. Un saco, en el que aparecer,
cabe todo, más allá de la obsoleta estructura del cuento clásico que, por
definición y desacoplamiento al paso del tiempo, ya no tiene sentido. Quizá,
porque como nos dice Tizón: «Ya no hay cuentos, sino
desviaciones de cuentos». Y en eso andamos, pero mientras tanto, aún remamos en
las clásicas expresiones de soledad en el planeta mundo.
Ángel Silvelo Gabriel.
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