Mucho se habla últimamente de los talleres de escritura que tanto han proliferado (existen en todos los barrios) bajo denominaciones diferentes. Y se cuestiona si sirven para enseñar a escribir, si habría que convertir la materia que imparten en título universitario. ¿Vale la pena pagarle a un experto para aprender a escribir? El escritor Hanif Kureishi, autor de “El buda de los suburbios” declaró el año pasado en el festival literario en Bath (Reino Unido) que pagar dinero para aprender a escribir era un absurdo y que para eso sólo hacía falta leer buena literatura.
Antes de nada, vamos a conocer su origen. Fue nada menos que en 1936 cuando se fraguó todo en el Iowa Writers Workshop. Aquí se encuentran las bases de las escuelas de escritura creativa o talleres literarios que se conocen hoy en día. De ahí que, en Estados Unidos la enseñanza literaria hace ya tiempo que se ubica dentro del marco universitario. A América Latina (Chile y Argentina, en concreto) llegó en los años 70 y escritores como el chileno José Donoso, se encargaron de que aterrizara en Barcelona: primer destino en la península una década después.
En España, la carrera de Filología está básicamente enfocada en una única meta: la enseñanza. Ello explicaría en parte la gran oferta de talleres literarios que existe hoy en todo el país. Pero es que además la gente tiene necesidad de plasmar en un papel su inconfundible forma de escribir; su particular visión y entendimiento del mundo y, también, de compartir esa experiencia con personas que poseen sus mismas inquietudes. Ésta es la única razón de su éxito.
Si ponemos el punto de mira en la relación de los autores consagrados con los talleres de escritura, veremos que varios fueron los que se convirtieron en escritores tras decidir, un buen día, apuntarse a un taller porque querían escribir ficción. Entre ellos, Phillip Roth, Kurt Vonnegut, John Cheever, Raymond Carver, Flannery O’Connor… No hace falta indicar que muchos de estos nombres han sido y son una referencia para generaciones posteriores.
Veamos el dictamen de dos escritores consagrados de nuestro panorama literario. En opinión de Julio Llamazares, «la mejor escuela de aprendizaje es la lectura; yo aprendí leyendo y equivocándome; suelo ser escéptico con el asunto de enseñar a escribir, yo al menos no sabría cómo hacerlo, aunque posiblemente haya unas claves desde el punto de vista técnico que sí se puedan compartir». Lorenzo Silva considera que «ser escritor es una vocación personal y una aventura solitaria, lo cual no quiere decir que ir a un taller literario sea perder el tiempo porque si vas a un lugar donde la gente comparte el proceso creativo, algunas pistas podrán ser útiles».
Si tenemos en cuenta que hay muchos escritores, y no sólo españoles, que dedican su tiempo a estas escuelas literarias, ¿por qué lo hacen si se discute su valía? ¿Ofrecen su nombre para dar prestigio a las mismas? ¿Únicamente lo hacen por dinero? ¿No creen en ellas? Entonces, sí hablaríamos de fraude.
En otros ámbitos de la cultura (la pintura, la escultura, la música…) nadie cuestiona que su enseñanza es imprescindible. A lo largo de la historia, ha habido artistas que no han necesitado que les enseñe nadie nada. En la escritura la situación es la misma. Muchos escritores a la hora de escribir una novela no han tenido en cuenta las técnicas referidas al punto de vista, a la estructura… y el resultado ha sido inmejorable. Pero para las personas que no saben cómo empezar a escribir, ni qué escribir, estos talleres se presentan como el mejor lugar para poder arrinconar esas dudas iniciales y obtener ese empujón que les llene de confianza.
Para terminar vamos a mencionar a dos escritores que están muy vinculados a este entorno:
Rafael González, filólogo y profesor de un taller de escritura creativa, acuñó la siguiente fórmula matemática: Literatura = Talento + Técnica literaria. Esta sería la fórmula infalible que, sin ninguna duda, produciría obras maestras.
Ángel Zapata, profesor de la Escuela de Escritores, afirma: “Intento que el taller de escritura sea un espacio transformacional, es decir, un lugar de producción y elaboración del deseo, de recuperación de la vida sensible, y de reapropiación de la dimensión poética de la experiencia.” ¿Puede ser ésta la razón de que muchos alumnos hayan logrado escribir, publicar, ganar certámenes y, además, repitan cada año?
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