Siempre creemos que fuimos creados bajo el signo de la infinitud, sin embargo, llega un momento en el que nos detenemos. En ese instante hay una fuerza interior que no nos permite movernos, mientras una voz procedente de nuestra mente nos repite constantemente que ese es final. Entonces, la vida se detiene, pero la música no. El artista deja de existir, pero su obra permanece en el tiempo a disposición de quien quiera escucharla o disfrutarla. De esa posibilidad nace la magia del arte y su belleza. La belleza como espacio en el que explorar esos nuevos territorios de aquello que de repente se acaba. Flores imposibles es el último disco en estudio del grupo murciano Second, pero no de su música, porque sus melodías seguirán perennes en los corazones de todos aquellos que en alguna ocasión hayan asistido a alguno de sus conciertos o escuchado sus discos o canciones, y como no, en los de sus más fieles seguidores que, como un eco infinito, seguirán coreando las letras de sus canciones allá donde se encuentren. Esa es la única opción a nuestro alcance de vencer al paso del tiempo, y de paso, ser infinitos como si de una estrella brillante se tratara. Una estrella que nos ilumina cada noche y nos indica el camino a seguir día tras día. «Nada es para siempre» nos recuerdan Second en su último álbum, salvo quizá las entrañas que se mueven en la alquimia de los sueños. En este sentido, Flores imposibles será la última muesca de un legado que permanecerá en el filo de la marca del tiempo que nos persigue desde que nacemos y, que a lo largo de nuestras vidas, nos va llenando de arañazos la piel como signos más visibles de aquello que hemos vivido como si fuera la última vez. Heridas de felicidad y tristeza que, sin embargo, no siempre cicatrizan. Heridas que son las verdaderas culpables del final. Decir adiós siempre es complicado. Hacerlo para un artista quizá lo sea más. Tal vez, por eso, Second sorprendieron a sus seguidores con su separación pocos días después de presentar su nuevo —y ahora último— disco, si obviamos el que verá la luz tras la grabación en directo de su concierto en El Teatro Circo Price de Madrid. Ante ese golpe inesperado del destino solo podemos constatar que los años pasan y nos cambian. Esos años que nos envuelven en la madeja del tiempo sin apenas darnos cuenta. El tiempo, ese influjo que nos acerca y nos aleja de aquello que queremos y nos convierte en viles mortales en busca de lo imposible. Nada es para siempre…
Flores imposibles es el noveno disco en estudio de Los Cuatro de Murcia. Un larga duración que cuenta a su vez con nueve canciones, dado que Sean Frutos, tal y como le contaba a Virginia Díaz en su programa de Radio-3, 180 grados, se debe no a un capricho, sino que al letrista y voz del grupo no le acababa de convencer la décima canción que estaba destinada a formar parte del disco. Casualidad o no, este noveno disco de nueve canciones es como una larga sinfonía de sonidos maduros. Sonidos que buscan la sencillez más cercana a la verdad. De esas melodías de medio tiempo que tan bien fabrican y ejecutan los murcianos. Y de unas letras donde la maestría compositiva de Sean Frutos se aleja de la literatura de ciencia ficción que le gusta, y exploran esa trágica realidad que nos ha tocado vivir. Sus canciones en esta ocasión son el vivo testimonio de una época muy determinada y se convierten en el fiel reflejo de su madurez como músicos y personas. Flores imposibles abre el disco homónimo y se nos muestra como un alumbramiento único en el que la textura de sus guitarras reproducen sensaciones que van desde a luz del amanecer al ocaso en una multitud de matices que se conjugan a la perfección con las voces que se abren paso entre ellas entre estas enigmáticas guitarras. Guitarras eléctricas, sin duda.
Bajo una estética muy beatlemaniana, Los Cuatro de Murcia nos enseñan en Quiero equivocarme uno de sus medios tiempos donde la voz de Sean Frutos se hace poderosa y juega una y otra vez con la voz de su hermana Maryan, que a su vez se conjuga a la perfección con un ritmo que a medida que avanza la canción coge una fuerza inequívoca hacia la perpetuidad de lo que es único. Un ritmo que nos desplaza hasta Estado de alegre tristeza, una de las canciones que más se identifica con el resto de sus trabajos, y donde las sinergias entre letra y música se entrelazan en espacios que la convierten en brillante, y quizá por ello, sea donde aparece el que va a ser una de sus estribillos más coreados: «Nada es para siempre». Envolvente propuesta que nos hace repetir su escucha en bucle. Un apertura de intenciones que nos lleva hasta la rítmica Muévete y siente donde Sean Frutos nos retrata a la perfección y nos advierte del abismo en el que nos encontramos: «Voy a ser sinceramente irritante/ No soporto en el ambiente esta falta de pasión/ Es una epidemia silenciosa y salvaje/ ¡Coño!, date cuenta de que amar está en peligro de extinción/ Muévete y siente/ Es lo único que nos mantiene/ En tu piel todos quieren estar/ Así que muévete y siente» Himno de los nuevos tiempos donde los sintetizadores juegan a ser héroes en la derrota; una muy buena combinación que a buen seguro hará de las suyas en sus directos. Una cualidad que también podríamos resaltar de El contorno de tus miedos; un tema con un videoclip cuya infografía se presta al fetichismo literario de unos cuerpos grabados con la letra de la canción. Guitarras limpias y directas que a veces salen de un fondo poderoso y luminoso y otras están presentes en una primera línea elegante y abrumadora: « La llave está dentro, ahí fuera no hay nada/ La clave está dentro, ahí fuera no hay nada/ Te espero en el contorno de tus miedos». Miedos reconvertidos en destellos poderosos.
Más pausadas son las primeras notas de Volver a esa paz; una canción que revive los reflejos de sus composiciones más intimistas, en donde las coordenadas de su creación nos llevan hacia esas huellas que alguna vez hemos buscado y casi nunca encontramos. Lo que sin embargo es un pequeño espejismo en el tracklist del disco, pues Ya no estamos para gilipolleces es una búsqueda de esos ritmos más eléctricos y dinámicos de una banda acostumbrada a hacer bailar a todos los que asisten a sus conciertos en directo. Manos arriba, sin duda, para reivindicar la asfixiante y falsa pulcritud sobre las que nos estamos ahogando poco a poco: «Creíamos que el tiempo sol le caía a los demás/ que nosotros éramos más fuertes». Una especie de puente sobre el tiempo que nos lleva hasta Cúrame, como siempre, una nueva muestra de esos medios tiempos infalibles de su repertorio, y que de una forma tan virtuosa y magistral ejecutan los Second. Medios tiempos orquestados desde la madurez que dan sus veinticinco años de carrera. Una larga vida musical que rematan con Los grandes ausentes, como si de una gran metáfora se tratara de todo aquello que han vivido y disfrutado. Una lucha entre el pasado y el presente que va a la fuga de todo aquello que fuimos y ya no volveremos a ser.
Second y sus Flores imposibles le hacen un guiño a nuestros sueños y deseos desde el primer puesto del podio desde el que siempre han conquistado a sus multitudinarios seguidores. A pesar de que nada sea para siempre.
Ángel Silvelo Gabriel
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