La vida de Marina
Tsvietáieva fue dura y trágica como su muerte, cuando el 31 de agosto
de 1941 se quitó la vida ahorcándose con la cuerda que había utilizado para su
maleta del exilio. Sola, por el miedo de sus amigos a ser perseguidos y
exiliados al olvido, y muerta de hambre..., a pesar de que ya dejó huellas de
su próximo final con anterioridad: «mi soledad, lavazas y lágrimas. El tono
mayor y menor de todo es: horror. Nadie puede ver, nadie se da cuenta que desde
hace un año estoy buscando un gancho para morir… No quiero morir, quiero no
ser. Un sinsentido… Vivir mi vida hasta el final es mascar ajenjo hasta el fin».
Sin embargo, en el otro lado del espejo que fue su vida se reflejó su obra. Una
poesía en la que subyace la idea de la metáfora de ese reflejo del espejo que
nos libera de todo aquello que no queremos y nos lleva hacia lo más profundo de
los sentimientos. Y todo ello como símbolo de la victoria del arte sobre la
vida y del paso del tiempo sobre la muerte. La poesía de Tsvietáieva
es el grito de la esperanza dentro de la desesperación y el horror, de la
entonación a lo largo del poema en perjuicio de la rima, en definitiva, de la
poesía como materia prima del corazón. En este caso, la directora rusa Irina
Kouberskaya nos ofrece en Amiga —un texto de su autoría—
el otro lado de ese espejo que es la muerte: el terreno del amor; un amor que
nos lleva hasta el año 1914, cuando la poeta rusa conoce a la también poeta Sofía
Parnok, y a la relación que ambas mantuvieron hasta el año 1915.
Amiga es un
fragmento en la vida de Marina Tsviétaieva, pero también una
íntima coreografía sobre el erotismo a nivel espiritual, y de la sensualidad de
dos mujeres que, encontraron la una en la otra, el manantial no sólo de la
expresión de sus cuerpos sino también de sus almas: «Los cuerpos se unen/ las
almas no.» Ambas, una frente a la otra, descubren el amor desde las entrañas de
un alma sensible y apasionada, pero también desde un alma que se enfrenta a la
pérdida de la fe y confronta al Hombre con Dios. Esa cotidianeidad que todo lo
corrompe es lo que ellas combaten con el silencio, sus manos, sus gestos y su
reto de llevar su amor al fin del mundo, allí
donde los acantilados ya no existen ni las olas son el colchón del
cuerpo inerte que yace sobre su lecho. Amiga es la lucha por
romper los estereotipos para convertirlos en magia y baile y, con ellos, crear
unas melodías de gritos y silencios, cartas y desencuentros, distancias y
fiestas. Irina Kouberskaya, una vez más, dota a sus personajes de
un lenguaje único y poético, ensimismado en los gestos de la mímica y el
simbolismo teatral que compagina a la perfección la sencillez de la magnífica
puesta en escena con el valor que en sí mismo poseen la música —popular de la
Rusia de comienzos del s. XX en este caso— con los abanicos, las sillas
reconvertidas en peinetas y ese homenaje a España y sus gentes, tan lorquiano.
Lenguaje poético a lo largo y través de la poesía que viaja en trenes y fiestas, estelas de
humo de cigarrillos y ausencias que por fin devienen en furtivos encuentros
bajo el manto protector de la noche.
Rocío Osuna es Marina
Tsvietáieva; una actriz que le proporciona a su personaje la fuerza del
alma incorrupta que se enfrenta y arremete contra todo y todos, incluso contra
sí misma. Las razones de su existencia son intangibles para todos, excepto para
ella. Un nihilismo existencial al que Rocío Osuna da vida con
acierto, y con una fuerza arrolladora que contrarresta la pureza de su
anacarada vestimenta. En este sentido, Kouberskaya ha soñado unos
personajes femeninos envueltos en un color blanco puro roto que desprenden la
virtud del amor sin otra cortapisa que la propia de la pasión y los
sentimientos. Un contrapunto que encuentra su razón de ser en Katarina de
Azcárate, una Sofia Parnok más comedida en el ímpetu de su
lenguaje que no en su verbo. Una Katarina Azcárate que expresa
muy bien la corporeidad de la sensualidad femenina y, que juega, cuando no
ejecuta, los designios de un amor avocado a su final.
Amiga es una
magnífica muestra de lo que a buen seguro será uno de los estrenos del Teatro
Tribueñe el próximo otoño, y que gracias al Festival Surge Madrid 2018, hemos
tenido la oportunidad de contemplar en sus primeras fases de creación. Una
creación que, como todo aquello que toca y dirige Irina Kouberskaya,
es pura poesía hecha teatro. Quizá, como en este caso es Amiga:
la poesía como materia prima del corazón.
Ángel
Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario