Antes de abrir “Relatos con abrelatas”, de Ricardo Guadalupe, me detengo en el título. Los títulos crean expectativas y asociaciones en el lector. Al instante evoco mi habitual dificultad para abrir latas. Después descubro al final de cada relato una especie de manual de instrucciones de uso y eso me tranquiliza.
Ricardo, como señala en el comentario de su relato “El rizo de Ventura”, nos expone sus trozos de carne diseccionados. En esta ocasión su escritura nos comunica claramente su posición ante lo que le rodea, sin dejar ningún cabo suelto. En este conjunto de relatos se concilian perfectamente planificación y relato abierto. Ricardo, en lugar de ofrecernos historias cerradas y explícitas, deja espacio al pensamiento, a la interpretación y al juego del lector. Es el lector el que debe descubrir por qué se extrae la piedra de la locura en la pintura del Bosco o desvelar los oscuros secretos que se esconden en la fruta desperdiciada. Eso sí, como él mismo nos dice “todos los elementos tienen que estar en el papel para que el lector pueda cerrar bien la historia”.
“Relatos con abrelatas” es como un semillero de futuras novelas. Cada relato podría ser el comienzo o semilla de una novela.
Los comentarios que siguen a cada relato, además de resultar una innovación, ofrecen un valor añadido al libro. Estas glosas son la historia de la propia historia, una especie de “meta-historia” y una reflexión sobre el proceso de la escritura. Además de resultar reveladores, algunos comentarios encierran una gran belleza y lirismo. Dice Ricardo en “Fruta desperdiciada”: “Una mirada parece tener el poder de tocarte, como cuando te vuelves sin motivo aparente y te encuentras con los ojos de alguien que te está mirando”
Son los “Relatos con abrelatas” una invitación a todos los sentidos. Hay pinturas que narran historias, relojes que emiten la música de la esperanza y películas en los párrafos de “Fronte”, “La casa de Clara” o “Ituina”. Ricardo nos introduce en la confusión sensorial de la sinestesia: “Allá donde miro escucho la sordera de las cosas”.
En su galería de personajes encontramos seres alienados, extrañados de sí mismos, como el guarda jurado que lee libros; seres que buscan en la Luna en vez de en la Tierra; seres hambrientos de afecto y de nostalgia por el padre muerto, que incluso en el ataúd parece enfadado; esa mujer que “se levanta y conecta un radiorreceptor en el que se gastó la plata de veinte noches de favores al ministro”; aquel que reconoce rostros queridos en la pared lisa de la muerte.
Ricardo va desvelando los interiores de estos seres a través de símbolos que poetizan la realidad: el gato ausente, la ventana abierta, el forro de cómic que envuelve el libro, la incapacidad de pasar la página, el despertador que nos avisa de que un día el amor puede quedarse sin pilas y convertirse en una criatura muerta.
Querido lector, debes tener cuidado de no cortarte al abrir alguna de estas latas. Y si lo consigues, puede que en su interior encuentres un ser llamado “RCR-E-29” que se ha convertido en una piedra.
Al abrir una lata llamada “El hacedor” encuentras el vértigo de no poder leer todo lo escrito, el laberinto borgiano de la búsqueda infinita y la mariposa de su rostro en continua transformación en la corriente del tiempo. Las latas llamadas “La estela del ovillo”, “El viaje”, “La alarma” y “Hoy, en el Dunas” contienen seres que son laberintos que se enredan entre sí, que se desacompasan y se paralizan, pero que intentan reinventar día a día la vida juntos.
En “La casa de Clara”, Ricardo da otra vuelta de tuerca y al regresar a casa encontramos el inquietante fantasma de la familia.
En “Fruta desperdiciada”, los ojos son un mapa del tiempo. La mirada se va enturbiando en la experiencia. No queremos ver esos ojos que nos recuerdan a los nuestros, años atrás, cuando aún éramos felices y teníamos la mirada limpia.
Sin embargo, la vida es una “Carrera de obstáculos” y “Alicia de las estrellas” se sube a la cama para alcanzarlas. La tragedia puede llegar a mostrarse como algo bello, “en forma de esperanza que emerge del llanto”.
Esto y mucho más encuentras en “Relatos con abrelatas”. Un libro más voluminoso que una lata de conservas, pero que puedes leer en los trayectos. Ten cuidado de no cortarte al abrirlo y disfruta de su contenido picante y nutritivo. Desde el momento en que abres el libro, querido lector, te has convertido en “El heredero”: “Ahora todo queda en tus manos, seas quien seas”
Reseña de Martín Carril
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