A falta de nuevos premios o publicaciones por los que felicitarse el nuevo año, ya tengo entre las manos un ejemplar, magníficamente editado, del concurso en el que aparece un relato mío que quedó finalista.
Hoteles y maletas. Por Ángel Silvelo.
Hoteles y maletas, como el juego
perfecto donde los sueños se pierden en la nebulosa de los deseos… hoteles y
maletas, como la perfecta combinación de las pasiones que primero dejan huella
y más tarde se transforman en fantasmas de las ausencias…
Abro la puerta del armario mientras compongo esta serie de pensamientos
perdidos en los últimos refugios de mi memoria. No me cuesta dar con la pila de
maletas que se esconden en la silente oscuridad del fondo de mi nuevo closet. Cojo la más grande y la abro,
conocedor de que las guardo al estilo de las matrioskas rusas, en un
maravilloso juego que conjuga a la perfección orden y espacio. Cuando le toca
la vez a la más pequeña, la saco a la generosa luz del pasillo, y compruebo si contiene
algo en su interior. Entonces, un golpe repentino de mi memoria, me advierte
del peligro que estoy corriendo, y mi cabeza se inunda de pensamientos del
estilo: hoteles y maletas, secretos sin confesar… ¿Qué habrá detrás de su
cremallera?, me pregunto…, pero cargado de una repentina valentía abro con
decisión la intimidatoria cremallera; resultado: está vacía. Me la quedo
mirando y recuerdo la ilusión con la que Inés y yo fuimos a comprarla a unos
grandes almacenes, y cómo, por casualidad, nos encontramos con un viejo amigo
de Inés que, también por casualidad, era el jefe de la sección de artículos de
viaje. Aquel día, buscábamos una maleta para los fines de semana, pequeña, de
fácil manejo y tan fugaz como los buenos momentos de intimidad y placer de los que
disfrutaríamos en nuestros particulares viajes a hoteles que nos distanciarían
de la rutina diaria, y que además, nos acercarían el uno al otro. Y ahora que
lo pienso, me doy cuenta que todos los verbos están conjugados en condicional.
¿Acaso cabe alguna condición en el verdadero amor?, me pregunto.
Hoteles y maletas, como deudores de falsas facturas exentas de cariño…
hoteles y maletas, como espejos rotos que declaman nuestros mezquinos
sentimientos. Sí, todo partió de una casualidad, de un reencuentro, de un recuerdo;
un inesperado recuerdo que hace que me fije en el pequeño bulto que sobresale
de la tapa superior que, en su parte interior, tiene un compartimento destinado
a las prendas más delicadas. Abro la cremallera, pero en vez de sacar su
contenido, lo toco. Mi tacto sabe distinguir el calzoncillo olvidado de mi último
viaje de trabajo, porque ese fue el destino final de nuestras inocentes
ilusiones iniciales, reconvertirlas en viajes de trabajo y vacaciones familiares
donde nosotros no éramos los verdaderos protagonistas de aquellas historias
viajeras; o eso al menos creí yo. Víctima de mis propios errores, y de los
ajenos, la cierro con decisión y la cojo del asa, pero cuando me dispongo a
terminar de cumplir con mi misión, recuerdo lo que Inés me dijo aquella tarde: ¿cariño,
has comprobado que esté vacía? Lo que de nuevo me lleva a nuestra última
conversación:
-
No, le contesté. Sólo tiene el neceser de mi último
viaje de trabajo, le miento.
-
Será otra cosa, me contestó ella, pues recuerdo haberlo
sacado y haber usado ya todos los productos que contenía.
Hoteles y maletas, donde las cúpulas de los recuerdos dejan de ser
transparentes… hoteles y maletas como perfecto binomio de las declaraciones de
guerra no pronunciadas. Todavía, víctima de mis propios errores, y de los
ajenos, soy incapaz de firmar el armisticio que de una vez por todas me
traslade a ese espacio donde sólo reine la paz que tanto necesito, pero como no
me siento con las fuerzas suficientes para dar ese gigantesco paso antes de
meter de nuevo la maleta en el armario, me pierdo en la inmensidad de la
moqueta de la habitación del hotel en el que resido desde aquella fatídica
tarde. Sólo le pedí dos cosas a Inés: quedarme con el juego de maletas e irme a
vivir a un hotel. Y ahora, que de nuevo intento abrir la valija más pequeña para
extraer aquello que no quiero ver, mi escasa inteligencia todavía es capaz de
avisarme que no lo haga. Mi escaso valor para enfrentarme a la realidad me
lleva hasta mi infancia, hasta aquellos días en los que pasaba las tardes viendo
películas de misterio; películas de misterio en las que a veces, después de la
palabra the end, no te enterabas de
quién era el asesino. Y del mismo modo que entonces, renuncio a saber la verdad,
y me engaño a mí mismo a la vez que por fin deposito la maleta en el lugar que
le corresponde dentro del puzzle estilo matrioska, en un maravilloso juego que
conjuga a la perfección orden y espacio. Pero cuando creo que ya he superado el
miedo a salir del agujero donde me he metido, me quedo sin el aliento suficiente
para poder sentarme en la silla del escritorio de la habitación del hotel en el
que me encuentro, porque recuerdo, sin poder remediarlo, la sonrisa Profidén
del antiguo novio de Inés. Un sujeto al que yo no conocía, pero que hasta este
momento, yo creía que nos había vendido uno de los mejores recuerdos de nuestra
vida.
Hoteles y maletas, como un perfecto conjunto de relatos que te pueden
cambiar la vida…
FIN
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