Qué difícil es ahuyentar a esa voz que se instala en nuestro subconsciente para decirnos una y otra vez: no, no, no…, pero que heroico resulta vencerla, porque sin duda, ella es la culpable de que sigamos hacia adelante. Ahuyentando miedos y rindiendo homenajes, así se presentó Ana Muñoz el pasado viernes en la Sala Costello de Madrid como una de las eclécticas propuestas del VII Festival Subterráneo. Eso fue a priori, porque ella sin duda rompió el binomio folk-pop que la etiqueta del cartel nos anunciaba. Y se instaló bajo el soporte de una alfombra que no quería pisar, pero que se convirtió en su particular manto mágico sobre el que trovar desnuda en la oscuridad de la noche. Ese ensimismamiento de voz, junto al eco de las cuerdas de una guitarra española (más tarde eléctrica) que, parecía difuminar sus desencantos entre los presentes, se convirtió en un faro en mitad de las tinieblas que gobernaban la intimidad de un escenario apenas iluminado. ¡Qué concierto más distinto y cercano! Esto sí que es alternativo. La música sin barreras en estado puro: un músico, su instrumento y su voz. Íntimo, sí, si no fuera por las conversaciones de unos maleducados que no aman la música de verdad, y también arrebatador en su desnudez, y sobre todo, muy real. Tan real como la vida misma, pues así es Ana Muñoz en su propuesta tanto poética como musical; una bailarina a la que le gusta jugar con las palabras, donde destaca ese cambio de sentido a las frases hechas o refranes que, sin embargo en su voz suenan diferentes, porque se transforman en juegos atribulados de sentimientos profundos, como por ejemplo, los existentes en la única canción que hasta el concierto conocíamos de su próximo álbum, y que como este se llama Generosa; un cristalino y desgarrador manifiesto de vida que te deja encogido por lo categóricamente certero que resulta.
Ana Muñoz, como el título
de canción y el disco, se mostró generosa a raudales. Al principio refugiada en
el silencio de las presentaciones, pero luego, dicharachera y cercana como
pocos artistas entienden que esa es una de sus labores sobre el escenario. En
esa aparente soledad ella se mostró majestuosa. Si Adulteración, tema con el que empezó el concierto, fue apenas un apunte
de sus intenciones, con Complejo sideral
ya empezamos a calibrar el estado de las cosas: “le pido un recuerdo y no me lo compra…/he demorado tanto mis heridas
que ya no me acuerdo que me dolían”; una letra que se fusiona en una
especie de interludio donde la guitarra ya suena más fuerte, como imitando a un
bajo: “la mala hierba, la mala hierba,
ah, ah, ah,” y que Ana Muñoz une con el primer homenaje
de la noche cuando suena No mires a los
ojos de la gente del recientemente fallecido Germán Coppini. Todavía
con los pelos de punta llegamos a Quijote
y seguimos punteando emociones: “un lugar
de tu nombre de cuyo recuerdo no quiero marcharme.../ escribimos el amor con la
… y ahora le pido al sol que se calle”.
Arrastrados aún por esa poderosa
corriente del río de las emociones, somos testigos del primer cambio de instrumentos, y ya
con una guitarra eléctrica (prestada), Ana Muñoz nos dice: “gracias por venir esta noche” (baste
recordar a que a escasos metros de la Costello, León Benavente hacía las
delicias de sus seguidores en la Sala El Sol), pero a ella le daba igual,
porque su propuesta era clara y contundente como sólo lo son las grandes
declaraciones: “CERRANDO CICATRICES CON
EL MUNDO”. Aquí la guitarra eléctrica se funde a la perfección con su voz,
y ambas, consiguen una sonoridad especial, como si estuviéramos viajando a través
del túnel del tiempo: “no pensar en
respirar” que, hasta por atesorar, atesora un precioso cambio de ritmo a
mitad del tema. Yo excepto comenzó
con un rabioso punteo de guitarra: “más
creo en lo inerte… más no creo en la energía porque se transforma en
destrucción final” que nos lleva hasta una nueva ruptura de ritmo con “a diario me libro de ti”, lo que se
traduce en una nueva y sempiterna declaración de esos finales que tanto
obsesionan a esta maña de adopción.
El segundo homenaje de la noche fue para Wilma Lorenzo. “Un regalo para Wilma” nos dijo Ana mientras cambiaba de nuevo de
guitarra. “Es una canción nueva también
para ella”, aseveró de nuevo Ana. “Yo tenía un grupo que se llamaba Louisiana,
nos recuerda, a lo que añade: es un regalo para todos vosotros” mientras
ataca el tema Qué bien del grupo Izal
(cuyo cantante, Mikel Izal, estaba presente en la sala; y el tema
mencionado, es uno de los que conforman su primer disco Magia y efectos especiales): “Qué bien que por mis dedos note frío y tú
calor. Qué bien que por mis nervios…”; una versión que la magnífica
sonoridad de la guitarra convierte en algo así como una gran campana de cristal
a la que Ana Muñoz fusiona con Falsas
amigas: “quiero hacer que algo cambie
para que todo siga igual” (de nuevo se imponen los juegos de palabras).
Esta cantante, poeta, fotógrafa y
artista multidisciplinar, nos advierte que la próxima canción Hey, Bruce Wayne es la primera vez que
la toca, y lo hace con un punteo ensimismado y con un verso que es pura
sentencia: “a qué saben los besos que no
damos”, que sigue con otro no menos demoledor: “no sabemos más de los que queremos saber”, o: “de noche todos los murciélagos son ciegos” y así en un sucesivo
juego de palabras y frases hechas que desembocan en una nueva canción, Alejandro: “ante todo tratemos de perdonarnos”, con un gran eco de la guitarra
que potencia su voz y esa bóveda de sonidos en la que se refugia su garganta: “si nos perdemos de nuevo, nadie gana”; donde
una vez más asistimos a esa gran riqueza de sentencias. Walking on te moon (The
Police) es el tercer homenaje de la noche (una versión muy bien
interpretada) que, según nos cuenta la cantante, es su primer recuerdo musical,
y que ella (ya lanzada), nos amenizó con una jocosa comparación a través del
reggae y la pesadez de los movimientos de ese baile, algo así como un paseo por
la luna, y que dio paso a H muda, un
tema donde la guitarra nos embelesa en su sinfonía en solitario: “sólo los valientes pueden tener miedo”,
en un perfecto matiz literario.
Y a partir de aquí vivimos la
fuerza de los directos no programados, porque Ana Muñoz ahuyenta
definitivamente a sus miedos y a su pánico a la exposición, y desenchufando su
guitarra se baja del escenario para hacer un breve corro entre los allí
presentes y presentarnos Lo prometido sin
nombre alguno, y lo hace contándonos la historia del ouka leele y el
significado que este instrumento tiene para ella: “no tengas miedo de la luz, que no tiene tanta como tú”. Y cuando
ya pensábamos que no podríamos asistir a nada más real y cercano, Ana se
sube al escenario y se quita los zapatos, para volver a bajarse y cantarnos una
última canción, Que me desamor, una
demostración de la valentía y el valor de una mujer que se sirve de sus miedos
para dar la cara a la vida y al mundo de una forma acompasada, poética y
desgarradora, como sólo una artista de verdad saber hacer.
Ángel Silvelo Gabriel.
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