La ternura y la esperanza con la
que un niño reinterpreta la vida se vuelcan sobre las miserias y grandezas de
unos desterrados que vencieron al silencio más duro que existe: el de los
olvidados. Y lo hacen, con la armonía que desprende la inteligencia o la bondad
exenta del interés que posee el Nini,
y que a su vez, cercena la mirada de los vecinos que necesitan combatir el
miedo a la incertidumbre. Un miedo y una incertidumbre que proceden del cielo,
como si todavía el mundo girase alrededor de los dioses del viento, la lluvia o
la nieve. Una mitología que acentúa el poder de la ignorancia que solo se basa
en la tradición de unas costumbres que fuera de esa inhóspita geografía ya no
tienen razón de ser. El drama de estos olvidados de las tierras de la Castilla
rural, en Las ratas, nos azota con la precisión narrativa y la
versatilidad lingüística que Miguel Delibes les proporciona, de tal
forma que, a día de hoy, podríamos decir que es mágica, por el componente de
fenómeno asombroso que tienen. Un poder, el de la magia, que bajo la mirada
siempre limpia e inteligente del Nini se nos hace presente con la misma
naturalidad que transcurren los días de un pequeño pueblo que rige su
existencia por el santuario, en lo que supone un nuevo ardid narrativo de Delibes,
al poner por encima de todo ese universo cerrado y omnívoro, el poder de la
naturaleza y su profundo amor hacia el campo y sus gentes. La señora Clo, la
Sime, el Malvino, el Justito, el José Luis, Matías Celemín (el Furtivo), el
Rabino Chico, El Antoliano, el Agapito, el Rosalino, el Virgilio, don Antero
(el Poderoso), o el tío Ratero (el padre del Nini) son los verdaderos
protagonistas de esta alegoría de privaciones y silencios, miseria y tragedias,
esperanza y mitos que rige sus vidas por un azar que no existe tras el Cerro Chato,
el Portón del Noroeste y el Cerro Cantamañanas. Todos ellos, accidentes
geográficos de ese deslinde de la vida en el que permanecen anclados los
personajes de Las ratas.
Miguel Delibes concibió este
libro como la mejor manera de hacerle un regate a la censura que no le permitía
denunciar la situación de abandono y miseria de las gentes de una Castilla
rural que todavía permanecía sumergida en la noche de los tiempos en los
artículos del periódico que dirigía, El
Norte de Castilla. Y su destreza fue tal, que no solo consiguió su propósito,
sino que Las ratas fue Premio de
la Crítica 1962. Su particular y pertinaz lucha, y su fidelidad para con
aquellos que como él mismo confesó pasaron junto a él (en su cabeza), una buena
parte de su vida, no es más que el fiel reflejo de la pureza y la bondad hacia
aquello en lo que uno cree. De ahí, que no sea tan extraño que un personaje
literario tan bien conseguido como el del Nini
pertenezca a esa nómina de héroes silenciosos que dejan huella con su sola presencia.
El Nini es un Mesías, o un regalo dentro
de la oscuridad y la desesperanza de todo un pueblo. Un símbolo que, en sí
mismo, representa la posibilidad del cambio. Un cambio que, sin embargo,
necesita no caer en el saco del olvido.
Las descripciones tan bien
escritas y resueltas de la naturaleza que rodea a Las ratas son un símbolo de
la pasión que el campo y la naturaleza despertaban en Delibes, gran defensor de
la caza y su papel protagonista sobre los ajustes de un mundo que conocía a la
perfección. Unos ajustes que en esta novela también son denunciados a través de
personajes como el Furtivo, cuando no
son respetados. En esta novela donde todo cabe y nada sobra, el escritor
vallisoletano despliega la destreza de un ritmo que solo es controlado por el corazón
vivaz y generoso de quien se sabe la voz de aquellos que no la tienen. Como
diría el propio Delibes: «Mi vida de escritor no sería como es si no se apoyase
en un fondo moral inalterable. Ética y estética se han dado la mano en todos
los aspectos de mi vida.»
Ángel Silvelo Gabriel.
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