viernes, 31 de octubre de 2014

CARLOS VERMUT, MAGICAL GIRL: LA METAFÍSICA DE LOS INTERROGANTES


Una de las tragedias de este mundo en el que vivimos es la necesidad que tenemos de tasarlo y mostrarlo todo (véanse -si no- las redes sociales), como si el misterio ya no formara parte de nosotros. Quizá, por ello, Carlos Vermut nos invita a jugar en su segundo largometraje, Magical girl, a plantearnos tantas preguntas sin respuesta aparente, y de paso, mostrarnos su particular metafísica de los interrogantes. Su capacidad a la hora de provocarnos el desasosiego que conlleva esa otra experiencia que bordea a la realidad más palpable, no es solo visual a través de imágenes sencillas, miradas hipnóticas y encuadres sin mucha trampa ni cartón, sino que también lo hace con la palabra, ya que el guion de esta portentosa película también es suyo, lo que nos lleva hacia ese peligroso terreno del cine de autor. Magical girl es como ese golpe que nos damos sin apenas darnos cuenta, y que a medida que pasa el tiempo, nos duele cada vez más, porque según avanza la película, y tenemos la posibilidad de encajar las piezas de este puzzle visual, nos ocurre lo que a José Sacristán en el film, cuando incrédulo, ve su incapacidad de no llegar a completar el gigantesco puzzle que está componiendo, porque le falta una pieza. Esa metáfora, a la vez fílmica y literaria, es a la que Carlos Vermut nos quiere hacer llegar mediante la rotundidad de las cosas sencillas. Aquí nada es lo que parece, como en el mejor de los relatos cortos que podamos imaginar, pues seremos cada uno de nosotros los que debamos cerrar el círculo que el director y guionista se niega a cerrar. En este sentido, la necesidad de interacción entre el artista y los potenciales observadores de su obra, se vuelve aquí en una complicidad que, a propósito, es macabra y sórdida, pero es en esa sordidez atenuada por una tonalidad apagada de los colores que llenan sus imágenes, donde se encuentra el perfecto contrapunto del mensaje que Vermut trata de transmitirnos, en una especie de leitmotiv de sentimientos apagados que, de vez en cuando, acaban atropellados por la pulsión de la pasión incontrolada y subterránea que gobierna ese otro mundo o realidad donde el misterio cobra su verdadero sentido. Y arrastrados por esa necesidad última de evasión que siempre supone atravesar la puerta cerrada del cuarto oscuro, asistimos, a veces entre risas, y otras con cara de asombro y sorpresa, a una historia de puertas abiertas que a cada uno de nosotros nos toca cerrar, pero solo si queremos, igual que cuando asistimos a un truco de magia, en el que el mago, al abrir la mano, ha hecho desaparecer el objeto que antes tenía sobre ella sin saber muy bien por qué. Quizá, porque el universo de este más que prometedor director y guionista llamado Carlos Vermut, es un compendio de facultades que, a modo de cóctel, mezcla: mundo, demonio y carne, y lo hace en las cantidades exactas para dar como resultado una de las mejores experiencias del cine español actual, afortunadamente, cada vez más alejado de las tediosas historias de siempre. Y todo ello, gracias a jóvenes, aunque experimentados realizadores, como Carlos Vermut.
 
Ángel Silvelo Gabriel

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