lunes, 24 de marzo de 2014

LA GRANDE BELLEZZA DE PAOLO SORRENTINO: QUÉ ES LA VIDA SI NO UN VIAJE HACIA NINGUNA PARTE


¿Merece la pena tomarse en serio la vida?, porque, qué es la vida si no un viaje hacia ninguna parte. Eso, al menos, es lo que Jep Gambardella (un soberbio Toni Servillo), parece decirnos en cada fotograma de esta bella, en sí misma, película. Con ciertas resonancias de El vientre del arquitecto de Peter Greenaway en cuanto a la sempiterna búsqueda de la belleza, Paolo Sorrentino también nos propone una alianza imposible a la hora de buscar la belleza; única meta posible de un mundo sin sentido donde el hastío se apodera de todo. A este infinito desencanto que nos gobierna, Gambardella opone grandes dosis de cinismo bajo el que cobijarse de esa sensación de eterna búsqueda de la nada. Lejos de apartarse de la vida, Gambardella indaga en ella, pero no encuentra nada, porque quizá todo sea una excusa literaria (quizá la última) a toda una vida, aunque debamos admitir que no debe ser nada fácil escapar  de una forma inmune a esa omnipresente belleza que atesora la ciudad  de Roma, y que además, se acrecienta con el paso del tiempo. Roma reposo perpetuo de emperadores y templos, de civilizaciones que cambiaron el mundo y de manifestaciones artísticas que conmueven al más insensible de los seres humanos es, sin embargo, el contrapunto de una actualidad no tan lúcida y que, en La grande bellezza, sale retratada a la deriva en una constante huida de fiestas, mentiras y bótox. No hay un mayor contraste y mejor lenguaje fílmico para expresarlo que el que nos propone Sorrentino al situar ese ático de desenfreno frente al omnipresente y majestuoso Coliseo romano, símbolo del orgullo de una ciudad que, en palabras del propio Gambardella, lo mejor que tiene son los turistas, pues ellos son, sin duda, quienes adoran algo que mucho romanos no son capaces de apreciar. Quizá Roma, nunca haya sido retratada de una forma tan bella, pues Sorrentino, aparte de mostrárnosla en muchas ocasiones de noche, como si fuera una gran bella durmiente, ha fijado su objetivo en lugares que, aparte de ser bellos en sí mismos, son distintos por anónimos y fuera del alcance del turismo que practicamos en la actualidad. Esa soledad nocturna no hace sino acrecentar el valor de una belleza sublime que, al igual que una gran actriz, es capaz de mojarnos los recuerdos tanto con los chorros de agua de sus múltiples fuentes, como con la luz del atardecer que en forma de una lluvia dorada se posa sobre sus tejados anaranjados; una bruma que, si nos paramos a observarla con detenimiento, desprende una gran multitud de destellos capaces de transformar nuestra percepción del arte y del tiempo. Y así, podríamos continuar hasta el infinito, porque infinitos son también los grandes y pequeños rincones de una ciudad tocada por la varita mágica de la infinita hermosura. Sin embargo, en Roma también existe otra opción para contemplar la belleza, más allá del halago puramente estético, y esa es la de disfrutar del silencio y su melancolía, como solo dos amantes pueden hacer sin perderse en los vericuetos del tiempo. En este caso, Roma también se alza como la excusa perfecta para unir arte y literatura, verdad y belleza, en un juego en el que Sorrentino nos invita a jugar a través de la decadencia de un personaje que, al acabar de cumplir los sesenta y cinco años, siente esa necesidad de seguir viviendo sin más. En esa necesidad de la simple contemplación asistimos a una filosofía de la vida aparentemente hedonista, aunque ese solo sea un escaparate ficticio bajo el que se esconde la más pura contemplación. Acaso qué es el arte, la poesía, la literatura, la música... sino mera contemplación. ¿Existe algo más bello que ver amanecer cada día que paseando por la ribera del Tevere, o irse a dormir mientras suenan las centenares de campanas de las iglesias y catedrales romanas? En ese permanente éxtasis del hecho de la belleza es donde se resguarda el alma de un Gambardella perfectamente interpretado por un Toni Servillo que ejerce de guía nocturno y existencial de una historia que no se ciñe al mero y puro lenguaje formal del cine comercial, sino que navega y divaga en una caprichosa sucesión de imágenes, como caprichosa es la vida que solo busca la contemplación por la contemplación, pues  qué es la vida si no un viaje hacia ninguna parte.

Ángel Silvelo Gabriel.

PD: No pasen por alto la excepcional banda sonora de Lele Marchitelli.

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