
Como nos recuerda de una forma
muy acertada el escritor Nicolás Melini: «Ya casi hemos
sustituido al crítico —conocedor de la literatura— por aquel al que sólo le
interesa lo que tiene muchos consumidores. Y, al menos, esa es la sensación que
a uno le queda después de leer A cuatro patas, de Miranda
July, la novela que ha sido seleccionada
a la vez por el New Yorker y el New York Times como
el mejor libro de ficción del año. Lo que nos lleva a plantearnos la siguiente
pregunta: ¿Dónde ha ido a parar la literatura?, porque nos entra la duda que un
típico libro de autoayuda como este sea el mejor libro del año para algunos
profesionales de la crítica literaria. De ahí que, en este camino repleto de
arquetipos y banalidades del alma, la próxima parada sea la visión de la
literatura actual como una mera empresa de marketing. Como nos recalca Melini.
«¿En qué momento toda esa gente aprendió que debe despreciar el cuento literario,
la poesía, la novela como gran narración y expresión artística? A cuatro
patas, es el ejemplo perfecto de lo expuesto, pues tras su lectura a uno le
queda la sensación de haber perdido el tiempo y haber sido engañado por una
autora que en su hoja de agradecimientos referencia a tal multitud de personas
que nos hace sospechar que se trata de una historia escrita a veinte o cuarenta
manos como poco. Todas ellas, lejos de la literatura, por supuesto, y seguro, muy
cerca del marketing, entendido éste como un producto de consumo vacuo y sin sentido,
porque, qué sentido tiene la búsqueda de la libertad en una persona que ya lo
tiene todo y no sabe qué hacer con su vida con la llegada de la perimenopausia.
Esa falsa falta de libertad July la explora bajo el prisma de un
feminismo hueco, histriónico, caótico y sin sentido que nos habla de una sociedad enferma de un yoísmo insulso. De
ahí, que la búsqueda de la originalidad del texto se base en fórmulas banales,
manoseadas y falsamente originales. Su protagonista, sin nombre (sin duda
estamos ante una falsa ficción, pues el texto tiene todos los tintes de ser
autobiográfico) descansa en referencias como la influencia de la comida sana,
la publicidad, el saneamiento del alma, los gimnasios y el culto al cuerpo para
alcanzar falsas cuotas de juventud y una abundancia de sexo lésbico que resulta
histriónico y egocéntrico, y que pone de manifiesto la cualidad más memorable
de la novela: el retrato de un mundo en plena decadencia.
A cuatro patas refleja el
universo de la sociedad woke norteamericana traumatizada por dar vueltas sobre
su propio eje sin aportar nada nuevo ni al mundo ni así mismos. Una falsa
realidad que se pone de manifiesto en frases como esta: «El sueño compartido
que no era solamente un sueño». Una libertad de sueños, o una secuencia de sueños
de sueños que no van a ninguna parte. Sin duda, esta suerte de planteamientos lo
que buscan en su final es pautarnos todo aquello que debemos hacer como manifestación
de una libertad que ya tenemos. July naufraga en su intento literario de
mostrarnos la benevolencia de su propia locura (¿qué pensaría Virginia
Wolf?). Ni la presencia mayoritaria de personajes femeninos, ni el
retrato de un marido al que podríamos tildar de normal, ni la omnipresencia de
su hijo no binario (en serio alguien se puede creer que un hijo nace no
binario, qué manifestación de totalitarismo es esa. Uno será lo que quiera ser
cuando sea adulto y no lo que le dicta su madre). Como diría Rousseau:
«El hombre es bueno por naturaleza es la sociedad quien lo corrompe».
A su vez, esta novela, en sí
misma, nos plantea una serie de despropósitos que, en su versión viajera, no
puede estar más falta de originalidad (se nota que ninguno de sus múltiples
asesores ha leído El palacio de la luna de Paul Auster,
por ejemplo), cuando la anónima protagonista decide ir a Nueva York en coche y,
sin embargo, se queda a cincuenta kilómetros de su casa en un motel donde
intenta reencontrarse a sí misma y hacer frente a su preminente perimenopausia.
Esta puesta en escena tan manida nos recuerda a aquella otra en la que Lorrie
Moore nos plantea en su novela de fantasmas huecos Si este no es mi
hogar, no tengo hogar.
Para que todo esto retroceda, sólo
nos queda una opción, como nos apunta Nicolás Melini: «Si, de pronto,
una gran crisis económica hiciera desaparecer el mercado, todos los productos
librescos desaparecerían. En ese momento, de nuestro tiempo, solo se seguiría
haciendo y publicando el cuento literario, la poesía, la novela como gran
narración y expresión artística, el ensayo filosófico del gran pensador de este
tiempo, el teatro, y, en definitiva, todo aquello que ya se publicaba cuando el
mercado no se había desarrollado hasta el nivel actual, sin descartar que se
pudieran producir innovaciones genéricas a partir de la literatura, no a partir
del consumo, como se ha dado tanto.»
Ángel Silvelo Gabriel.