No es cierto que todo sigue igual, por mucho que tu
abuelo, tú y yo tengamos el mismo nombre y el primer apellido, y como tampoco
lo es la aplicación del derecho natural y su carácter universal como marco
supra legal. Hijo, cuando me preguntas si el mundo siempre fue así, un lugar
lleno de libros que nadie lee, se me hace difícil decirte que no. Al principio,
el libro era un bien tan escaso que todos se quedaban dentro de las paredes de
los monasterios. Entonces saber leer y escribir era sinónimo de poder y
sabiduría. Pero todo en algún sentido es finito, excepto quizá las letras
impresas en las páginas de un libro. No sé cómo explicártelo hijo. Todo es un
ciclo. A veces, cuando lees un libro por primera vez crees haberlo entendido
todo, pero al volver a releerlo años más tarde te das cuenta de lo equivocado
que estabas. El mundo y, nosotros con él, avanzamos y cambiamos. Y eso creo que
es lo que nos ha pasado, que no hemos sido capaces de mirar más allá de nuestro
resquebrajado caparazón y, un día, de repente, todo se ha venido abajo y lo que
antes era importante ahora simplemente ha dejado de existir. Por eso, no debes
quemar más libros, porque como te digo, todo es un ciclo. Y quién sabe, a lo
mejor el día de mañana todos quieran volver a leer aquello que hoy quemaste en
la hoguera de los libros y, de ese modo, les volverás a dar la oportunidad de comprobar
cómo eran, además de percibir en lo que se han convertido.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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