El parque como antesala del bosque,
como decía la propia Marguerite Duras. O la soledad que
se rompe a través de las palabras como antesala de la esperanza, son el puno de
partida de una novela escrita a través de los diálogos que mantienen una joven
parisina de veintiún años, y un viajante más mayor que ella en el banco de un parque.
Los diálogos que abarcan y monopolizan esta novela también pueden ser interpretados
en ocasiones como meros monólogos, a través de los cuales, los dos personajes
van deshojando la margarita de sus vidas. Vidas marcadas por la soledad que,
sin embargo al principio, divergen en cada uno de ellos. Mientras la joven
quiere encontrar un marido que acabe de dar sentido a su vida, el viajante se muestra
mucho más escéptico con el futuro y prefiere permanecer aletargado bajo su
cobardía. En ese tira y afloja constante que se produce a lo largo de los
diálogos, una y el otro confrontarán sus pensamientos y miedos de una forma
natural, sin apenas exabruptos, lo que puede llevar a interpretar El
parque como una subtrama de la obra de teatro de Samuel Beckett, Esperando a Godot.
Donde la espera es una necesidad de no se sabe muy bien qué, salvo de la
incertidumbre que le supone a cada ser humano la necesidad de la esperanza. Una
esperanza que nos haga capaces de afrontar un nuevo día. El hilo conductor de
todo ello es el lenguaje. La necesidad de comunicarse mediante la conversación.
CONVERSAR sin más, para de ese modo
ahuyentar a todos nuestros monstruos o fantasmas que no llenan de penumbra
nuestros pensamientos. Ese miedo a la soledad del individuo es el que le
convierte en un animal social que depende del otro para argumentarse a sí mismo
y para ser consciente de cuál es su lugar en el mundo. El reflejo y la contraposición
del otro son, en este caso, el camino por el que andar nuestra propia vida. Vida
hecha de experiencias y determinaciones, y de fracasos y tragedias. Secretos
inconfesables que en El parque la joven y el viajante
irán rompiendo a medida que avanza su conversación hasta llegar a lo que en
principio parecía imposible: un punto de encuentro.
El estilo y la capacidad
expresiva y narrativa de Marguerite Duras adquieren en esta
novela la coordinación y la grandeza de una sinfonía de giros y expresiones que
ponen en valor su gran dominio del lenguaje y los tiempos. En este caso, como
en tantos otros, acunados por ese ritmo lento tan característico de su
narrativa, y tan identificativo en su forma de reinterpretar el mundo. Escrita
en 1955, El parque es una obra que se encuadra en la corriente que surge
en la década de los cincuenta conocida como nouveau
roman. Una corriente en la que se exploran los flujos de la conciencia, y que
supone una ruptura con la novela tradicional decimonónica. Sea como fuere. Duras
impregna a sus dos personajes esa angustia existencial que todos tenemos ante
el devenir de nuestra existencia. Y lo hace bajo la necesidad de la esperanza.
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario