lunes, 16 de agosto de 2021

TRUMAN CAPOTE, COLOR LOCAL: BRUMAS DE UNIVERSOS PERDIDOS EN LA MEMORIA DEL TIEMPO

 

Las ciudades no son únicamente sus edificios, puentes o ríos. Las ciudades son las personas que las habitan, sus costumbres y su forma de modelarlas. De ahí, que la esencia del tiempo que nos transmiten años después son como las brumas de universos perdidos en el tiempo. Esas fotos fijas de las ciudades y los lugares que nos presenta un joven y ya genial Truman Capote en Color Local, son eso, la oportunidad de devorar el paso del tiempo en pequeñas cápsulas donde los lugares y sus gentes son una forma de narrar la vida y el espacio que ocupan. Aquí, la ciudad se nos presenta como la estructura del esqueleto, y las personas son los músculos y los órganos que la mantienen en constante movimiento. En este libro de viajes, a pesar de la juventud de Capote, ya asistimos a su particular forma de observar el mundo y lo que le rodea, pues con una aparente sencillez narrativa es capaz de mostrarnos lo más cotidiano de una manera única y magistral y, en este caso, dándole pistas al lector más avezado (en la biografía del autor), de aquellos lugares que visitó y que más le influyeron a lo largo de su vida. Lugares que van desde su querida Nueva Orleans a la enigmática y más desnuda Tánger, fuente de nuevas y tempranas experiencias, sin olvidarnos de aquellos estadios vitales que le remarcaron el carácter como Nueva York o el sur de Italia. 

Color local representa el paradigma de aquello que observamos por primera y enseguida hacemos nuestro, como sucede en el relato Nueva York, en el que por intermediación de sus fiestas y sus personajes, Capote incide en la realidad de una ciudad inventada por los otros, den la que las noches y sus fantasmas se dan la mano con las fantasías de los éxitos que nunca se cumplen salvo para los genios de verdad. Una estampa que, sin embargo, se contrapone con el desarraigo, la deslocalización y la bruma de un Brooklyn en el que poco a poco lo nuevo va borrando las huellas de otra época. Imágenes, localizaciones y personajes que, en Nueva Orleans nos vienen de la mano de los viejos que la pasean, los ecos del pasado y las casas olvidadas o deshabitadas; todo ellos como hálitos de un tiempo que ya no existe y ahora se nos presenta como un fantasma apegado a sus cadenas. Unos y otros levantan unos grandes atrezos a los que Truman Capote da voz a través de unos personajes que nos los definen y nos lo muestran sin más máscaras que su peculiaridad, como peculiar es el retrato que el escritor norteamericano nos hace de Hollywood (vista desde el aire o el suelo),; un retrato en el que la ciudad se le aparece al narrador como un inmenso escaparate o decorado que disfraza la gran verdad que encierra: la silueta de la soledad y el fracaso. Calles desiertas. Ausencia de niños. Vidas que permanecen a la espera de lo que nunca llegará… un desierto existencial para el alma. 

La visión del escritor cambia cuando viaja fuera de los Estados Unidos y llega a Europa, donde la magia de un lago italiano vista con los ojos de un niño que se sorprende de aquello que ve (una instantánea de cuento de hadas), se contrapone con el relato de Lucía en Venecia, donde la fase oscura de la camorra acaba en una huida. Como huida es la segunda parte de este relato titulado Europa, y que le lleva desde Venecia a París en el Orient Express. Un itinerario lleno de exotismo y extrañeza, donde la mirada del que observa se detiene en lo más particular para hacerlo general y único, abrupto y salvaje como lo es lo bello e inesperado de Ischia, un relato donde el asombro que le producen la belleza y sus consecuencias confluyen con la espiritualidad de este lugar de vírgenes y calor, playas desiertas y aguas transparentes. Ischia, donde la apariencia de lo sencillo y más auténtico se desploma sobre la vida como un sueño de verano. Pero es sin duda en Tánger, donde el universo que se circunscribe entre el cielo azul y la tierra caliente consigue que el mundo viajero y literario del autor se detenga en un tiempo de chismorreo y casbah; un tiempo en el que detener la mirada en las intrigas y los amaneceres más inesperados sobre una duna en la playa. Capote, en esta ocasión, nos retrata ese flujo de nómadas que se dieron cita en Tánger (la ciudad azul) bajo la necesidad de ser uno mismo sin preocuparse de los demás. Una multiplicidad de personas entre los que se encuentra Jonny, álter ego de la irrepetible escritora Jane Bowles, alma escurridiza y libre, cuya única norma era el sentimiento de orfandad presente en su forma de ser y de entender la vida. 

Los ecos del pasado que subyacen en todos estos relatos de viajes tiene su final en Fontana Vecchia, donde el dulce paso del tiempo, bajo el signo del abandono y la plenitud de una naturaleza que solo respeta sus propias normas anónimas  e inexplicables, es la encrucijada en el que se mueven el deseo y el asombro. Capote se sumerge en este relato en las costumbres y miedos de una población ruda acostumbrada a la dureza de la vida del campo en medio de un edén que no aprecian porque es el lugar en el que nacieron y en el que morirán. Un lugar a modo de refugio de escritores e intelectuales en el que éstos confrontan sus dotes artísticas con la visión de aquello que nunca soñaron ver, por tratarse de algo idílico donde la belleza y la violencia son la antítesis de un universo perdido en el tiempo. Como ocurre en este Color local, donde las brumas de los universos perdidos se dan cita con la memoria del tiempo. 

Ángel Silvelo Gabriel.

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