Arcade Fire fueron épicos dentro de un absorbente ritmo electrónico que marchó acorde a los nuevos y tecnológicos tiempos. Y que disco tras disco se va haciendo más presentes en las canciones del grupo. Sonidos hippies cercanos al folk, al pop o a la música electrónica con matices industriales, que sin embargo, se arroparon bajo largas melodías a modo de sinfonías o pequeñas óperas modernas que a medida que avanzaban nos arrastraban como auténticos relatos, no literarios sino musicales, y muy lejanos a los sonidos actuales, si exceptuamos a las composiciones de las bandas de la nueva psicodelia, que cada vez se hacen con un mayor protagonismo en el panorama musical actual. Todo un recital acorde con una majestuosa sencillez (valga la contradicción) de un efectos visuales basados en un arco de medio punto a modo de ojo que todo lo ve y que se transforma en diferentes versiones cuando la ocasión lo requiere, y al que acompañaban unos rayos láser muy ochenta que se fusionaban con una gran bola de cristalitos que, sin duda, servía de homenaje a la música de los ochenta (incluida la discotequera). Y así se fueron sucediendo sus grandes hits: Sprawl, Tunnels, Rebellion (Lies), etc, que nos llevaron en volandas hasta uno de los momentos más mágicos de la noche, cuando el ritmo se pausó y atacaron The Suburbs y ese Modern man, signo identificativo de uno de los mejores álbumes de la música popular en lo que llevamos de siglo XXI. The Suburbs convirtió a Arcade Fire en un grupo legendario, y ayer nos lo volvieron a recordar.
Tras hora y media de actuación, que acabó con Everything now, retomaron el bis en el pequeño escenario que había en el centro de la pista del Pabellón de Deportes, justo bajo la bola de cristales que no paró de moverse. Allí tocaron el clásico del grupo The Clash Spanish bombs en un guiño al país en el que esa noche tenían bolo dentro de su larga gira europea que continuará por Estados Unidos y Canadá, y que finalizaron con el mítico Wake-up; una canción que todos los asistentes corearon brazo en alto: «Somethin' filled up/ My heart with nothin'/ Someone told me not to cry», hasta el punto de alargarla en una especie de conga con sonido de bongos y la voz de Butler haciendo coros desde que abandonaron el pequeño montículo en el que se encontraban hasta su llegada a los camerinos. Una nueva muestra de esa épica tan particular que acompaña a la banda, y que también se traduce en el eco de fueron dejando a modo de rastro sonoro en todos sus seguidores.
Ángel Silvelo Gabriel.
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