Luis, el protagonista de Los dioses perdidos se encuentra atrapado por un pasado que nunca imaginó que existiera en su familia. De ahí, que busque un futuro sin recuerdos y sin la perversa necesidad de mirar atrás, porque como decía Saramago al modo de un innato explorador: la tierra espera. Lo que él no sabe, y tardará en descubrirlo, es que la verdad, aquella que él ansía encontrar, reposa más allá de lo obvio. Decía Pessoa que la vida es un «teatro de máscaras» cuyos «moldes de realidad» conforman «el álgebra del misterio». Un misterio en el que se embarcará nuestro protagonista para desentrañar el oscuro devenir de la existencia de su abuelo de la mano del poeta portugués Fernando Pessoa y de la inmensidad de su vida interior y de su obra. Llegar al alma de Pessoa es complicado, porque su universo es un conjunto de sombras y fantasmas que no dejan huellas en el camino. Luis enseguida se da cuenta de ello y sabe que tiene que adivinarle más allá de la línea de lo obvio, entre las luces y las sombras de sus paradojas, a lo largo y ancho de las múltiples voces de sus heterónimos y en la reinterpretación de los ismos que inventó y con los que situó a Portugal en el mapa europeo de la cultura. No es extraño, entonces, que esta novela sea un collage espontáneo de palabras y frases, dudas y sentencias, donde Pessoa emerge en la vida de Luis sin necesidad pensarlo, como si todo a su alrededor fuese un mundo conformado de marionetas en la mano del tiempo. «Una geometría del abismo», así lo definió él. «Mi destino pertenece a otra Ley […] y está cada vez más supeditado a la obediencia a Maestros que no condescienden ni perdonan.» Esos Maestros, en este caso, son los que conforman los dioses perdidos que dan título a esta novela; una metáfora con la que su autor, Ángel Silvelo, escenifica la posibilidad de conjugar la palabra DIGNIDAD como el hallazgo vital que nos permita seguir adelante.
Ahora que la sociedad ha renunciado al poder de las palabras, Los dioses perdidos nos permite revisar ese proceso destructivo que supone el final de una época. La historia que se nos narra trata de ser el eco de una metáfora que no para de dar vueltas dentro de nuestra cabeza y nos posibilita volver a tener esperanza en aquello que de verdad importa. En este sentido, la metaliteratura es el cauce elegido por el autor para mostrarnos que, aunque sea imposible, merece la pena intentar atrapar la luz con tan sólo cerrar nuestra mano. Un deseo imposible, como en muchas ocasiones es imposible el amor o la renuncia a la tiranía del móvil y las redes sociales. Ese último resquicio, a través del que avistamos la esperanza, en la novela se transforma en un espacio donde se concitan pensamientos, ocurrencias, paradojas, poemas y un falso diario con el que nos vamos tropezando acompañados por Pessoa y la sensibilidad extrema de aquel que nació adelantado a su tiempo y se sintió extraño en su entorno y dentro de sí mismo.
Los dioses perdidos es un falso diario que, en muchas ocasiones, utiliza palabras tales como: alma, esencia, vida, sombra, fantasma, reflejo, espejo…, pero en el que también están presentes el amor y Lisboa; una encrucijada, contradictoria e imprescindible a la vez, en la que gracias a Pessoa podemos divisar la línea del horizonte y pensar que otra vida es posible.
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