martes, 10 de diciembre de 2024

MIS MEJORES LECTURAS DEL AÑO 2024

1.- GRAHAM SWIFT, EL DOMINGO DE LAS MADRES: ¿QUÉ ES ENTONCES CONTAR LA VERDAD?


¿Hay algo más difícil que detener el tiempo? No el que transcurre tras cada movimiento de las manecillas de un reloj, sino aquel que, en nuestra mente, deja a nuestros pensamientos fuera de este mundo, por su carácter envolvente e hipnótico. Esa sensación es con la que Graham Swift consigue atrapar a sus lectores en esta novela-tiempo que es El Domingo de las Madres. Una historia de historias por la capacidad de envolver en una única narración dos vidas: la realmente vivida y aquella que se quedó parada en un domingo soleado del mes de marzo de 1924. Sin embargo, esa nueva vida en algún momento de nuestra existencia echa de menos a la que no fue, lo que conlleva la necesidad de volver atrás. A través de los recuerdos. Y mediante el juego azaroso de intentar atrapar el tiempo. Aquel que un día lo dejó todo en un estado indeterminado, inconcluso, fugaz, como el deseo que explota sin otra medida que la pasión, y una imperiosa atracción hacia la verdad. Aquella que nunca fue real, y que sólo podemos inventar, fabular, ficcionar…, o simular que la cogemos durante un instante entre nuestras manos: «¿Qué era exactamente, entonces, lo de contar la verdad? ¡Los lectores quieren siempre que hasta la explicación se explique! Y cualquier escritor que se precie los engatusará, los azuzará, se los llevará al huerto. ¿No era lo bastante obvio? Se trataba de ser fiel a la materia de la vida, se trataba de intentar capturar, aunque jamás se logre, la percepción misma de estar vivo.» 

2.- SAM SHEPARD, ESPÍA DE LA PRIMERA PERSONA: EL DESDOBLAMIENTO DEL FIN DEL MUNDO


Todo gira a su alrededor, pero él, sólo observa. Observa y espía… espía el fin del mundo. Sumido en esta metáfora que abraza con fuerza el final de la vida, Sam Shepard explora el final de la suya. «No acostumbro a ser una persona suspicaz. No voy por ahí volviendo la cabeza por si acaso. Pero tengo la sensación —no puedo evitarlo— de que alguien me observa. Alguien quiere saber algo. Alguien quiere saber algo sobre mí que ni siquiera yo mismo sé». Ese desdoblamiento en dos de la misma persona que representa el antes y el después, el pasado y el presente, la vida y la muerte, es al que el gran dramaturgo y escritor norteamericano se emplea, poco antes de morir, para dejarnos este testamento vital y literario que se apoya en la sensación de extrañeza que se apodera de uno cuando lo que cree haber observado hace un momento ha desaparecido y la vida deja de ser lo que fue para convertirse en un espectro que nos engaña. Esa transmutación, si se quiere fantasmal, es el aura que transita por las páginas de Espía de la primera persona, una singular y lírica búsqueda de ese otro que es uno mismo. Una búsqueda que es el reflejo del antes y el ahora y la perplejidad de un presente al que asistimos alejándonos de él relacionándolo en tercera persona, como si de esa forma nos distanciásemos del dolor y el miedo. Una huida fallida, sin duda, porque el otro es el extraño que observamos y espiamos desde el fin del mundo, igual que lo haríamos con la perplejidad que nos abruma y consume a cada instante en el que intentamos atrapar el tiempo sin conseguirlo. Esa perplejidad es la emplea Shepard en este recorrido de recuerdos y sensaciones para mostrarnos con entereza el universo que le acoge, y en el que se dan cita, imágenes que evocan el desierto, a los inmigrantes de la población donde vive o a las serpientes de cascabel. Flashes que reproducen la soledad y el peligro ante la muerte. La misma que visita a la historia de Jay y Aubra que se prolonga a lo largo del libro. Un desdoble más del espíritu y los recuerdos de Shepard en su último periplo.
 

3.- STEFAN ZWEIG, EL MUNDO DE AYER: EL MALTRECHO ANHELO DE LA UNIÓN ESPRITUAL DE EUROPA


«Acojamos el tiempo tal como él nos quiere». Esta frase de la obra Cimbelimo de Shakespeare abre estas memorias de un europeo, que el escritor austríaco Stefan Zweig tituló como El mundo de ayer. Esta frase, en sí misma, tiene la peculiaridad de ser como una doble página de una misma idea. Por un lado, porque nos traslada al pasado y nos invita a recuperar aquello que nos aconteció, y por otro, porque manifiesta un deseo: convertirnos en una materia porosa del tiempo que nos ha tocado vivir como si fuésemos una parte de un falso presente, ya que el tiempo pasado lo es. Además, también podríamos darle al menos un tercer significado: el del viaje como trayecto vital que nos dispone a tener que elegir entre varios itinerarios. En este sentido, Zweig opta por el más complejo: «Desde mi primera pieza, Tersites, nunca me había dejado de preocupar el problema de la superioridad anímica del vencido […] tratando de ayudar a los demás me ayudé a mí mismo». Esa ONU ambulante en la que Stefan Zweig convirtió a su vida le llevó a conocer, primero Europa y, más tarde, parte del resto del mundo. Ahí, en ese deambular, donde no eran necesarios ni los pasaportes ni las fronteras, inició un largo trayecto que le trasladó desde la sociedad tranquila de la Viena que le vio nacer al caos que se implantó en toda Europa y el mundo con las dos Guerras Mundiales. Antes de que todo eso llegara, el escritor austríaco nos muestra una sociedad en la que su vida está impregnada de arte, y de la especial sensibilidad que sus conciudadanos muestran hacia la cultura. Un modo de estar en la vida con un único afán: el de ser los mejores. Esa explosión cultural en la que se desarrolla la primera parte de su vida le lleva a aborrecer el gimnasio —nombre con el que se conocía la escuela o el instituto—, y le lleva a lanzarse a esa otra vida que existe fuera de él, junto a sus compañeros. De ahí nacerán su interés por la música y la poesía, que desembocará en la publicación de sus primeros poemas. Unos versos nacidos de su pasión por el lenguaje y alejados de la experiencia. En este sentido, es llamativo el apartado que reserva a la iniciación sexual de su generación, encorsetada por la forma pacata y distante de llevarla a cabo, ya que se circunscribía a los gestos, las miradas, o las visitas a las casas de citas para burgueses. Sin embargo, lo más importante de este despertar a la vida lo constituye su acceso a la universidad, y el hecho de que tras publicar sus primeros poemas conoce a Theodor Herlz, el redactor del folletín Neue Freie Press, al que presenta un pequeño trabajo poético que le publicará; una noticia que le llevará a ganarse el respeto de su familia y a trasladarse seis meses a Berlín donde continuará con sus estudios universitarios. Es estancia en la capital alemana, por primera vez en su vida, le permitirá abrirse a la vida con total libertad. Este hecho, sin duda, marcará su ritmo vital para siempre, porque más adelante le abrirá las puertas de muchas ciudades europeas (Zurich, París, Londres, Roma, Ostende, Munich…) y, sobre todo, a entrar en contacto con grandes personalidades culturales de su tiempo: Rudolph Steiner, Rainer Maria Rilke, Rodin, Yeats, Walter Rathenau, Romain Rolland, Maxim Gorki, etc. Por ejemplo, su encuentro con el poeta Emile Verhaeren, del que dirá que: «en aquellas tres horas llegué a querer a la persona tanto como la he querido después toda mi vida», le influirá de tal modo que cambiará el inicio que tenía proyectado acerca de su obra literaria, dado que, tras conocerle, decidió dedicar sus próximos dos años a traducir la obra completa de éste. Un trasunto que marcó de una forma definitiva su posicionamiento creativo, y también le llevó a reforzar su afición por el coleccionismo que, al principio fue acumulando en una casa de las afueras de Viena. Allí depositó, por ejemplo, el dibujo Rey Juan de William Blake adquirido en el Museo Británico de Londres gracias a su amigo Archibald G. B. Russell (un dibujo que desde entonces le acompañará ya casi toda su vida). O también uno de los poemas más bellos de Goethe, así como autógrafos de poetas, actores y cantantes; manuscritos originales (una página de una galerada de Balzac), o los borradores de poesía o composiciones musicales. 

4.- TRUMAN CAPOTE, PLEGARIAS ATENDIDAS: EL ÚLTIMO CANTO DEL CISNE


Se suele decir que la realidad supera a la ficción cuando nos acercamos, o nos acercan, hechos que consideramos como insólitos o no creíbles por el poder que tienen de superar con creces todas las situaciones posibles que hemos sido capaz de imaginar a lo largo de nuestra vida. Truman Capote lo sabía mejor que nadie y, quizá por eso noveló las vidas ajenas, para darles una forma más digna y literaria a la realidad que vivían. Un privilegio de vida acomodada y alcahueta —en el caso de Plegarias atendidas— que su novela de no ficción A sangre fría le proporcionó. Esa subida a los altares que tanto pretendió desde su malograda infancia tuvo en esta incompleta Plegarias atendidas el último canto del cisne que él deseaba comparar con En busca del tiempo perdido de Marcel Proust; una obra que debía ser total y un ajuste con la vida que, en un principio nunca tuvo, y más tarde malogró al no ser capaz de controlar su ego y sus excesos con el alcohol. Uno, por su capacidad de no conocer límites a la hora de destruir las vidas ajenas que él pretendía inmortalizar bajo su pluma; y otro, por la desmesura que lo hizo cuando intentó asomarse al abismo de la autodestrucción. En este sentido, Plegarias atendidas —compuesta por tres relatos: Monstruos vírgenes, Kate McCloud y La Côte Basque— es la constatación de su ilimitada fortaleza cuando su mundo gira entorno a la perversión, y donde su recreación se mueve alrededor de la literatura y el arte de la seducción, basados ambos en la provocación como materia prima. Capote parece decirnos que si no hay límites no hay pecado, o posibilidad de sentirse herido si eres el foco de su lujuria literaria, pues él, como buen falso e icónico dios, te salvará del anonimato que por mucho dinero que tengas rodea a tu vida. Esta crónica de crónicas tiene una última redención en el uso de la palabra. Magistral, por otra parte, cuando el genio del escritor norteamericano se muestra indolente con todos y consigo mismo. Esa ansia irrefrenable de querer morir matando es una muestra más de su mordacidad y de la constatación de que para él la literatura y su esencia están por encima de cualquier otra consideración, porque en esta recopilación de relatos asistimos sin remordimiento alguno al retrato espeluznante de unas vidas que el gran estilo de Capote, a la hora de narrar historias, se muestran como un narcótico que te posibilita disfrutar de aquello que estás leyendo sin apenas ser consciente de su infinita crueldad. Irónico, a la vez que soez. Observador e hipnotizador en sus diálogos y en las caricaturescas caracterizaciones de sus personajes, Capote vuelca sobre su escritura la maestría del fabulador que interpreta y reinterpreta la realidad, y lo hace en un viaje que va desde el sur de los EE.UU a Nueva York. Del anonimato al estrellato. De la inocencia perdida al flirteo consciente de su fin. De la finalidad material de sus propuestas a la ambición literaria que conllevan cada una de ellas. Ese mundo interior, convulso por apasionado, y aterrador por destructivo, es el que sigue las líneas generales de las narraciones presentes en Plegarias atendidas, un romance á clef en el que el verdadero y genuino personaje de todas es el propio escritor tras la careta de su protagonista P.B. Jones. 

5.- MARGUERITE DURAS, EL AMANTE DE LA CHINA DEL NORTE: LA POLIFONÍA DE LOS ECOS DEL AMOR A TRAVÉS DE LOS RECUERDOS


La vida va y viene, y en ese tobogán de idas y venidas, días y estaciones, el tiempo nos trae otras vidas, otros recuerdos que estaban dentro de nosotros para llegado el momento reclamar su protagonismo. Algo así le ocurrió a Marguerite Duras cuando se enteró de la muerte del protagonista chino de esta novela en el año 1990. De ese amor fragmentado en recuerdos nace esta historia ya narrada en su anterior novela El amante. Una historia que, al contrario que la antedicha, profundiza más en la historia familiar de la autora compuesta por la madre, su hermano mayor, Paulo su hermano pequeño y Thanh, el joven camboyano que adoptó su madre y a quien la escritora dedica la novela. Con un lenguaje entrecortado, fílmico por la brevedad de las frases y la estructura de los párrafos, Duras nos va narrando los momentos y las escenas que vivió en Indochina cuando apenas tenía 15 años. Ese tul del tiempo que lo entrevera todo y no nos deja adivinar con nitidez nuestro pasado es el que la autora aparta para afrontar cara a cara su pasado y ese primer amor del que nunca se recuperó. Quizá no hay nada más perverso que ser víctima de ese primer amor que te marca durante toda la vida si sólo se alimenta de los recuerdos. Pero, en este caso, la icónica Duras juega con él y los destellos que logra captar a través del tiempo y los ecos que éste produce son únicos y magistrales, porque esta reescritura de una misma historia es un texto perfecto y sublime en cuanto a los ecos del pasado que se hacen presentes y su poder de repetición. Pocos autores como Marguerite Duras han logrado dar a la repetición la categoría de esencia. Esencia domesticada por su forma de narrar y dejar en el aire una idea, un espacio o un sentimiento. Una indeterminación de la vida que nos recuerda a cada instante su fragilidad. 

El amante de la China del Norte nos sumerge en el mundo de los deseos y los miedos que éstos conllevan cuando se trata de romper barreras temporales y costumbres ancestrales que, sin embargo, serán la razón del fracaso de una relación condenada a morir desde un principio. De ese tormento surge y se afianza la relación entre la niña de quince años y el chino de veintisiete. De su apasionado encuentro nace una oda a ese fanatismo de los sentidos que conocemos como amor. Amor pleno de pasión y llanto, cercanía y distancia, rito y trasgresión.

6.- DELPHINE DE VIGAN, NADA SE OPONE A LA NOCHE: LA MIRADA HACIA LA VERDAD Y SUS MÚLTIPLES VERSIONES


Nada se opone a la noche
 es una novela-búsqueda. De los otros, pero también de uno mismo a través de los otros, y de nuestras propias experiencias. Esa mirada ambivalente es la que se refleja en cada página de esta novela arriesgada por la temática que trata y profundamente conmovedora por el modo en el que lo hace. El estilo directo en forma de diario de investigación en el que se agolpan los recuerdos, los sentimientos encontrados, y las verdades que permanecían ocultas, hacen de este relato familiar un todo trasgresor de las buenas costumbres o comportamientos sociales, para acercarse al horror de la barbarie que todos tenemos en nuestra cara oculta, aquella que no dejamos ver salvo cuando perdemos la consciencia de la realidad. Esa ambivalencia entre el exterior y el interior es la que le posibilita a Delphine de Vigan escribir un fresco al natural de toda una familia, y lo que es sin duda más importante, de toda una época en la que asistimos atónitos muchas veces a los modos y costumbres que nos parecen testigos de un pasado muy lejano y, sin embargo, no lo son. Su valentía a la hora de ofrecernos esta desgarradora crónica de la vida de su familia posee el don de la multiplicidad, por ser ese el elemento en el que la escritora basa su relato que, en el plano formal, está escrito con brillantez por el reflejo de verdad que desprende, y articulado a través de párrafos cortos o largos que la permiten dibujar múltiples matices de cada uno de sus familiares en un mismo capítulo, y al lector, tener una visión más amplia de lo narrado. 

7.- PAUL AUSTER, BAUMGARTNER: LA SOLEDAD DEL TIEMPO


El tiempo, en ocasiones, se convierte en una balsa sobre la que flotar a través de los recuerdos. El pasado visto de esta forma es un remansiño de paz que busca lo que otrora nos hizo felices y, por ello, regresamos a él en busca de aquellos acontecimientos en principio triviales y que sin embargo reposan en nuestra memoria de una forma indeleble. Y si lo hacemos es para alzarlos a la categoría de mitos. Mitos de una vida trazada con mano temblorosa, lo que no impide que los veamos con firmeza o los hayamos experimentado con la fuerza más poderosa del mundo. En este sentido, la literatura es una buena forma de trabajar el tiempo. La soledad del tiempo podríamos decir si nos acercamos a la última novela que Paul Auster publicó antes de morir. Esta elegía sobre Anna, la esposa fallecida del protagonista, le sirve al autor para desdoblarse en dos: lo que fue y lo que ha sido. De ahí, que Paul Auster sea Baumgartner, y Baumgartner Paul Auster, en una sucesión ilimitada de giros, experiencias y vicisitudes cotidianas que de una u otra forma siempre nos llevan hasta el azar o, mejor dicho, a la importancia del azar en nuestras vidas, y más, en la biografía literaria del escritor norteamericano como nos demuestra al inicio y al final de esta novela. Un contrapunto de la sociedad actual en la que muchos se creen inmortales cuando, sin ser conscientes de ello, una ligera brisa puede acabar con sus vidas y borrar de su espíritu la voluntad del junco de volver siempre al lugar y forma iniciales. Nuestra capacidad, por tanto, de volver a ser aquello que fuimos nos es extirpada desde el instante que nacemos, salvo claro está, que volvamos a hacerlo a través de los recuerdos. Auster, en esta ocasión, lo intenta mediante los textos intercalados de la mujer de su protagonista, Anna, lo que le sirve al autor para hablar de sí mismo a través del otro. Un estilo indirecto con el que quiere marcar una distancia entre el pasado y el presente. Un presente, sin embargo, impregnado del pasado. Ese mirar atrás y el regreso a su juventud y, la intrínseca necesidad de recuperar la felicidad que un día se tuvo, nos hablan de un final, un final tranquilo que convierte a esta novela en un largo epitafio literario que lucha contra la soledad del tiempo. Una actitud de estar en la vida que Sam Shepard expresa de una forma brillante en la que también fue su última novela, Espía de la primera persona: «Hay momentos en que no puedo evitar pensar en el pasado. Sé que es en el presente donde hay que estar. Siempre ha sido el sitio en el que estar. Sé que gente muy sabia me ha recomendado permanecer en el presente el mayor tiempo posible, pero a veces el pasado se presenta sin previo aviso. El pasado no aparece por completo. Siempre reaparece por partes.» Y, Baumgartner, es el despiece de una vida por partes. 

8.- AGOTA KRISTOF, LA ANALFABETA: LAS FRONTERAS Y SUS ESPACIOS CREATIVOS


Atravesar fronteras y espacios. Fronteras de lenguas y esperanza. Del recuerdo de los tuyos que dejaste atrás. Espacios de costumbres y vida. De objetos y lecturas. De libros que no volverás a tocar, y de poemas que nunca más leerás. Apátrida de vicios y virtudes. Rehén del olvido. En esa angosta tierra de nadie Agota Kristof da testimonio de lo vivido y sufrido desde su infancia en Hungría a su vida final en Suiza. Analfabeta de la lengua nueva. Muda de la que conoce y ama. Y, detrás, o en lo alto de una mesa o una estantería, los diccionarios. Herramientas que son como un láudano que todo lo cura. El dolor y el desasosiego. La mirada perdida y el silencio, sobre todo, el silencio. En el relato autobiográfico, La analfabetaAgota Kristof ejerce de exploradora. Se trata de una exploradora muy especial que parte de la necesidad y la sencillez para embarcarse en esa gran tarea que es explorar las fronteras y sus espacios creativos. Espacios repetitivos, anónimos, tenaces por lo que tienen de búsqueda. De sí misma y de los otros. De esos espacios físicos que dividen los países, y lingüísticos que incrementan la soledad y el sentimiento de éxodo. La analfabeta es un viaje a la infancia y sus recuerdos. A la sencillez, arrebatada por la imposición de una realidad suicida. Al sentimiento de vacío que produce no pertenecer a ninguna parte. Apátrida más allá de la banderas y las fronteras. A ese terreno movedizo Agota le imprime su fuerza y su carácter. Una determinación que primero la llevará a aprender a hablar una nueva lengua, aunque no sepa cómo se escriben sus palabras. Las palabras llegarán después, con los diccionarios. Y más tarde las lecturas, y con ellas, la visualización de ese rayo de esperanza que es la escritura. En un momento dado de este relato, su protagonista nos dice que primero es leer: «Leo. Es como una enfermedad. Leo todo lo que cae en mis manos, bajos los ojos: diarios, libros escolares, carteles, pedazos de papel encontrados por la calle, recetas de cocina, libros infantiles. Cualquier cosa impresa /Tengo cuatro años»; y luego escribir: «Las ganas de escribir vendrán más tarde, cuando el hilo de plata de la infancia se haya quebrado, cuando vengan los días malos y lleguen los años de los que diré: “No me gustan”». Años más tarde, y de ese modo, llegará a traspasar la frontera de la lengua francesa del país en el que reside, o lo que ella llama desierto. Desierto social, cultural… 

9.- VICENTE VALERO, EL TIEMPO DE LOS LIRIOS: LA IMPORTANCIA DE LA CONTEMPLACIÓN Y EL SILENCIO


El tiempo de los lirios
 representa la importancia del viaje como instrumento esencial que nos sirve de descubrimiento, asombro y divulgador de cultura. Elementos que obviamos en nuestro día a día, y que siempre se encuentran a nuestro lado, pues sólo hace falta pararse a mirar aquello que nos rodea para encontrar algo que nadie antes ha visto y, como si fuésemos unos plateros, sacarle el brillo que merece para, porque como dijo Cézanne: «Ver es pensar». A través de este compendio de sabiduría Valero nos abre la puerta y la mirada hacia esa búsqueda de la belleza que es única, por ser la expresión de lo que el ser humano es capaz de alcanzar cuando se propone conquistar las metas más altas en cuanto a su percepción estética, mística o existencial. Hay algo mágico, por inusual, en las jornadas de este viaje, porque nada más comenzar a leer sus páginas somos conscientes que estamos ante una flor en primavera: hermosa, esbelta y llena de luz. Una flor que se abre con la luz que nos invita a sumergimos en un mundo, el espiritual, que no para en su ambición de indagar por las entrañas del alma de los personajes a los que se acerca, pero tampoco en lo que respecta a su mirada hacia la naturaleza, porque el paisaje se nos presenta como un corolario infinito que abarca la totalidad del cuadro que se nos muestra. Lienzo que maneja los tiempos del viajero y, de aquello que observa y ve, de una forma pulcra, casi monástica, como son sus acotaciones culinarias o sus referencias a las vías por donde se desplaza para visitar localidades, iglesias o museos locales a los que nadie va salvo aquel que conoce los tesoros que guardan y exhiben. Luz, una vez más, sobra la oscuridad que nos gobierna y padecemos. Una nueva Edad Media, en este caso tiranizada por la tecnología, que cada vez más nos aleja de lo que somos: personas. Almas que, en cualquier caso, necesitan de la importancia de contemplación y el silencio. 

10.- HILARIO J. RODRÍGUEZ, EL AÑO PASADO EN MARIENBAD: RETOS CONTRA EL ABISMO QUE REPRESENTA EL PASO DEL TIEMPO


El poder de la evocación es infinito, tanto o más que la percepción del tiempo. Quizá porque la evocación es una forma de reivindicar el tiempo. El tiempo absoluto, por lo que ésta tiene de dinamizadora del pasado, el presente y el futuro. La evocación es un eco que repercute en nuestra memoria para ofrecernos la posibilidad de volver a ser o hacer lo que una vez fuimos o hicimos. Entonces, ¿qué es pasado, presente o futuro cuando todo se congela en el instante en el que lo hemos vivido? Incapaces de detener el tiempo jugamos a recordarlo, experimentarlo o imaginarlo. La literatura, o sobre todo el cine, es el perfecto simulador que congela las manecillas del reloj, inmiscuyéndonos en una ficción paralela a la realidad, lo que la convierte en una fuerza tan poderosa como el tiempo. Sin embargo, por mucho que nos engañemos esta artimaña no deja de ser un truco de magia. Falso, claro, porque detener una imagen no significa detener el tiempo, sino transportarlo a lo que fue y ya no es, o quizá hasta lo que algún día soñaremos. En este sentido, Hilario J. Rodríguez cuando nos acerca a la película de Alain Resnais y Alain Robbe-GrilletEl año pasado de Marienbad, ejerce de mago (sin trampa ni cartón) capaz de parar el tiempo para, de ese modo, hacerse dueño del pasado, el presente y el futuro a través de los recuerdos y las palabras (no cabe mayor oxímoron que el subtítulo de la contraportada: Recuerdos del futuro). Esa imagen fija que nos va proporcionando Hilario capítulo a capítulo nos muestra la importancia de lo dicho y experimentado, para a partir de ahí crear un texto nuevo y una nueva película donde el tiempo ya es otro, porque se trata de un espacio en el que, mediante la invocación de otros, de sus películas y sus novelas, nos lleva hasta la evocación de una singular forma de hacer arte (por original y distinta) mediante los ecos que representan cada una de las palabras que conforman este ensayo. Un análisis magníficamente documentado de lo que puede representar para algunas personas una película que, como toda obra maestra, transita más allá de los límites cinematográficos para adentrarse en el subconsciente colectivo de una generación de cineastas, críticos y espectadores. 

Ángel Silvelo Gabriel.