lunes, 13 de octubre de 2025

YO, CAPOTE, DIRIGIDA POR MANUEL VELASCO BAJO LA IDEA ORIGINAL DE DÁMASO CONDE: UN SUEÑO ENTRE TINIEBLAS

 


El destino nos acaba juzgando más allá de la percepción que cada uno tenemos de nosotros mismos, quizá, porque hay barreras que no nos atrevemos a atravesar y, sin embargo, el paso del tiempo derriba de una forma autoritaria, por lo que tiene de dilapidación de nuestras fantasías y anhelos. ¿Quién no ha soñado con ser famoso, una gran estrella de cine o un escritor reputado? Anhelos que rara vez se cumplen y dan paso a la estricta realidad. Anhelos que se convierten en espejos oscuros que no reflejan nuestros deseos y dejan huellas que nosotros no consideramos del todo ciertas, pero que son el resultado que nos persigue en la vida y, también, el que trasciende tras nuestra muerte, pues la huella indeleble que dejamos en el mundo no es la misma que los demás ven o, sobre todo, reinterpretan. A este gran reto se ha enfrentado Dámaso Conde al escribir e interpretar Yo, Capote. Un sueño entre tinieblas que recorre parte de las obsesiones y adicciones del genial escritor norteamericano; un ser humano que se devoró a sí mismo e incluso se ahogó en su propio vómito. De esa última noche en la vida de Truman Capote surge como un ave fénix —pleno de acierto tanto en la interpretación como en la concepción del escenario en el que se desenvuelve— el personaje escrito e interpretado por un Dámaso Conde que da vida de una forma muy convincente, a la vez que magistral, a un Capote valiente, borracho y trasgresor que, también, se auto infringe un castigo descomunal en ese delirium tremens al que asistimos a lo largo de una hora, donde el montaje y la escenografía tienen un papel fundamental e inteligente del universo que vivió y al que se enfrentó el genial escritor que definió a Jane Bowles como Cabeza de gardenia, un adjetivo que podría valer también para sí mismo, por lo que dicha planta tiene de carácter ornamental, y por representar la gracia femenina, la sutileza y el mérito artístico, todas ellas cualidades presentes en la vida y obra de ambos. 

Yo, Capote recorre algunas de las obsesiones —quizá las más importantes— del escritor y que, en la obra de teatro, vienen protagonizadas por la madre, interpretada por Macarena Gómez —a la sazón productora de este montaje— de una forma telemática a través de unas imágenes perturbadoras, deliciosamente estéticas y, sobre todo, alumbradoras del carácter de una madre que quiso que su hijo alcanzase el éxito que ella siempre deseó y por el que luchó toda su vida. Sin embargo, Truman, con su voz aflautada como de trino de un pájaro, y sus movimientos amanerados —que tan bien interpreta Dámaso— se alejaron de la imagen que su progenitora deseó de él. De ahí nace un distanciamiento y una tortura infinita que no le abandonaron nunca. En esos fantasmas que le acompañan en su última noche también tienen cabida sus famosos cisnes, que tan bien retratados salen en la serie, Feud: Capote contra los cisnes, basada en el relato La Côte Basque y que en esta ocasión se centran sobre todo en Babe Paley —alma gemela del autor—; o el ajuste de cuentas entre Perry Smith el asesino protagonista de A sangre fría, interpretado por Jorge Monje que, esta vez sí, le da contrarréplica en un escenario que ambos recorren entre hielos y copas cargadas de alcohol. De ese desfase nacen las penurias, verdades y mentiras de un personaje que en demasiadas ocasiones se confunde con la propia persona. Espejo ambivalente de una vida que, pasará a la posteridad, por ese libro de fama mundial que es A sangre fría. Sin embargo, Truman Capote es mucho más que todo eso, porque su capacidad de observación y su perfecto estilo literario lo harán figurar por encima de sus provocaciones, a veces sin sentido, pero otros con toda la intención, como uno de los grandes escritores del siglo XX y en la reivindicación de un mundo tutelado por la ambivalencia entre la genialidad y autodestrucción como elementos de un mismo juego al que podríamos definir como el de un sueño entre tinieblas. 

Ángel Silvelo Gabriel.

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