miércoles, 12 de octubre de 2011

UN HOMBRE SOLTERO: LA PRECIOSISTA ESTÉTICA DE LA PÉRDIDA.

A veces la vida de un hombre, se reduce a aquello que le ocurre durante un solo día. Este es el arriesgado marco narrativo en el que se ha basado Tom Ford para mostrarnos un film que gira en torno a la pérdida, el desconsuelo y la necesidad de desaparecer del mundo donde ya no se encuentra la persona amada. La estrategia que emplea el director y antiguo modisto de la casa Gucci no es nada original, pero sí lo es la forma en la que lo hace. Su personal concepto de ver y entender el cine, está presente en cada plano, donde la duración de los mismos y el lento pero efectivo movimiento de la cámara, nos hacen reposar nuestra mirada no sólo en los actores, sino en todo lo que les rodea, porque cada objeto y su elección, está perfectamente estudiados hasta el más mínimo detalle. En este sentido, Un hombre soltero es una película preciosista en lo estético y pulcra en lo sentimental, y Tom Ford se basa en ambas premisas para presentarnos este drama sentimental, donde un hombre apuesto de 52 años, profesor de Universidad y homosexual en los EE.UU. de 1962 (que se encuentran en plena crisis de los misiles cubanos) deambula a la deriva en su mundo interior. Un personaje al que da vida una magnífico Colin Flirth, que de nuevo nos da una lección de interpretación con esa aparente frialdad británica en la exposición de los sentimientos más dramáticos y profundos que merodean a la muerte de un ser querido. Este es otro de los puntos fuertes de este film, porque le hace mucho más creíble a pesar de lo grotesco de alguna de las situaciones que se nos muestran, y al que da réplica (aunque sea corta) Julianne Moore, que al igual que su compañero de reparto, está a gran altura.

Un hombre soltero está basada en la novela homónima de Christopher Isherwood, que junto a la música de Abel Korzenioswski y la fotografía de Eduard Grau, se comportan como perfectos hilos conductores de una historia que busca la belleza a través de la muerte; un viaje nada placentero, pero en el que resalta la magnífica luz que acompaña a las bellas imágenes que se nos muestran. Un cuidado planteamiento de la estética que nos envuelve en una atmósfera única y que nos hace plantearnos si de verdad puede haber tanta belleza en la desgracia. Aunque en el fondo del ser humano, lo único que de verdad cuenta son los sentimientos que como una fuerza de energía infinita, nos trasladan de acá para allá, zarandeándonos y dejándonos a merced de nuestros instintos más básicos, como en este caso es el amor, porque esta película también es una historia de amor y del camino de soledad que recorre uno de los enamorados, eso sí, envuelto en una preciosista estética de la pérdida.

Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.

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