Hay muchas formas de chillar o de llamar
la atención…, de refugiarse del mundo y sus aristas, del mundo y sus mentiras,
del mundo y sus desengaños. Esa, al menos, puede ser una de las
interpretaciones a extraer después de finalizar la lectura de la recopilación
de relatos Mala
letra de Sara Mesa http://www.anagrama-ed.es/titulo/NH_558,
pues el universo descrito y visitado por sus personajes es muy parecido a una
frontera que divide lo perverso de lo cruel, el hastío de la venganza, la
sordidez de la mala conciencia, es decir, una sucesión de retos en los que todo
parece que se redujera a desenfundar la pistola antes de que lo haga el
contrario y, de paso, se nos invitara, una vez tras otra, a caminar por esa
cuerda floja sin apenas darnos cuenta; una
cuerda que sin embargo nos obliga a mantener el equilibrio y seguir erguidos sobre ella para no
terminar aplastados contra el mastodóntico suelo. Realidad y ficción en
continua lucha contra el último sentido de la vida que no nos permite ni estar
siempre llorando ni tirarnos desde lo más alto del rascacielos de la ciudad. Es,
en ese in-pass, donde se mueven los
relatos de Sara Mesa https://es.wikipedia.org/wiki/Sara_Mesa,
cuyos personajes van a la deriva sin llegar a precipitarse del todo, o donde se
muestran disconformes con el mundo en el que viven sin por ello saltarse las
reglas básicas de la convivencia bajo la que se encuentran aislados.
Asimismo, en sus relatos también hay
algo de ese terror interior que nos asalta a todos cada mañana, justo cuando
debemos hacer frente a nuestras obligaciones, pues los planteamientos de sus
personajes devienen en ocasiones en la animadversión que muchas veces todos
tenemos a decidir entre lo bien hecho y aquello que no lo está (pues todo parece que se resume a una
simple interpretación de las normas), para de ese modo, dar una salida plena a
nuestras emociones, como si la vida fuera un mudo ajuste de cuentas con
nosotros mismos que, sin embargo, cada vez que se queda abortado nos va
destruyendo poco a poco. Por ejemplo, en el relato que abre el libro, El cárabo, la necesidad del miedo y de
sentirse solo para ponerse a prueba, es una forma de alejarse del mundo, pero
también, de uno mismo. Esa huida Sara Mesa la adorna con la
reiteración de adjetivos acotados entre guiones, con los que consigue un ritmo
interno que trata de evitar el despiste de los lectores. Algo que se reproduce
en Palabras-piedra, un relato con un
buen ritmo y un mejor desenlace, donde la repetición de los años de la protagonista
es muy efectista, pues le da una unidad interior a la historia que parece
reproducirse igual que si fuera un omnipresente eco.
Si bien la Mala letra es un ejercicio
de equilibro que en ocasiones nos recuerda el mundo de ficción sugerido por Alice
Munro, como es el caso del cuento que cierra la recopilación, Mustélidos, no siempre la tensión acaba
suspendida del fino hilo de la indeterminación, pues la culpa, la falta de libertad,
los prejuicios, el miedo o la infancia están presentes de una forma tan indeleble
en sus relatos que, en su conjunto, disfrutan de la maestría de alguien que
sabe lo que hace, aunque haya alguno de ellos al que podríamos tildar de menor.
No
obstante, el resultado final es brillante, porque su autora sabe a lo que juega
y, lo que es más importante, cómo quiere incidir en el lector, al que le
infringe esas dosis de malestar que son tan necesarias en la buena literatura.
Así en el relato, Papá es de goma,
esa náusea nos la proporciona la sordidez, el abandono y, como no, la última
necesidad de supervivencia existente en todo ser humano. Sin duda, la autora
nos quiere herir y, con ello, hacernos sentir mal y escarbar en nuestras
entrañas, para de ese modo, atacar de frente a esa conciencia nuestra tan
plácida y abotargada por la sociedad del bienestar, perdón, del consumo, en la
que nos desenvolvemos, por no hablar de la expiación de la culpa y de nuestros
errores, tan presentes en el relato ¿Qué
nos está pasando?, y con los que la autora nos traslada hasta ese territorio
inexplorado que no sabemos que existe dentro de nosotros mismos hasta que nos
hallamos perdido dentro de él, consiguiendo, con ello, explorar nuestras grietas,
y eso, a pesar del miedo y la repulsión que nos proporciona aquello que vemos y
no admitimos, pues somos incapaces de quitarnos esa máscara con la que nos
protegemos de lo que no nos es grato asumir.
Esa tensión con la que tan bien juega Sara
Mesa, la lleva, en ocasiones, a dividir la narración en varias escenas,
para de esa forma, sazonarnos muy poco a poco la información necesaria para
llegar a interpretar o reinterpretar lo que se nos cuenta, repitiendo, incluso,
la frase final de una de las escenas en las posteriores, jugando así, a la
repetición de las imágenes que nos producen esas frases, para conformar de esa
manera, un extraordinario manejo del estilo narrativo.
La Mala letra es un conjunto de relatos
donde asistimos de una forma directa, y sin adornos a la soledad, la sordidez,
el abandono y la tristeza, a los que la autora introduce en un igloo que construye
en mitad de un gran desierto de hielo, para de esa forma, refugiarse del ruido
imperante que nos vuelve día a día más sordos, quizá, porque nuestra única
salvación sea la de ir caminando por la cuerda floja sin apenas darnos cuenta,
para que de esa forma, se nos permita seguir siendo personas, aunque sea a
costa de tener que refugiarnos de un mundo que, cada día más, refleja la
soledad del ser humano.
Ángel Silvelo Gabriel
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