¿Quién puede estar seguro de la
vida que ha vivido? Sobre todo, cuando en nuestra memoria todo aparece
fragmentado. En una especie de neblina que, en ciertos momentos, se desvanece y
nos proporciona algo de luz. Una neblina que nos hace huir. Nos hace huir,
porque en esa visión general que en no pocas ocasiones nos asusta, se encuentra
el más profundo y tenebroso de nuestros recuerdos. Recordar conlleva el peligro
de recuperar la memoria y, con ella, el riesgo de reconstruir un pasado que, a
todas luces, nos resulta extraño. Por lejano. Desagradable. O desalentador. En
esa incertidumbre que envuelve al pasado es en la que se desenvuelve Guy Roland,
el detective que inicia la búsqueda de su vida y de las huellas que ésta ha
dejado en su pasado. Un detective que se busca a sí mismo. Magnífica paradoja
del miedo. Un miedo tenaz que se manifiesta a través de los fragmentos de la
memoria y el olvido sin otro motivo aparente que el de la zozobra. Sin embargo,
cercar tal extensión de tiempo y tantas experiencias vitales es imposible. De
ahí que Modiano no se atreva a abrazarlas al completo, y se
desenvuelva con gran soltura en la fragmentación de un pasado que ni sigue una
línea continua ni se advierte como un legado firme, sino, más bien, todo lo
contrario, pues su reconstrucción es efímera en cuanto a las certezas, pero no
así respecto de las sensaciones. Quizá, porque la vida sea eso: un mapa de
sensaciones. Sensaciones a las que, el paso del tiempo, nos hace volver bajo la
lupa de la melancolía y el miedo.
Patrick Modiano en
esta novela, Calle de las tiendas oscuras y, en su narrativa,
invita al lector a que siga sus pasos y los reinterprete junto a él. Y lo hace
sin miedo a que cada uno de aquellos que se acerque a su obra, la glose a su
manera y camine por sendas distintas a las que él nos propone. Este matiz, no
obstante, carece de importancia, pues la mayor verosimilitud de su narrativa es
la propia búsqueda, de ahí que cada uno de nosotros encuentre en ella aquello
que seguramente echa en falta en su propia vida, y no en la de los
protagonistas de cada una de las novelas de Modiano. Esa seña de
identidad que es la búsqueda sempiterna de la propia identidad, el autor
francés la sitúa en el mapa topográfico y tipográfico de la ciudad de París de
los años cuarenta a los sesenta cuando, de niño, adolescente y joven, recorría
las calles de la ciudad en solitario. Calles impregnadas de cabinas
telefónicas, garajes, soportales solitarios y portales oscuros en los que
esperar la nada. Pues el final último de su búsqueda es la nada de aquel que no
quiere seguir encontrarse a sí mismo, ni al que se perdió sin dejar datos de su
ausencia, como muy bien expresa al inicio de su novela: «No soy nada. Sólo una
silueta clara, aquella noche, en la terraza de un café». Paso a paso. Café a
café. Portal a portal. Modiano nos muestra un París que sólo
existe dentro de su memoria. Un París onírico representado por las luces de las
farolas que iluminan esos espacios oscuros por donde transitan sus personajes a
la búsqueda de una verdad que no existe, salvo en las guías telefónicas que
consultan o en las fichas policiales que les son remitidas por la Prefectura de
la Policía. La perdida del amor y de la esperanza en reencontrarlo, son ese
último eslabón que el autor explora a la hora de dejar constancia de los
fragmentos de memoria y olvido que circundan y coronan esta novela: Calle
de las tiendas oscuras, una especie de caza del pasado.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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