Allí donde las vidas comienzan y
acaban. Allí donde las historias que nos narran descubren todo aquello que se
esconde debajo de nuestra piel. Allí donde los sentimientos no entienden de
convencionalismos porque están atrapados por la pasión del amor, la oscuridad
de la codicia, o el trágico destino de las guerras. Espacios interiores y
exteriores que se entremezclan a medio camino entre el reconocimiento y el
sufrimiento de aquel que entiende su existencia como la necesidad de vivir y
ser amado. Dos pliegues de una misma tela que, sin embargo, al menor descuido
se rasgan y son imposibles de volver a componer. Estos quince relatos de Némirovsky
reunidos bajo el título de Domingo son un canto a la
incertidumbre del fracaso y al miedo a la pérdida. Y son castillos de naipes
que penden de un frágil hálito de aliento que los derribe sin apenas dejar
rastro. En estas quince historias, cuya extensión muchas veces van más allá del
clásico relato corto para acercarse sin miedo a una novela corta, la escritora
ucraniana nos desglosa de una forma inteligente y didáctica todos los valores
existenciales que forman parte de su narrativa. Un estilo narrativo ampliamente
contrastado en las numerosas novelas publicadas en España por Salamandra. Una
de esas características presente en su narrativa es la necesidad de amar
independientemente de la edad que se tenga. El amor está por encima del engaño
y es una necesidad, nos expresa Némirovsky en el relato homónimo
que abre esta recopilación. Una advertencia que también está presente en Las
orillas dichosas, cuando nos acerca al amor visto por los ojos de una mujer
vieja, abandonada y que se dedica a la prostitución. Una forma de ver el amor
que la autora confronta con una joven bella, rica y ambiciosa. El contrapunto,
en este caso, está entre lo ya hecho (pasado), y lo que se va a hacer (futuro).
Como si, en el amor, estuviésemos condenados al fracaso. Un fracaso que nos
nubla el corazón y la ideas. Estos dos ejemplos del amor visto por los ojos y
el prisma de la mujeres abren este libro que, enseguida, recala en uno de sus
mejores relatos, por lo sugerente que resulta y lo distinto que, a priori, se
nos presenta ante el resto. Aíno es un precioso retazo sobre la estancia
de la autora en Finlandia en su huida hacia Europa (París) desde Rusia. La
joven autora que Némirovsky era en esa época es capaz, sin
embargo, de crear un universo donde las descripciones y el ambiente que crea
son ajustados, brillantes, líricos y acertados. Parece que estemos allí, entre
la nieve. En este relato la intriga que crea la escritora de origen ucraniano a
través de Aíno nos lleva a una historia donde el misterio y su desenlace
nos dejan perdidos dentro de esa habitación en la que casi nada permanece.
Domingo también le
sirve a la autora para fijar su mirada crítica sobre los judíos y el poder que
sobre éstos ejerce el dinero, Fraternidad es un buen ejemplo de ello, y
la anciana protagonista de este relato y su hijos así nos lo atestiguan. Una
familia que, por cierto, es devorada por la codicia. La exaltación de las
virtudes y defectos del ser humano también se dan la mano en Los vapores del
vino, una magnífica y extensa metáfora en la que el vino, como exaltación
de la vida, el amor y el sexo, tiene sobre un pequeño pueblo pesquero de
Finlandia. Una exaltación que está por encima de la política y las guerras.
Aquí, mediante unas magníficas descripciones, la autora crea una ambiente, a la
vez, cerrado y lúcido, de los más profundos sentimientos del ser humano y su
necesidad de ser libre. Unas tensiones vitales que también están presentes en Lazos
de sangre, donde unos hermanos se enfrentan a la desdicha del amor. Aquí,
la presencia de la muerte libera tensiones y afectos que, la calma del día a
día, se encarga de borrar. En el amor, como en el resto de las vicisitudes de
la vida, la posición que desempeñamos nos hace egoístas, porque no nos resulta
fácil desprendernos de lo que consideramos como nuestro. Como nuestro es el poder
de prejuzgar en nuestros hijos una postura que nosotros mantuvimos en el
pasado, vertiendo sobre ellos la sombra de nuestro fracaso, tal y como el
ocurre al Sr. Mitaine, el protagonista del relato titulado, Un hombre
honrado, donde Némirovsky, una vez más, enfrenta al hombre
contra sus contradicciones desde el título de la historia, pues ese alma
atormentada por las acciones del pasado transitan por el retrato de muchos de
sus personajes. El dinero, en este caso, y el mal que despierta en el
protagonista, son el hilo conductor de una historia muy bien narrada, sobre
todo, por el perfil psicológico que nos muestra del Sr. Mitaine y de los
personajes que viven en el pueblo de provincias en el que vive. El dinero, de
nuevo, es el canalizador de la vida en El
incendio. Una vida que, de alguna forma, también espera el amor y la
necesidad de experimentar el sabor del deseo una vez más. Un amor y un deseo
que, sin embargo, pueden venir bajo el matiz de la sorpresa de aquello que
nunca imaginamos, ni tampoco supimos vislumbrar en el primer destello de
lujuria del que fuimos víctimas.
En la última parte de esta
colección de relatos la escritora ucraniana se dedica, casi exclusivamente, a
la guerra y las consecuencias que ésta tiene sobre las aparentes vidas tranquilas
de sus protagonistas. Aquí el destino de la confrontación bélica se muestra más
caprichoso que nunca, y resucita o elimina a los seres humanos de una forma tan
arbitraria que es imposible refugiarse de tal maldición. En El desconocido,
el desastre de la guerra que rompe fronteras y familias a ambos lados del
frente se hace presente de una forma sórdida, y la funesta sorpresa del relato
rompe un poco el molde en el que se desenvuelve Némirovsky
habitualmente, pues en ese relato nos habla del desgarro con sumo acierto
mediante una prosa limpia y muy cuidada. En El confidente, como el
cuento anterior, uno de los protagonistas debe hacer frente a una revelación
que le hace pensar que ha estado viviendo otra vida, o una vida de mentira. Sin
embargo, hay ocasiones en las que la verdad no es suficiente para derribar a
nuestros instintos, sentimientos, recuerdos y sensaciones. Esta recopilación se
cierra con el relato El señor Rose, donde la guerra de nuevo se alza
como una luz cegadora del destino de los hombres que se ven obligados a vivir
aquellas experiencias por las que nunca pensaron que deberían pasar, y que
ponen de manifiesto la falta de preparación que los franceses, en este caso,
tuvieron ante la Segunda Guerra Mundial. El azar, de nuevo, se muestra majestuoso
y lúcido sobre las miserias de los hombres. Unas miserias que nos hablan sobre
la necesidad de vivir y ser amado.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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