Todo ser material o inmaterial tiene su contrario. O el reflejo que nos sorprende cuando somos capaces de verlo. Algo parecido es lo que nos muestra Chema Madoz en las 73 fotografías que, bajo el título de Crueldad, nos muestra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Ese nuevo espacio creativo que nos propone, es el que transcurre entre la belleza de lo insólito y la perplejidad que nos produce el miedo. Una belleza y un miedo que nos sugieren historias de rasgos atroces o violentos que no necesitan de la sangre para su expansión en los universos oníricos en los que se encuentran instalados. Esa capacidad de sugerir la tragedia a través de una buena dosis de tintes surrealistas fija su objetivo en aquello que nos resulta atroz, arriesgado, imposible… y sus propuestas nos llegan como los cuchillos que un lanzador abate sobre el aire tratando de esquivar a su diana. Esa destreza de lo minúsculo que es capaz de convertirse en mayúsculo y universal arremete contra los sentidos del espectador en una vuelta de tuerca que busca replantearnos la vida y a nosotros mismos. La magnitud de esos territorios inhóspitos se sacuden una vez tras otra, fotografía a fotografía y dejando al espectador la capacidad de terminar por sí mismo la historia que el artista nos propone en un continuum de espacios abiertos sacudidos por la perplejidad que nos provoca el miedo.
En Crueldad, la vida y la muerte penden de un hilo como lo hace la trampa del tiempo primero imaginada y luego plasmada en un reloj cuyas horas no existen, lo que nos permite adivinar los abismos de los que estamos construidos. Así, la fotografía de los libros olvidados como cuentas ya dispensadas, nos confrontan lo insólito y lo cotidiano, tanto o más, cuando la belleza y la crueldad que ésta engendra conforman un juego de contrarios que nos permite adivinar a un esqueleto y la máscara que lo recubre (otra de las fotografías expuestas).
La sucesión de imágenes extraordinariamente plásticas y sugerentes siguen mediante sogas que esperan a su condenado. Violines con hojas de afeitar capaces de cortar los dedos del músico que se arriesgue a tocarlo. O una pala que busca su tumba. Todos ellas imágenes al servicio de un arte que necesita de la muerte y su vehículo para ser culminados. Objetos minúsculos que recrean la astucia e inteligencia de quien los retrata, y luego de quienes los observan. En una muestra de que la cotidianeidad acepta tantas interpretaciones como uno le quiera dar.
Así se va abriendo camino esta muestra donde nada es lo que parece, como le ocurre a las páginas en blanco de un libro que representan a la muerte o la inadaptación de lo desconocido, tanto o más que la instantánea de los libros acuchillados en ostentosas líneas horizontales que los mutilan en aras de la perversión que representa una sola línea sobre el todo que significa el libro en sí.
Relojes parados por su propia inercia. Orejas rodeadas de espino que nos hablan del peligro y lo imposible, ambos detenidos por el ojo del artista y la imaginación con la que los retrata.
Muros que son cajones de nuestra existencia y esperan a ser abiertos o saltados. Hombres de pie y enganchados a su propio camino. Hombres tumbados en un banco a los que solo se les adivina como si fueran un mera línea horizontal. Cuchillos que miden su propia capacidad de matar o aparecen ya vendados como víctimas de sí mismos…
Fotografías que en su magnificencia plástica buscan la belleza de lo insólito y la perplejidad que nos produce el miedo.
Ángel Silvelo Gabriel.
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