Viajar es explorar la posibilidad del asombro. De ofrecer a la mirada la percepción de lo nuevo. De remover en nuestro interior la textura de los sentimientos y acumular aquello que experimentamos por primera vez a nuestro particular desván de los recuerdos. Los viajes están hechos de recuerdos, y son parte de la materia prima de la que está hecha nuestra memoria. Viajar es también acercarse a lo inexplorado como si fuésemos vampiros de lo ajeno, y tras nuestro paso, modificar el relieve de lo visto u observado a través de las palabras. Palabras que conforman la textura del paisaje, las calles de las ciudades visitadas o el sonido del mar, porque viajar es también hacerlo por los recuerdos de aquello que decidimos ver o visitar. Nada está excluido de las sensaciones que conforman el viaje: el placer o la desdicha, la nostalgia o el miedo, la alegría o el amor. En este sentido, Stefan Zweig recorre Europa antes de que todo se venga abajo y el continente se convierta en la fosa común de los muertos, los huérfanos, los apátridas y los desdichados. Y lo hace con la inteligencia y la necesidad de buscar la incomodidad que muchas veces nos produce lo nuevo sin por ello dejar de entusiasmarse por la belleza de lo que se observa y se experimenta. Sin embargo, regresar a esas ciudades o estados de ánimo del escritor austríaco es hacerlo de la mano de una nostálgica mirada hacia aquello que ya no existe. Su lucha por vivir en una Europa próspera y unidad alejada de las tensiones entre Alemania y Francia nunca se cumplió mientras él vivió. Lejos de ese territorio al que tanto amaba se dejó llevar por la peor de las condenas: la muerte. Un viaje interior que decidió recorrer demasiado pronto. Antes de llegar a ese punto y final, Zweig nos dejó una extensa obra y una mirada sobre la vida y Europa llenas del dinamismo e inquietud de aquel que observa su día a día con el entusiasmo del que siempre viaja en compañía de la esperanza.
Viajes es una recopilación de artículos de viaje que nos muestra a distintas ciudades de Europa desde Odense (1902) a Londres (1940). En ese basto período de tiempo Stefan Zweig visita, por ejemplo, Brujas, a la que retrata como silenciosa, tenebrosa, oscura, cargada de matices negros, y ataviada del silencio de la muerte que ha marcado su propia historia de guerras, epidemias… Aquí, con su gran capacidad de observación, Zweig nos recuerda que solo los cisnes blancos de sus canales parecen presentar batalla a sus negras leyendas. Historias escondidas bajo el recogimiento de unas calladas monjas con sus togas blancas y el insoportable rumor de sus silenciosas iglesias que solo invitan a la oración. A La ciudad de los Papas (Avignon) la describe a través de la fortaleza que representa el palacio Papal, santo y seña de una vetusta ciudad que duerme al abrigo del caudaloso río Ródano. O su visita a Arlés, de la que dice que revive de sus poetas y de la belleza que éstos muestran hacia sus mujeres. A Sevilla la retrata como el símbolo opuesto al verdadero significado de España que para él se esconde bajo el vandalismo de Castilla y sus ciudades. Una visión de la ciudad andaluza que se esteriotipa demasiado cuando habla de su vida y su luz, sus guitarras y castañuelas, sus bailes zíngaros y sus ojos oscuros. Zweig inicia este relato comparando Sevilla con Salzburgo y su unión inherente a través de la música, para acabar ensalzando las figuras de Velázquez y Murillo, Lope de Vega y los músicos que han cantado su alegría. Y todo a modo del allegro que determina su juventud generadora de una sonrisa.
Un relato especial dentro de estos dieciséis apuntes geográficos y nostálgicos es el que dedica a Hyde Park, al que define como gran brezal que es un todo y una nada. Parque inabarcable e indomesticable desposeído del poder de los sueños para los poetas. Nos dice Zweig que en su intensidad solo es apto, no para loarlo sino para usarlo, que no vivirlo. Un parque concebido para correr, remar y exhibirse que no mezclarse, porque ni las ovejas se tropiezan con los nobles en sus carreras, ni con los niños cuando van o regresan del colegio. Aquí el escritor austríaco nos narra el devenir diario del parque en forma de crónica diaria que abarca desde el amanecer hasta el anochecer; un intervalo temporal en el que también tiene cabida la descripción de la niebla matinal, el sol de la tarde y una noche oscura en forma de nube esponjosa.
En este libro de viajes también hay espacio para los hoteles, como ocurre en el titulado Necrológica de un hotel, el Schwert de Zúrich, al que Zweig retrata desde la nostalgia del viajero de principios del siglo XX que fue, antes de que se convirtiera un edificio de recaudación de impuestos, sin tener en cuenta de que por allí pasaron Mozart, Casanova, Goethe o Cagliostro. O en Volver a Italia donde explora la necesidad de la comparación que un artista joven requiere para ampliar su mirada. Un enfrentamiento del presente con el pasado y las dificultades de recrear ese universo perdido en el tiempo. Zweig también tiene tiempo para arremeter contra esa nueva forma de viajar donde todo está planificado, incluso aquello que tienes que ver y la forma de hacerlo. Ese tipo de viajes en masa que pervierte la opción de sorprenderte o enfrentarte a las incomodidades propias del viaje que hacen de él una experiencia única.
La última parte del libro, aquella que se acerca a la Segunda Guerra Mundial, nos va dejando muestras de ese otro tipo de viaje que es el de afrontar la pérdida o la inexistencia de la gloria para aquellos que perdieron su vida en la primera gran contienda continental, pues su recuerdo se difumina con el paso del tiempo. En este sentido, la descripción de Ypres es un magnífico fresco del poder de destrucción de las guerras y sus consecuencias., así como, del intento de sacar del anonimato a todos aquellos que permanecen sepultados bajo tierra, en un lugar devastado por las bombas y la ignominia bélica. O el retrato que hace del albergue en el que se alojan los judíos en Londres antes de partir hacia Sudamérica huyendo del nazismo. En La casa de los mil destinos nos describe el Shelter reparando en las miradas y los miedos ante los desconocido de aquellos que llegan a Londres antes de partir hacia su último destino como más tarde haría el propio Zweig, al que aún le queda tiempo de explorar la flema inglesa a través de su amor a los jardines, en Los jardines en guerra.
En definitiva, Viajes nos ofrece la posibilidad de regresar al pasado y hacerlo mediante una nostálgica mirada hacia aquello que ya no existe.
Ángel Silvelo Gabriel.
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