1.- HILARIO J. RODRÍGUEZ, CONSTRUYENDO BABEL: EDIFICANDO PIRÁMIDES SOBRE LA VIDA PROPIA Y LA AJENA
¿Existe el mundo? ¿Acaso existen las palabras? ¿Qué certeza tenemos sobre la materialidad de los libros? Quizá todo sea un sueño. Sueño eterno el que transita y transige los límites de nuestra propia vida para convertirla en algo distinto y, sobre todo, en algo ajeno, público y real. Si reales son las palabras escritas sobre el papel, después de que éstas formen parte de nuestra propia existencia y se conviertan en sueños, anhelos o simples recuerdos. En espacios oníricos que deambulan por ese otro mundo etéreo al que solemos denominar como VIDA sin más. Una vida fabricada con la argamasa del poder de los recuerdos y las heridas que éstos nos dejan en la memoria. Y ecos. Sí, muchos ecos que nos delatan sobre cómo fuimos o hemos sido en nuestra propia pirámide. Pirámide de vida y obra en la que en un determinado instante aparece la verdad. Esa necesidad de la verdad que se nos revela envuelta en imágenes de falsos recuerdos que necesitan del auxilio de la ficción. Verdad desordenada. Perversa. Poliédrica. Asesina. Realidad frente a ficción como mejor manera de seguir edificando pirámides sobre la vida propia y la ajena. Pirámides en forma de Babel. ¿Y Babel? Babel y su génesis. Babel como biblioteca, pero también como orden y zozobra de toda una vida. Como pirámide que guarda el mayor de los tesoros. Como ciudad. Recuerdo. Viaje en el tiempo a través de la literatura. Como experiencia de la que parte la aventura de la existencia, la palabra y su permanencia en el tiempo. Babel como libro, porque así nos lo apunta su autor, Hilario J. Rodríguez, casi al inicio de este inclasificable, por maravilloso, libro: «Me gusta… la idea de que los libros sean, además de libros, espacios y que en esos espacios quepan muchas cosas, no solo historias… Esa es mi idea de la literatura: la de los libros que dan forma a su propio género, la de los libros que no fundan una única memoria porque cada lector combina sus elementos de una forma distinta y los entiende a su manera». Babel… Construyendo Babel, como otra forma de hacer y crear literatura y contar al vida de una manera más abierta, ecléctica e híbrida.
2.- MANUEL MOYA, PESSOA, EL HOMBRE DE LOS SUEÑOS: UNA EPOPEYA SOBRE LA POSIBILIDAD DE LO IMPOSIBLE
¿De qué estamos hechos? De cuerpo
y alma. De opacidades y sombras. De realidades y sueños. De miradas y sus
reflejos. Y, a pesar de todo, ¿qué somos?, quizá sólo seamos el polvo que se
lleva el viento, o la soledad que nuestra muerte deja en nuestros seres
queridos. ¿A quién cabe la destreza de avanzar por la difusa línea que marca la
imposibilidad de lo posible y transformarla en una epopeya sobre la posibilidad
de lo imposible? Quizá a nadie. Quizá a unos elegidos. Quizá a esos dioses
perdidos que muy de cuando en cuando se convierten en hombres de carne y hueso.
¿Qué fue Pessoa entonces, el hombre de los sueños, o un sueño
escondido bajo un mapa de sensaciones? Bajo esta geografía donde siempre hay
una batalla que ganar, aunque siempre se pierda, transita esta extraordinaria e
inigualable biografía de Manuel Moya sobre Fernando Pessoa.
Un mundo de mundos en el que escritor onubense emplea el espacio geográfico y
biográfico de Pessoa y su querida Lisboa: «Lisboa con sus calles
de varios colores», para crear una literatura de alto nivel y acercarnos la
figura del hombre de los sueños. Y lo hace con una prosa trazada con un estilo
limpio, directo y universal dotado de las virtudes de una metaliteratura con la
que consigue encumbrar al biografiado a la categoría de mito. Desde su
nacimiento el 13 de junio de 1888 en Largo de Sâo Carlos —frente al teatro del
mismo nombre donde comenzó su particular teatro de voces mientras
escuchaba a una niña tocar el piano, y donde fue feliz hasta la muerte de su
padre— hasta su muerte el 30 de noviembre de 1935 en la clínica de Sâo Luís dos
Franceses a poco más de un kilómetro del lugar donde vino al mundo, Manuel
Moya recorre con una pulcra exactitud, llena de certezas, el retrato
completo de un personaje sumergido hasta este momento en las falsas creencias o
inexactitudes que rodearon a su vida. Una vida, bien es cierto, llena de
lagunas que, sin embargo, en El hombre de los sueños, van cayendo
una tras otra hasta dibujarnos con total claridad la vida y la obra de un Pessoa,
si no distinto, sí más cercano, pues el estudio, el trabajo y la mirada de Moya
nos ayudan a vislumbrar las sombras que teníamos del poeta portugués con un
extenso y detallado recorrido por su vida y su obra, lo que da como resultado
el retrato completo de una de las figuras literarias más importantes del s.XX.
Gracias a Moya derribamos esos falsos axiomas que pendían de un Pessoa
mucho más pegado a la vida cotidiana de lo que siempre se nos había hecho
saber, o con una trayectoria de publicaciones mucho más extensa a lo largo del
tiempo de la que siempre se ha alardeado. Y, con ello, conseguimos situar mucho
mejor su obra en el espacio-tiempo en el que vivió. Un espacio-tiempo que va
más allá de su leyenda posterior. En este sentido, la vida de Pessoa
también es retratada desde las turbulencias políticas que registran muy bien la
época tan convulsa en la que le tocó vivir, y que además, nos proporcionan otro
de sus elementos vitales más característicos: la contradicción. Una
contradicción cimentada a través de sus paradojas, únicas e inigualables, como
única e inigualable fue su renuncia a la vida y al amor en pos de su obra
literaria, tal y como le confesó por carta a Ophelia el 29 de noviembre de
1920: «Mi destino pertenece a otra Ley […] y está cada vez más supeditado a la
obediencia a Maestros que no condescienden ni perdonan».
3.- FRANCISCO UMBRAL, LAS NINFAS: UN VIAJE DESDE EL CINISMO A LA BÚSQUEDA DE LA LIBERTAD
La literatura es el sueño que acunamos de pequeños, por necesario a la hora de reivindicar nuestros recuerdos. La vía de escape del infierno diario que nos consume, y que nos evita ser nadie. El camino que transitar en busca de uno mismo y de la libertad que desconocemos, pero a la que tenemos que dar forma. El niño que se convierte en adolescente. Y el adolescente que regresa una y otra vez a la niñez son las opciones narrativas que Francisco Umbral emplea en Las ninfas (Premio Nadal, 1975) en la que nos muestra la semblanza y la forja de un escritor que, abandona los sueños que tiene en su habitación azul, para iniciar su particular andadura vital en la ciudad de provincias en la que vive (su Valladolid enquistado). Un viaje desde el cinismo a la búsqueda de la libertad que se inicia con la necesidad de ser alguien más allá de sus sueños. Sueños de letras, donde lo sublime y lo bello al principio sólo se desparraman en las hojas de un papel, y que más tarde acabará en la realidad. La realidad del erotismo, el sexo, y la ausencia de una lírica estética, y una moral existencial alejada de la religión que al alter ego de Umbral le llevará a la necesidad de abandonarse a sí mismo y sus deseos, y de ese modo, alejarse de todo aquello que le rodea o abraza. Ese viaje es también el que transita el protagonista de esta novela desde la habitación azul (como concepto literario) en la que el niño-adolescente sueña con lo que todavía no es ni ha creado, hasta el adolescente-joven que es capaza de atisbar que: «una de las grandes angustias del adolescente es la de su inactualidad». Pues la época del adolescente es la época en la que no existe el tiempo, y donde esa atemporalidad está prendida de un hilo tan fino e invisible que nadie lo ve, excepto uno mismo. Época secreta, la del adolescente. Época errática, inclinada en el afán de búsqueda. Exploración en la incertidumbre y la duda, al no hallar aquello que tanto se desea encontrar. Un mundo de mundos que es un mundo incomprendido, y si acaso, inalcanzable.
4.- DELPHINE DE VIGAN, LOS REYES DE LA CASA: LA CARA OCULTA DE LA POSVERDAD
A veces el frío de la soledad es
tan inmenso que nos petrifica hasta convertirnos en estatuas de hielo. Estatuas
de hielo que nos aíslan de la vida y de la realidad. La consecuencia más
inmediata de esa perenne petrificación, es la emisión de señales que
representan la cara oculta de la posverdad. Señales de un aislamiento desde que
el sólo percibimos nuestra propia voz en un juego sempiterno de ratón enjaulado.
Un ensimismamiento enfermizo como el del roedor que no para de mover la rueda
en una única dirección. Cada vez más, vivimos durante más horas aislados en
nuestra propia burbuja; una membrana que nos lleva a un mimetismo infantil del
que somos las primeras víctimas. Entonces, ¿por qué tenemos la necesidad de
visualizar en otros lo que no somos capaces de hacer por nosotros mismos? Esa
es la falsa incoherencia que nos lleva a la inmediatez de las redes sociales. A
la tiranía de un mundo digital cada vez más enfermizo y egocéntrico. Y vacío,
por ser el punto de lanza de un abismo: el propio. Esa falsa vida que nos
provocan las redes sociales es la que nos lleva a la búsqueda de una felicidad
que no somos capaces de hallar fuera de ellas. A ese destello de confort que
sólo percibimos a través de la vida de los otros. Seres digitales. Hologramas
planos que, a su vez, nada más que ponderan aquello que no son. Por falta de
iniciativa propia. Temor. O desapego social. Todos queremos que se nos
reconozca nuestra valía. Y de esa necesidad de pertenencia al grupo nace la
búsqueda de una falsa felicidad, a la que Delphine de Vigan, a medio camino
entre el estilo periodístico y la novela policiaca, da sentido en su última
novela Los reyes de la casa. Un thriller que nos acerca con tintes de
novela-denuncia a la confusión que existe a día de hoy entre la realidad y el
mundo virtual. Esa otra vida que nos inventamos sin ser conscientes de sus
peligros. De Vigan, además, aprovecha esta confusión de ser otro a través
de los otros, para poner en solfa la explotación que los padres hacen de sus
hijos en las redes sociales. Un trabajo y una exhibición por la que ganan
cantidades ingentes de dinero. ¿Acaso hay algo de inocencia en ello? La bondad
y parabienes paternales que colonizan el almibarado universo youtuber parece decirnos que sí, pero
sólo somos conscientes, y siempre demasiado tarde, de que tan sólo representan
la cara oculta de la posverdad. Un oscurantismo que, desde el matiz de ensayo
sociológico que tiene esta novela, la autora francesa intenta mostrarnos algo
de luz. A veces es un simple destello, pero que a través de su dominio del
lenguaje y la trama, enseguida se transforma entre terrorífico y perturbado,
porque nos habla muy a las claras de la necesidad del papel de denuncia que
tiene la novela —y esta novela en concreto—, y no sólo en su vertiente de
novela negra.
5.- ÁNGEL ANTONIO HERRERA, LOS ESPEJOS NOCTURNOS: DESTELLOS DE CERTEZAS E INCERTIDUMBRES
¿Puede el alma humana apoderarse
del mundo? ¿Ponderar la tragedia y asirse a la felicidad esquiva que se pierde
con el sueño y la noche? Atrabiliarios dulcificados con el poder de los versos.
Palabras que suman con la nostalgia de los que miran el tiempo del ayer desde
el hoy que siempre desconcierta. No hay nada mejor que andar cerca del abismo.
De ese cable que se dobla tras cada pisada, para afrontar de frente al tiempo
ya vivido. A la realidad. A nuestra vida. Vida teñida de destellos de certezas
e incertidumbres. Y, con todo ello, fundar el mundo. Descubrir el edén de los
sueños donde nada es lo que parece. Atribuir al universo el don de la desdicha
cual reflejo de espejos que juegan al despiste. Ahí es donde place y yace este
particular “ser de lejanías” titulado Los espejos nocturnos, en el que Ángel
Antonio Herrera ha reunido su obra poética. Un compendio de cierres y
letanías: «Un día mejor, amé en el sur, tuve padre, dije paraíso». Poesía de
ida y vuelta. Poesía que viaja de la madurez a la juventud. De la experiencia a
la inocencia, porque ese es el camino que el autor ha querido darle a su obra.
La del sentido inverso. La de aquella que recoge la seguridad que va camino de
una inseguridad que no es tal. De la noche al día. Como decía Pessoa: «Vivir es
ser otro», y aquí Herrera es un ejemplo de ello, pues al atravesar los confines
de la vida real, para situarse en la dialéctica de la poesía, nos invita a la
trastienda de los sentidos ocultos del arte, por estar éstos refugiados tras
las apariencias más próximas al alma. Cuevas de profundidades sin explorar que el
poeta nos muestra con el temple de imágenes cultas y contrapuestas. Imágenes
originales que buscan el ritmo del poema desde su propia voz, muchas veces
atormentada: «Aún no sé qué violín de aguas agrias nos envenena el consuelo»,
como son los versos que componen El piano del pirómano. Poemas
barrocos, directos y con un punto salvaje. Furia de fieras, pumas y leopardos.
Animales nocturnos que reivindican la noche sin tapujos ni miedos.
Desencuentros en el éxtasis de la palabra: «Sé, y no sé, que respiro eternidad
acaso en el último engaño de la alegría».
6.- ANDRÉS ORTIZ TAFUR, TRAIGO NOCHE EN LOS ZAPATOS: EL
SILENCIO QUE NOS ACOGE
Explorar la vida. Vomitarla en forma de
renglones torcidos que se rebelan contra nuestra idea del mundo, y de esa
felicidad que siempre hemos creído que nos sostenía. Alabar esa dicha que se
nos hace presente en el recuento de unos días que ya no volverán. Ese pasado, y
sus condiciones, que se vuelcan sobre nuestras experiencias vividas, y sobre
los recuerdos que éstas nos producen cuando nos alejan de la verdad. Verdad que
nace teñida de lo más profundo del deseo. El deseo que, sin embargo, es
torturado por la discordia de todo aquello que no quedó dibujado en el papel de
nuestra vida. Recuerdos sin rastro revestidos del silencio que nos acoge.
Silencios que nos devuelven al curso de un río teñido por unas aguas oscuras
que nunca terminan de convertirse en cristalinas. En esa paradoja de los
silencios no declarados se mueven los últimos pensamientos, en forma de versos,
de Andrés Ortiz Tafur. Traigo la noche en los zapatos es
una metáfora que nos acoge en la soledad de los recuentos pasados, y de lo
vivido sin el freno del futuro. No future aclamaban unos Sex Pistols desdeñosos
con la posteridad de los que no la desean. Nacemos avocados a la penuria de los
designios de un destino incontrolado e incontrolable. Y de esa incertidumbre
nacen los reproches y los deseos que marchan tatuados a nuestra piel. Signos
invisibles que, como los silencios que nos gobiernan, nadie más que uno mismo
conoce. Entrañas a las que nos cuesta ponerles un nombre, porque son hijos de
nuestra propia discordia y senectud. Traigo noche en los zapatos nos
recuerda toda la vulnerabilidad que nos asiste por mucho que la obviemos o
huyamos de ella, y Ortiz Tafur se vale de los recuerdos cuando
aborda a la familia, y a aquellos que ya no están a nuestro lado. Del día a día
que nos recuerda aquello que fuimos. Y de los deseos ocultos que descansan en
cicatrices que ya se han difuminado en la penumbra del paso de los días. Esa
labor de explorador con raíces propias es la que le lleva a transitar por
territorios propios y comunes, pues todos somos hijos de una sociedad que
languidece en busca de un nuevo mundo que ya no será aquel que conocimos, y en
el que ahora ejercemos de héroes de nuestra propia derrota. Abismos inocentes
que, a día de hoy, él necesita dejar marcados en las hojas de un papel que le
rediman de aquellos silencios que marcaron su vida sin saberlo: «Hay personas
que siempre me vencen/ con las que siempre me resulta hermoso/ descubrirme
perdiendo y perdido,/ buscando la manera de volver a chocar/ para volver a
perder y a perderme./ Como el estropajo que se seca/ y necesita más agua y
jabón/ para seguir empantanando la vida.»
Ángel Silvelo Gabriel
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