Las ciudades como metáfora del viaje a lo largo del tiempo. Así nos lo plantea Italo Calvino en Las ciudades invisibles. Breves relatos que utilizan las ciudades como paradigma de la vida y el paso del tiempo. Reflexiones que surgen del viaje y la observación, y que son evacuadas por la transmisión oral, quizá la más antigua de las formas de comunicación entre seres humanos. Transmisión oral que no sólo se basa en las palabras, sino que también usa los gestos, el mimo o los dibujos para hacer entender una parte de aquello que se esconde tras el viaje. El viaje como inicio y vertebración de los múltiples itinerarios que nos ofrecen la posibilidad de perdernos para volver a encontrarnos. Viajes en la memoria, y por tanto, al pasado, pero también al futuro, a esos otros yoes que nunca han sido ni serán: «Los deseos ya son recuerdos.», nos dice Calvino. De ahí, que razón e imaginación sea el binomio que recorre estos relatos de ciudades que son producto de la imaginación y el deseo. De la premura de lo observado y la senectud de los recordado. Es de ese recuerdo, y de sus múltiples variantes, del que parte el significado y el hilo conductor de este sueño de sueños que diría Pessoa. En este sentido, el conocimiento de las ciudades, y de uno mismo, se realiza por el reflejo de los recuerdos y las ausencias. Así, una ciudad nos recuerda a otra como cuando confundimos a una persona con otra. Lo que nos lleva a plantearnos: ¿Es Kublai Kan un espejismo, o la conciencia del propio Marco Polo?, o ¿es, simplemente, un interlocutor imaginario entre él y sus pensamientos? Calvino nos da alguna pista cuando nos dice: «…la extrañeza de lo que no eres o no posees más, te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos.»
Como nos dice el propio autor, este libro —inclasificable y cercano a la ciencia ficción— es quizá el último poema de amor a las ciudades por lo que tiene de atemporal, pues a lo largo de los viajes que realiza Marco Polo, las ciudades dejan de tener una presencia física para convertirse en una más simbólica que parte de nuestros deseos y de los recuerdos que éstos nos proporcionan. Más, si cabe, si pensamos que los relatos que lo componen son una gran metáfora acerca de las megalópolis actuales. Metáfora en forma de parábola o ensayo que recorre una a una sus carencias y desmesuras, así como, la soledad o la incomunicación que las acoge, o las arquitecturas imposibles que las definen y que son las culpables del borrado de su pasado por mostrárnoslas como ciudades imposibles, inhabitables, invisibles…, cuya única opción de ser imaginadas es la de poder volver a ser reconstruidas. De ahí nace la oposición entre la realidad y su reflejo: idénticos, pero no iguales, porque una cosa es la imagen que nosotros tenemos de las ciudades o el mundo, y otra, la realidad de las mismas. La imaginación aquí hace una función de engaño, porque muy a nuestro pesar, las ciudades se destruyen a sí mismas, se fagocitan y se sepultan bajo sus desperdicios. En contraposición a todo ello podemos seguir el ejemplo de Marco Polo cuando le dice al Kubai Klan: «… aquello que buscaba era siempre algo que estaba delante de él, y aunque se tratase del pasado era un pasado que avanzaba a medida que él avanzaba en su viaje, porque el pasado del viajero cambia según el itinerario cumplido, no digamos ya el pasado próximo que cada día que pasa añade un día, sino el pasado más remoto. Al llegar a cada nueva ciudad el viajero encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía: La extrañeza de lo que no eres o posees más te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos.» De esa fuerza que siempre nos obliga a seguir hacia adelante nace el concepto de la ciudad como fruto de la imaginación y la ensoñación de aquello que: «se acepta como necesario cuando todavía no lo es… o lo que se imagina como posible y un minuto después deja de serlo». Quizá, porque Las ciudades invisibles de Italo Calvino sean una metáfora de sí mismas que nace del viaje a lo largo del tiempo.
Ángel Silvelo Gabriel.
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