Reinterpretar el mundo desde un punto de vista sagaz, a la vez que irónico, donde lo superficial es el fiel reflejo de lo más profundo parece una tarea fácil, aunque en verdad no lo sea. Esa distancia que los separa es la que emplea Evelyn Waugh como un espejo a la hora de reflejar lo inmoral y cínico de la sociedad inglesa de entreguerras. La pérdida de valores, la ausencia de dignidad, e incluso de verdaderos sentimientos, rodean y se regodean en los personajes con los que el escritor inglés retrata a la alta sociedad británica. Para ello, sitúa en el centro de la trama y, en el foco de todos los desatinos y desgracias, a su protagonista (Paul Pennyfeather). Un observador-diana que es el foco que nos va iluminando las satíricas, y a veces, irónicas situaciones que se nos van mostrando a lo largo de la novela, como si todo ese mundo que se retrata fuese víctima de un simpar desatino. Un desatino imposible de parar por lo perverso que llega a ser. Una forma de ser y estar en el mundo que, lejos de encontrarse lejana a la realidad actual que nos acecha y persigue, es un fiel reflejo del buenismo mal interpretado y el utilitarismo agnóstico que se precipita sobre la acción y el día a día de aquellos llamados a ser los garantes de unos principios que, sin embargo, nos pisotean sin un ápice de mala conciencia. ¡Ay de aquellos que te digan que te vienen a salvar!, porque serán ellos los que te utilicen para sus espurios fines. En este sentido, Decadencia y caída es el margen por donde la virtud resulta deshonrada sin que las consecuencias de dicho acto sean perseguidas o condenadas. Evelyn Waugh, en esta novela, se sitúa al otro lado de aquellos escritores de la denominada era del jazz que basaron sus argumentos en fiestas llena de alcohol y amores desenfrenados que acabaron precipitándose por el terraplén que supuso el Crack del 29. De esa auto-condena también beben los personajes de Waugh, aunque lo hacen a través de la ironía y la idiocia de sus planteamientos, y de sus vidas ancladas en un modo de entender el mundo en desuso. Esa crítica social, sin embargo, en el puño y letra de Waugh trata de combatir dicha falta de principios para poner en valor su punto de vista católico sobre pecados terrenales como: el matrimonio o la culpa; un pecado original que no parece existir en las desalmadas almas de sus personajes que van y vienen como marionetas que aparecen y desaparecen de escena sin el más mínimo de los remordimientos. Sin remordimiento no hay pecado parecen decirnos sus personajes, aunque Evelyn Waugh, desde la distancia que le proporciona su protagonista, parece insinuarnos que no es así.
Además, existe en esta historia un poso de melancolía y pérdida que se refleja en Pennyfeather de una forma palmaria cada vez que baja un escalafón en el orden social hasta que consigue difuminarse en su propia esencia. Si bien es cierto que lo hace con una dignidad y una entereza digna de elogio (algo parecido a lo que le sucede a Stoner, el protagonista de la novela de John Williams), lo que supone un acercamiento a la idea de ciclo que rodea también a esta novela, pues sin duda, uno de sus aciertos reside en esa perversión literaria que supone regresar al escenario inicial del que parte su narración. Un detalle más cargado de ironía, sagacidad y distancia sobre todo aquello que rodea y se retrata en este espejo de lo inmoral y cínico que representa Decadencia y caída.
Ángel Silvelo Gabriel.
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