La literatura, en ocasiones, se comporta como ese río de la vida que nos conduce a lo largo y ancho de experiencias y sensaciones que se escapan de nuestro control y nos relegan al mundo de lo inesperado, por incierto, indefinible o sublime, Y es ahí, donde las palabras se consuman en llamas que arden dentro de nuestro cuerpo; una iluminación del alma que se escapa por las rendijas de la memoria para no dejar huellas, pero sí la inefable aspiración de todo aquello que nos mueve y nos hace sentir únicos en nuestra soledad. Como única, una vez más, es la manera con la que el escritor y periodista, Jesús Marchamalo, afronta la vida de un ilustre autor universal, autora en este caso. Con un léxico rico en palabras cercanas a la época que describe: daguerrotipo, apaloman, perlé… nos va mostrando, cual adalid de la vida y sus vericuetos, el retrato de una solitaria y beatífica Emily Dickinson: sus lecturas secretas, su hojas y plantas, su visión de las constelaciones y estrellas… sin una brizna de desaliento. De esa intensidad nace una forma de narrar que ni apoya ni contradice a Luis Landero cuando especifica que: «Yo, desde luego, desconfío mucho del adjetivo y, a la vez, no puedo vivir sin él». De ahí, que no nos pueda extrañar esa simbiosis entre ambas acotaciones cuando nos habla de: «Un esplendor insospechado, un naranja dulzón, una letra atribulada, un indómito río o una calvinista pulcritud».
Dickinson y las violetas es una nueva muestra de la perfección del estilo narrativo que atesora Marchamalo. En esta ocasión, nos abre la vida de Dickinson como los poemas que la poeta mandaba a sus amigos con flores disecadas o briznas de la hierba de su jardín. Un estilo que tras leer las primeras páginas que, de este nuevo librito, nos ofrece la editorial Nórdica Libros, me llevó a sentir la necesidad de conocer el resto de esta historia, quizá mil veces contada, pero no abordada desde el punto de vista de este maestro de la elipsis, el ritmo y la adjetivación más sorprendente. Una lectura tan corta como apasionante, y tan didáctica como poética de una vida llena de estrecheces materiales que, sin embargo, de la mano de Marchamalo desprende tanta luz como los poemas de su autora; una Dickinson única, santa, pulcra y…
Tras las palabras de Jesús Marchamalo aparecen como ventanas abiertas las ilustraciones de Antonio Santos, impactantes imágenes de negro sobre blanco que nos anuncian, advierten o solo reflejan, esos espacios interiores y exteriores de una vida dedicada a la contemplación de la interioridad y su entorno. Imágenes que también nos hablan muy bien de una Emily Dickinson enigmática y entregada a su lucha contra las palabras y los adjetivos. Adjetivos que Marchamalo nos muestra con la perfección de un refinado estilista, y de los que, a veces, Landero recela. ¿Y las violetas?,;las violetas son las que transcurren depositadas sobre ese lecho que es el río de la vida.
Ángel Silvelo Gabriel.
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