jueves, 18 de marzo de 2010

LA ESPONJA

Mi bufete de abogados está muy seguro ante la próxima vista oral de mi juicio. En conjunto, todo se presume favorable. No hay testigos. No hay pruebas. Sólo me unen al cadáver una antigua amistad y las huellas de mi mano derecha, que entre otras muchas, aparecen en una de las ventanillas del coche donde él ha aparecido asesinado. Entonces, ¿qué me preocupa? El problema es mi adicción. Cuando era boxeador profesional me conformaba con chupar los restos de sangre de la esponja que mi ayudante me pasaba por la cara para secarme las marcas de la pelea. De ahí pasé a besar a jovencitos en busca de fama que me permitían succionarles pequeñas dosis de sangre. Pero el otro día me pasé. Tengo miedo, porque mi ansia no tiene límites y me veo confesando mi vampirismo al juez después de haberle chupado la yugular al último testigo.


Ángel Silvelo Gabriel

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