domingo, 12 de septiembre de 2010

LA NOCHE EN BLANCO MADRID 2010: UN BOTELLÓN COLECTIVO


El ocio colectivo, como una forma de recordarnos que aún existen lugares en la ciudad en la que vivimos que merecen ser visitados antes de que nos abandonen las ganas de salir de casa, sigue gozando de una salud de hierro. O al menos, ese parece ser el ansia que mueve a miles de madrileños y foráneos a la hora de disfrutar de actividades con las que ya cuentan a diario, pero a las que son incapaces de asistir rendidos ante la rutina diaria.

La Noche en Blanco se ha convertido muy a su pesar en un botellón colectivo, donde los más jóvenes aprovechan para saltarse las ordenazas municipales sin por ello ser amonestados por los innumerables policías locales que ayer atestaban el mastodóntico recinto que circundaba las multidisciplinares actividades de la noche en blanco; y los más mayores o ya algo talluditos, aprovechan estas manifestaciones populares para ingerir muchas minisensaciones, culturales unas y lúdicas otras, en pequeñas dosis de alcohol cultural, mezclado con un refresco en forma de cola para acceder a aquellos eventos que por una vez se han propuesto visitar, pues muchas de las mejores exposiciones que ayer se podían disfrutar, hoy domingo por la mañana siguen abiertas al público en general (algunas gratis), pero sin el aditivo de que les hayan convocado sus dirigentes políticos para asistir a ellas.

El lema de este año ¡Hagan juego!, nos invitaba a interactuar en las distintas actividades propuestas, como una alternativa más barata y diferente a la de otros años, pero en muchas ocasiones, los pacientes y alegres ciudadanos simplemente se limitaban a invadir unos espacios en los que no existía ningún tipo de coordinación y que servían de vouyerismo para todos aquellos que sin atreverse a traspasar la zona oscura, preferían disfrutar de sus minis de calimocho tumbados en un césped tierno de anoche, y a partir de hoy dañado, porque esa es una de las consecuencias de la invasión colectiva de los espacios urbanos.


Una vez más, lo mejor de la Noche en Blanco fueron los numerosos transeúntes que inundaban las calles céntricas de Madrid sin esperar nada a cambio, convirtiendo las arterias principales de la ciudad, en un paseódromo sobre el asfalto. Pero más allá de eso nada, pues la invasión ciudadana ávida de atragantarse con un botellón cultural, por sí misma, se encargó de inutilizar todas aquellas visitas que al día siguiente nadie querrá visitar.

¿Merece la pena ir a la noche en blanco?

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