De lo primero que hay que advertir a la hora de ir a ver esta película es de su dureza, e incluso cabría decir extrema dureza al final, no apta para espíritus sensibles. La historia que se encierra en este film, está a medio camino entre la denuncia entrevelada a los avances médicos por el elevado coste humano de los mismos y la experiencia de unos jóvenes atrapados en el delirio de la inmortalidad y la vida sin límites para la que son utilizados. Ya desde un principio se nos avisa de ambas posibilidades, en el primero de los casos en unos titulares que se superponen sobre la pantalla, y en el otro, a través de las palabras de Kathy mientras observa a otra persona a través de un cristal.
El mayor acierto del film si uno ha ido al cine sin conocer la novela de Kazuo Ishiguro, que de una forma muy inteligente ha adaptado Alex Garland, es la capacidad de sorpresa que va produciendo al espectador a media que avanza en las distintas fases en las que se divide el desarrollo de la película, porque uno, poco a poco va atando cabos en esta aventura de ciencia ficción sobre los sentimientos que se desarrolla en nuestros días, como paradoja de aquello que estamos viendo, y como queriéndonos advertir del peligro que se cierne sobre cada uno de nosotros, y que una forma sutil dirige Marl Romanek, pero que a veces se pierde en la distorsión más sensiblera y simplona.
La primera parte transcurre en un internado donde todo en apariencia es normal, y que no nos da ninguna pista sobre el futuro de sus internos, salvo cuando nos muestra situaciones, sucesos y diálogos que no son lo que parecen y que el espectador todavía no sabe hacia donde le llevan, hasta que una profesora les advierte de su destino, introduciendo el elemento sorpresa. Pero esa época, también es inicio de la aparición de los sentimientos en sus protagonistas, sentimientos como el amor que nadie puede controlar, ni siquiera ellos que están destinados al mayor de los altruismos humanos. La narración fílmica poco a poco va encajando, y el interés de la misma se sustenta casi de una forma absoluta en la dicotomía entre la magnífica música de Rachel Portman con un violín hipnótico y envolvente al que presenta batalla una gran Carey Mulligan, que si en An Education ya nos dejaba entrever sus dotes interpretativas, aquí las borda sin apenas moverse ni hacer nada del otro mundo, dejando el protagonismo a la profundidad e intensidad de los gestos que es capaz de mostrarnos de una forma absolutamente mágica. Un rostro que delata sufrimiento, amor, miedo y esperanza con apenas una mirada profunda que se pierde en los confines de la campiña inglesa que tan bien sale retratada. A lo que habría que añadir, la pobre interpretación de la señorita Keira Knightley y la más afortunada de Andrew Garfield, inocente joven divido entre el amor a sus compañeras de reparto y sus dotes artísticas en forma de dibujos.
La aventura de los sentimientos de los protagonista, sin embargo, no es capaz de salir del marco que les tienen previamente establecido, y eso es quizá, lo que más llama la anteción del guión, la ausencia o falta de rebelión frente a su destino de los protagonistas, que se comportan como autómatas que sí tienen sentimientos como el amor, la compasión o la esperanza, pero que les ha sido anulado el sentido de la huida y la escapatoria a otro lugar donde poder llevar una vida como la de cualquiera de nosotros. Lo que se plasma de una forma dura y aterradora al final, cuando por fin son utilizados para aquello que han sido creados.
Nunca me abandones es una película que se comporta como una fina línea que nos separa la realidad de la ciencia ficción y que a pesar de mostrarse de una forma inteligente a la hora de abordar el guión, no acaba de traspasar la barrera del buen cine, salvo cuando Carey Mulligan nos habla, nos mira y nos transmite todos los sentimientos que una persona posee en su interior, entonces esta historia de ciencia ficcion sobre los sentimientos te atrapa y te deja impactado ante tanta dureza.
Crítica de Ángel Silvelo Gabriel
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