Como cada año, la Feria del Libro de Madrid, concita a un gran número de personas a lo largo de las más de trescientas casetas instaladas en el Paseo de Coches del Retiro. Amén de la crisis, la mayoría de los allí congregados, son curiosos que acarrean bolsas de papel cargadas con mil y un folletos o catálogos de editoriales, que más pronto que tarde y una vez escudriñados en la intimidad del sofá del salón, acabarán mansamente depositados en algún contenedor de papel, a la espera que algún necesitado vaya a sacarlos de donde han sido depositados y así adelantarse a la cadena de reciclaje oficial, y con ello, sacarse algún euro extra que le permita llegar a fin de mes, más allá de la insuficiente beneficencia oficial. Otros sin embargo, acapararán su interés en descubrir caras conocidas detrás de las casetas y los carteles que anuncian la firma de este a aquel escritor o de esta o aquella autora. Todo ello, bien servido de carritos de niños, carritos de helados y casetas donde poder hacer un pis si la incontinencia nos ataca durante el paseo.
Como digo, el buen tiempo de estos últimos días, ha beneficiado la multi asistencia de público a la Feria, que finalmente ha podido maquillar sus resultados y sólo ha perdido un 4% en números redondos respecto a la recaudación del año pasado, todo un éxito para los organizadores y libreros. Pero más allá de números y curiosos, el otro día al pasear al tórrido sol del mes de junio madrileño en una apacible mañana de domingo, me quedé pensado que la Feria del Libro se parecía bastante a la Feria de San Isidro, donde sobre todo reinan el sol y las moscas. En una y otra Feria, abundan los curiosos que no son más que meros espectadores de lo que allí les ofrecen, es verdad que mientras los unos buscan ganaderías y toros, los otros se afanan en mirar esta o aquella editorial; o cuando unos se acercan a ver a un torero, otros lo hacen para ver a su escritor/a favorito/a. En este sentido, el Paseo de Coches del Retiro, se comporta como un lugar magnífico donde dejarse ver, como lo son a sí mismo, los tendidos del coso venteño; y cuyo último punto en común es la decepción al acabar el espectáculo.
Esa es la sensación con la que uno se queda al acabar el cansino recorrido de la Feria del Libro, ¿y ahora qué? nos preguntamos, pues parece que ahora nada, porque más que cultura, aquello es un mero mercadeo, donde los pacientes libros repletos de mil y una historias, descansan sobre su respectivos estantes para que alguien los compre y luego los lea, pero que a medida que uno avanza por las casetas, poco a poco se va quedando noqueado ante tanto título y tanto autor. Tanto es así, que se te quitan las ganas de escoger tan siquiera uno, porque cada vez más, proliferan títulos que poco o nada tienen que ver con lo que uno entiende por literatura. Otro tanto ocurre, cuando paseando caseta tras caseta, uno observa los nombres de las personas que firman, y enseguida nos damos cuenta que donde se proyectan las colas más largas, es en aquellos lugares donde firman periodistas de la tele que escriben, famosos de la tele que escriben, tertulianos de la tele que escriben, deportistas a los que le han escrito un libro, algún concejal despistado que nos brinda su última versión de la crisis, o por qué no, directores del libro municipal del ayuntamiento correspondiente, amén por supuesto, de los escritores especializados en crear best-seller, lo que como digo, aleja más que aproxima la idea que uno tiene de lo que es la literatura.
Menos mal que en medio de todo ese mare magnum, uno aún encuentra un poco de consuelo, cuando todavía ve algún nombre de autor conocido entre los libros depositados en las estanterías y mostradores, y reconoce a Kafka, Zweig, o cómo no, a Vargas Llosa, pero se queda pensando, dónde estarán Camus, Proust o Sabato. Hasta que cuando uno se cree que todo está perdido, se topa con Leopoldo María Panero y su mirada perdida detrás de la caseta, donde roba algo de tiempo a su firma, con la excusa de fumarse un cigarrito y dar un respiro a su maltrecha exposición pública. Con firma o sin firma, Panero apenas articula palabras ininteligibles, y también con una ininteligible letra, dedica uno de sus magníficos libros de poemas, adornándolo todo con una sonrisa perdida que ya sólo entienden los que como él, pertenecen al mundo de los sabios locos. Su impactante mirada y su angelical sonrisa, me hacen pensar cuando abandono el Retiro de Madrid y su Feria del Libro, que sí, que perfectamente se puede asociar al mundo de los toros y su famoso binomio de sol y moscas, pero también pienso, que la Feria es un solitario Leopoldo María Panero, y su recuerdo, me hace creer y confiar en la literatura con mayúsculas, la que hoy y como siempre, se protagoniza lejos del ruido mediático de una sociedad demasiado bulliciosa, antítesis de la soledad que persigue y se apodera de los creadores.
Poema de Leopoldo María Panero incluido en la Antología Esencial, titulada Sobre la tumba del poema, y editado por Huerga y Fierro Editores.
CABALGANDO sobre el filo de un verso
y a lomos de un tigre
para saber que nada puede el hombre
y que estoy solo frente a la nada
del hombre,
del hombre miserable que es el único que existe
y mañana sobre la vida escupiré otra vez
con el poema, como el tañido
del verso o la heroicidad del lobo.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel
Como digo, el buen tiempo de estos últimos días, ha beneficiado la multi asistencia de público a la Feria, que finalmente ha podido maquillar sus resultados y sólo ha perdido un 4% en números redondos respecto a la recaudación del año pasado, todo un éxito para los organizadores y libreros. Pero más allá de números y curiosos, el otro día al pasear al tórrido sol del mes de junio madrileño en una apacible mañana de domingo, me quedé pensado que la Feria del Libro se parecía bastante a la Feria de San Isidro, donde sobre todo reinan el sol y las moscas. En una y otra Feria, abundan los curiosos que no son más que meros espectadores de lo que allí les ofrecen, es verdad que mientras los unos buscan ganaderías y toros, los otros se afanan en mirar esta o aquella editorial; o cuando unos se acercan a ver a un torero, otros lo hacen para ver a su escritor/a favorito/a. En este sentido, el Paseo de Coches del Retiro, se comporta como un lugar magnífico donde dejarse ver, como lo son a sí mismo, los tendidos del coso venteño; y cuyo último punto en común es la decepción al acabar el espectáculo.
Esa es la sensación con la que uno se queda al acabar el cansino recorrido de la Feria del Libro, ¿y ahora qué? nos preguntamos, pues parece que ahora nada, porque más que cultura, aquello es un mero mercadeo, donde los pacientes libros repletos de mil y una historias, descansan sobre su respectivos estantes para que alguien los compre y luego los lea, pero que a medida que uno avanza por las casetas, poco a poco se va quedando noqueado ante tanto título y tanto autor. Tanto es así, que se te quitan las ganas de escoger tan siquiera uno, porque cada vez más, proliferan títulos que poco o nada tienen que ver con lo que uno entiende por literatura. Otro tanto ocurre, cuando paseando caseta tras caseta, uno observa los nombres de las personas que firman, y enseguida nos damos cuenta que donde se proyectan las colas más largas, es en aquellos lugares donde firman periodistas de la tele que escriben, famosos de la tele que escriben, tertulianos de la tele que escriben, deportistas a los que le han escrito un libro, algún concejal despistado que nos brinda su última versión de la crisis, o por qué no, directores del libro municipal del ayuntamiento correspondiente, amén por supuesto, de los escritores especializados en crear best-seller, lo que como digo, aleja más que aproxima la idea que uno tiene de lo que es la literatura.
Menos mal que en medio de todo ese mare magnum, uno aún encuentra un poco de consuelo, cuando todavía ve algún nombre de autor conocido entre los libros depositados en las estanterías y mostradores, y reconoce a Kafka, Zweig, o cómo no, a Vargas Llosa, pero se queda pensando, dónde estarán Camus, Proust o Sabato. Hasta que cuando uno se cree que todo está perdido, se topa con Leopoldo María Panero y su mirada perdida detrás de la caseta, donde roba algo de tiempo a su firma, con la excusa de fumarse un cigarrito y dar un respiro a su maltrecha exposición pública. Con firma o sin firma, Panero apenas articula palabras ininteligibles, y también con una ininteligible letra, dedica uno de sus magníficos libros de poemas, adornándolo todo con una sonrisa perdida que ya sólo entienden los que como él, pertenecen al mundo de los sabios locos. Su impactante mirada y su angelical sonrisa, me hacen pensar cuando abandono el Retiro de Madrid y su Feria del Libro, que sí, que perfectamente se puede asociar al mundo de los toros y su famoso binomio de sol y moscas, pero también pienso, que la Feria es un solitario Leopoldo María Panero, y su recuerdo, me hace creer y confiar en la literatura con mayúsculas, la que hoy y como siempre, se protagoniza lejos del ruido mediático de una sociedad demasiado bulliciosa, antítesis de la soledad que persigue y se apodera de los creadores.
Poema de Leopoldo María Panero incluido en la Antología Esencial, titulada Sobre la tumba del poema, y editado por Huerga y Fierro Editores.
CABALGANDO sobre el filo de un verso
y a lomos de un tigre
para saber que nada puede el hombre
y que estoy solo frente a la nada
del hombre,
del hombre miserable que es el único que existe
y mañana sobre la vida escupiré otra vez
con el poema, como el tañido
del verso o la heroicidad del lobo.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel
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