miércoles, 23 de enero de 2013

JOHN FANTE, PREGÚNTALE AL POLVO: LOS LABERINTOS POR LOS QUE TRANSITA UN ESCRITOR EN CIERNES

El ansia por buscar el éxito nos puede obligar a transitar por caminos no deseados, y no sólo eso, porque podemos acabar siendo la víctima de nuestras propias pretensiones. En este sentido, la marginalidad siempre ha sido una fuente inagotable de guiones y secuencias de vidas que transcurren en el filo de la navaja; una realidad, a la que John Fante ha dotado de ingredientes tan infalibles como los de un protagonista con un temperamento tan cambiante como caótico; o como las de una acción que, se divide a partes iguales, entre la sombra del fracaso que se ciñe sobre la vida y los actos de su álter-ego Arturo Bandini, y la luz de la gloria que de vez en cuando le asiste y con la que intenta impregnar de épica a una literatura apegada a la calle. Hay que decir, que este experimento narrativo no fue baldío, pues las experiencias personales de Fante, que tan bien llevó a la ficción a lo largo de cuatro entregas, fusionando la metaliteratura con la vida, inauguraron lo que se dio en llamar como realismo sucio (Bukowski, máximo representante de tal movimiento, y autor del prólogo de la novela, reclama a Fante como su maestro). Y después de leer Pregúntale al polvo, no nos cabe la menor duda que esa elección no fue meditada en el tiempo, sino que el autor, víctima de la búsqueda de su propia gloria, fue en su busca a las calles de Los Ángeles, porque cuando uno no tiene nada que contar porque su vida no es lo suficientemente relevante o llamativa, se lanza a la calle como un detective en busca de material con el que rellenar un folio en blanco tras otro. Y esto es lo que le sucede a Arturo Bandini, a todas luces, alter ego de John Fante, que en su doblez personal representa como nadie esa dualidad ángel-demonio que todos llevamos dentro, pero que en su caso, tiene tintes épicos y melodramáticos, respectivamente.

La naturaleza humana más elemental y transparente, sale retratada en esta historia de búsqueda de la creación literaria, pero también del amor, la pasión, el odio o la autodestrucción, porque Bandini busca el cielo a través de la escritura, y sale a la calle a buscar el infierno, pero no el de los demás, sino el propio, como si fuera un animal que excava en la tierra para enterrar en ella sus excrementos. Sus obsesiones y la dualidad amor-odio que se profesa y con la que castiga a los demás, es parcialmente atenuada por los reflejos de la religión a la que se adhiere cada vez que tiene que redimirse de sus pecados; un matiz que no nos pasa desapercibido, como tampoco lo hace el sarcasmo y la ironía de muchas frases y fases del relato, que transcurre en buena parte en la soledad más absoluta del protagonista. Esa soledad autoimpuesta como mejor forma de llegar al éxito, junto con el laberíntico universo de Bandini, es lo que ha hecho que siempre se le haya comparado a John Fante con Knut Hamsun, sin caer en el análisis que dicha comparación supone. El lirismo desesperado y poético del individuo que protagoniza las páginas de Hambre de Hamsun, es el de un hombre anónimo del que tan siquiera conocemos su nombre ni su familia, y en esa absoluta falta de referencias, sólo sabemos que ha proyectado una ruta propia hacia el abismo más absoluto, donde la escritura sólo es un medio de vida que poco a poco dejará de servirle. Sin embargo, en Pregúntale al polvo, la soledad de Bandini no es completa, y el protagonista sí quiere encontrar una ruta que le lleve al éxito, aunque para ello tenga que tirarse a la calle a vivir experiencias que por sí mismo no es capaz de crear o simplemente desconoce. En las frases de Fante sí existe la épica, pero en ningún caso alcanzan el nivel y la gloria de la prosa poética del Premio Nobel Knut Hamsun que dota a su personaje de unos matices más puramente existencialistas.

En definitiva, Pregúntale al polvo es un magnífico ejemplo de una escuela de escritores que se inició con el propio Fante, y en cuya nómina podríamos añadir nombres como Bukowski, Carver, y por qué no, Kerouac, Burroughs o Ginsberg.

Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.

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