A ritmo de una intrépida guitarra
y, con un Kevin Weatherill con el pelo corto recitando la letra de la primera
canción, comenzó la cita del grupo de Kent con su pasado madrileño. Y lo
hicieron con el sonido compacto y enérgico de una banda remozada para la ocasión.
Inmaculate
fools o Kevin Weatherill representaron el mundo de los sueños que nos
devuelven a la juventud y, para ello, se disfrazaron sus letras y sus melodías
como clowns que dibujan un perfecto
espejismo en el horizonte que divide realidad y ficción. En este sentido, el
espíritu de la música a través de la magia del tiempo se dieron la mano en La
Riviera de Madrid de una forma poderosa. La cercanía de Kevin ya se plasmó en un:
«¡Hola, buenas noches!», que sirvió de apertura a Wish you where here, el primer hit de la noche en sonar, y que
permitió al gran número de fans congregados, entonarlo como si ese día fuera la
primera vez que lo hacían. El ritmos se suaviza, pero no así las sensaciones y
los recuerdos de los asistentes que
,esta vez sí, tienen artefactos móviles con los que poder inmortalizar el
momento. Con Stop now vuelve la voz
reivindicativa de Kevin a apoderarse del escenario, y el mejor cancionero de los
ochenta arrasa con un pop eléctrico, electrizante e irreverente, siempre dirigido
por un perfecto capitán pirata llamado Kevin Weatherill, quizá, porque los
piratas tienen el folk metido dentro de sus venas y, quizá, también, porque en
esta canción se asoman tímidamente las cuerdas de un violín de fondo que le
acompañan hasta el final: «stop now». «¡Qué calor hace aquí», nos dice Kevin en
un pírrico español, una vez que se ha despojado de los primeros nervios, pues
os añade: yo hablo el español como los niños. Perfecta conexión para aproximarnos
a un Got me by the heart. Otro gran
medio tiempo que nos impulsa a abordar los recuerdos como si fueran una
fortificación de altas murallas, pero que sin embargo, caen derribadas ante el
ímpetu de una realidad que deviene en mágica..., impulsiva e innata, por
cercana, a la rebelión. Potente guitarra la que los acompaña, y que consigue,
sin mucho esfuerzo, rasgar a nuestros maltrechos recuerdos una vez más. Emoción
en las palabras y en la entonación de un Kevin que disfruta al comprobar cómo
sus seguidores corean la letra de la canción.
También hubo momentos en el
concierto en los que Kevin Weatherill se refugió en el
folk y nos recordó a parte de la gran nómina de cantautores anglosajones, como
por ejemplo, Van Morrison, pues algo así sentimos cuando sonó Come on Jayne, con un sonido más folk,
pero siempre teñido de ritmos intrépidos e inteligentes, donde la luminosidad
predomina en sus acordes. Y justo, cuando Kevin agarra la armónica con su mano,
es como si vislumbráramos al foco del tiempo sobre un fondo pintado con los
colores del arcoíris en plena campiña inglesa. Perfecta inmersión que nos
sumerge en las profundidades de la memoria a través de Los locos inmaculados, donde las emociones, de nuevo, están a flor
de piel bajo la carpa de La Riviera. Un himno de toda una generación y que,
como tal, se convierte en una de esas conexiones que anidan en el recuerdo de
los flashes apagados. Interpretada de una forma más rápida, sin embargo, no es
óbice para que resuene en la cúpula de los sueños que acompaña a los asistentes,
que cantan el estribillo mientras Kevin les arenga con un: «¡venga,
venga!» Con esta versión más larga, los Inmaculate fools consiguen remover la
rama más melancólica del alma de sus fans.
El siguiente tramo del concierto,
el grupo y, sobre todo, Kevin (con él y su guitarra solos
sobre el escenario), se muestra más cercano a Tom Waits y sus sonidos
de taberna, donde los acordes de la melancolía se pierden entre turbias pintas
de cerveza y, donde su voz, deviene más hosca, hasta convertirse en casi ronca.
Kevin
recita y canta a la vez, sinfonías del lamento con resonancias a un Springsteen
perdido, esta vez, en el medio oeste americano. El público acompaña al grupo
con palmas a las que también se une el violín que no quiere pasar
desapercibido. Kevin continúa en su recitar-cantar, ahora con una potente voz
que consigue que las lágrimas adornen un escenario que se acuesta sobre las
verdes praderas de nuestros sueños. Con el regreso de la banda seguimos
atrapados en las barricadas del folk más enérgico. Resonancias de bandas
escocesas, pero sin gaitas. Bailes de nuestra imaginación, que son cubiertos
con falsos reflejos de realidad. Un hit tras otro, los Inmaculate fools
consiguen que los asistentes no paren de bailar y cantar cada una de sus
canciones. La larga duración de la mayoría de los temas los convierten, sin embargo,
en portentosos e intensos, hasta que llegamos a otro de los momentos álgidos de
la noche con The prince, donde Kevin
nos recuerda su primer concierto en Madrid. Esta canción suena alta e intensa,
disfrazada de un folk enérgico y un fácil estribillo: «la,la,la... la, la, la»,
lo que incide en la perfecta comunión entre grupo y público. «Muy amables, muy amables»
verbaliza Kevin en su desangelado castellano. La magia continúa con Sad, pues es el típico tema que suena
intenso, mágico y muy luminoso, y que en consecuencia, se apodera de La Riviera
con gran contundencia. Kevin, de nuevo, guitarra en mano,
salta al abordaje como un pirata de las aguas más rebeldes del pop. El
estribillo es coreado por todos e incide en el ruptura y el salto
reivindicativo de la magia inmaculera.
El espíritu de la magia y del tiempo fundidos en uno. Después sonaron dos temas
más, pero poco importaba, pues el poder de los sueños ya era presa de todos y
cada uno de los corazones de los asistentes, lo que no es de extrañar, porque Kevin,
antes de irse, nos recordó eso de: «Madrid está en mi corazón», aunque lo hiciera
entre los límites de unas poderosas guitarras y con el blues como aliado.
Ángel Silvelo Gabriel.
2 comentarios:
Hermosa crónica de un concierto donde hubo mucha emoción y sentimientos recuperados de nuestros mejores momentos ya vividos.
En q año tocaron por primera vez en la riviera
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