El poder de la ficción reside,
entre otras muchas circunstancias, en la sensación del descubrimiento que
conlleva. Leer es vivir otras vidas, pero también afianzar aquello en lo que
uno cree, con el agravante —en este caso— de que uno no llega a ser consciente
de sus infinitos límites a la hora de explorar el alma humana. Límites que no
sólo nos proporcionan la literatura en sí, sino que se reafirman en el viaje,
la metaliteratura, la fusión entre realidad y ficción, y esa sana curiosidad
que nos lleva a meternos en aquellas vidas y lugares que nunca antes nadie
reparó en ellas. De ahí, que la literatura y su capacidad de descubrimiento,
sean en sí mismas una especie de alumbramiento. Y luz es lo que cada vez más
necesitamos en los territorios de tinieblas en los que nos desenvolvemos. En
este sentido, tanto la luz como la libertad que le proporciona al escritor el innato
poder que representan los recuerdos sobre su obra, están muy presentes en este Duelo
de alfiles, una novela que su autor, Vicente Valero, define
como de viajes. No obstante, no debemos confundir tal definición como novela de
aventuras o de periodista viajero, porque nada más lejos de esa realidad se
encuentra el gran encomio y acierto de la última novela del escritor ibicenco,
que se sirve de una de sus pasiones, el ajedrez, para mostrarnos a cinco
grandes escritores de finales del siglo XIX y principios del XX en pequeños
avatares de sus vidas que, sin embargo, para su autor tuvieron gran
trascendencia, tanto en sus vidas como en sus obras. Por tanto, en Duelo
de alfiles estamos ante el ajedrez como excusa para viajar a las entrañas
de la literatura. Como ya hizo en Los extraños o El arte de la fuga, Vicente
Valero se cuela por la rendija que nadie antes ha penetrado, para
darnos una gran lección de las relaciones y dimensiones que existen en el espacio
exterior e interior de los escritores y su trascendencia. Hay en cada uno de
estos cuatros retratos (Bertolt Brecht, Frank Kafka, Nietzsche y
Rilke), cinco si añadimos a Walter Benjamin, esa necesidad de
búsqueda de la luz y la superación de la frustración creativa a la que todo
artista se enfrenta. Y Valero nos la muestra en cuatro
capítulos que podrían representar cuatro partidas de ajedrez con sus diferentes
aperturas y finales; unas partidas donde siempre subyace la casualidad que
existe tras cada viaje. Gracias a esa capacidad de narrar, Valero apoya sus relatos
en anécdotas que, en principio, no parecen trascendentales, pero que nos hacen
un dibujo certero y único de los episodios vitales de los escritores que
retrata. Y que como buen pintor de semblanzas que es, nos disecciona en unas no
menos interesantes disquisiciones filosóficas y literarias sus accidentadas
vidas entreguerras, lo que nos traslada a ese otro complicado territorio de las
comparaciones y las confrontaciones. No es una casualidad, en este caso, los
lugares comunes que recorren los cinco autores ni su presencia en un mismo lugar
un mismo día sin que ellos sean conscientes de esa cercanía; una cercanía
anónima en ese instante, pero relevante y trascendente en el devenir de los
tiempos. Esa, sin duda, es otra de las grandes labores de orfebrería literaria
que ha llevado a cabo Valero a la hora de darle a este
novela metaliteraria el dogma de referencial a pesar de su corta extensión en
el número de páginas. Nada falta y nada sobra en esta obra narrativa; una obra
dotada con los elementos suficientes para hacerla única y especial.
Desde un estilo narrativo
sencillo, que busca romper la monotonía de las grandes descripciones, pero con
el acierto de una escritura pulcra que te hace buscar más allá, Valero
vuelve a demostrarnos su gran capacidad para construir historias y relacionarlas
entre sí, como si todas ellas formaran parte de ese gran ajedrez que es el
mundo y que, él, nos ha acercado a través de cinco figuras literarias
esenciales, tanto para él como para la historia de la literatura. Y todo ello,
macerado con el gran poder evocador que tienen los viajes. Y así, Duelo
de alfiles se nos presenta como un todo donde el ajedrez es la excusa
para viajar a las entrañas de la literatura.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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