Atravesar el muro de la desdicha, y usarlo para crear un mundo nuevo en el que solo cabe la desgracia (tanto del cazador como del cazado) es una buena aproximación al terreno donde nada más que existe la mera supervivencia, ya esté ésta amparada por la civilización occidental o el tercer mundo. En Los príncipes nubios ese mundo es un espacio a la deriva donde la irónica levedad que transita por la tragedia no es sino la excusa para narrarnos la historia de su protagonista: Moisés Froissard Calderón que, en sus desencuentros con sus múltiples e inesperadas experiencias vitales, siempre acude a ese eco en forma de oración que le enseñaron desde pequeño y que consistió en aprenderse de memoria su nombre completo y dirección, a lo que él, a lo largo de la novela agrega su profesión o algún rasgo de su identidad, dependiendo de las circunstancias. De ahí que no sea de extrañar que empiece con un simple: Moisés Froissard Calderón, La Florida 15, tercero B, salvador de vidas. Un salvador de vidas que no es tal y acaba en un simple canalla. Esa falta de rasgos de identidad tan lejana a cualquier dato que nos acerque a un propósito moral, le proporciona a Juan Bonilla la posibilidad de crear a un personaje atípico, aséptico o incluso cercano al absurdo de los existencialistas, pues su devenir es un brebaje de locos acontecimientos narrados bajo un perfecto estilo periodístico y, en muchas ocasiones, cercano a autores norteamericanos cuando éstos nos presentan la voracidad del mundo y de la vida con los más desfavorecidos. Esa falta de sentimientos ante la locura en la que se va convirtiendo su historia para el club para el que trabaja salvando vidas (gran eufemismo sin duda por parte de su creador), nos remite al tan cacareado dilema de lo que es ético o no lo es, pues en la desgracia que acompaña al condenado, en este caso también existe la posibilidad de subirse a esa nave de locos que es el mundo occidental.
En Los príncipes nubios nada es lo que parece, pues hasta a los que podíamos tildar de malos también son atacados por la acidez de la ironía de Bonilla, pues los convierte en unas víctimas más de la realidad en la que están inmersos, de tal modo, que no hay no vencedores ni vencidos, pues todos ellos alcanzan sus propósitos más cercanos por muy erróneos o equivocados que sean éstos. Esta novela no va sobre la inmigración, como muy bien apuntó en su día su autor, y por mucho que ese sea su telón de fondo. Una oscura y triste realidad que estos días nos vuelve a golpear de nuevo; una realidad que nos da una bofetada y pone en evidencia la sempiterna repetición de los errores del hombre a lo largo del tiempo. Muy al contrario, Los príncipes nubios es la historia de Moisés y su falta de adaptación a un mundo que él ve y revisa a través de esos ecos de su infancia y de su familia que va narrando con la notoriedad de la sencillez que no busca una respuesta, sino a través de la contemplación de una vida a remolque de los acontecimientos: novia, perro de la novia, ONG’s, guardia civiles corruptos, o desdichados sin nombre. Un protagonista al que Bonilla nos presenta como un salvador de vidas que no es tal, sino más bien un buscavidas con retranca y soluciones angelicales o locuaces respecto de los momentos difíciles o críticos a los que tiene que hacer frente, como sin duda son las muertes de sus padres, solo por poner un ejemplo. Un buscavidas que no se destruye a sí mismo sino mediante los actos de los demás, que le van situando en un devenir que a veces es cómico y nos transmite la necesaria capacidad de saber reírse de uno mismo.
Con esta novela Juan Bonilla ganó el Premio Biblioteca Breve del año 2003. Una novela que por momentos es divertida y ácida a la vez, pero sin que te llegue a impactar. Los príncipes nubios es una historia bien contada y resuelta a modo de relato corto que, sin embargo, no te deja huella más allá del mero entretenimiento.
Ángel Silvelo Gabriel.
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