UN JARDÍN JUNTO AL
MAR
Insisto en explorar odas y
sonetos. Allí donde pueda hallar la rima perfecta. El verso imborrable. El
poema que todo lo abarca y posee. Iluso de mí hasta ahora lo busqué en
infinidad de libros que no me dijeron nada. También lo hice en los escaparates
de algunas librerías. Y en las estanterías de las bibliotecas. Mi búsqueda, sin
embargo, fue en balde. Ya no sé dónde anidan los poemas sublimes ni las
metáforas imposibles, eso es todo. No obstante, insisto. Insisto, porque soy
víctima de mis deseos imposibles. De mis noches sin luna. De mis días sin
sosiego… Hasta que, casi sin querer, me tropiezo con mi anhelo al otro lado de
un escaparate. Es un libro de Machado. Un libro que contiene un poema que casi
había olvidado. Un libro que me hace andar por un jardín de cristales rotos,
igual que si caminara sobre un mar que se rompe con el deshielo. «Érase de un
marinero/ que hizo un jardín junto al mar…», leo al fin. Y no entiendo nada,
porque al tocarlo, tengo mis manos llenas de sangre.
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