jueves, 24 de marzo de 2022

JESÚS MARCHAMALO, HIERRO FUMANDO, ILUSTRADO POR ANTONIO SANTOS: «DESPUÉS DE TANTO, TODO PARA NADA»

 


Tras leer el texto de Jesús Marchamalo resulta muy fácil imaginarnos al poeta rodeado del ruido del que se hacía acompañar mientras extraía palabras de su cabeza. Palabras que más tarde se convertirían en poemas. Dicho así, José Hierro practicaba un oficio más cercano a la forja y el yunque que a la lírica, como diría Aleixandre. Sin embargo, con sus palabras atravesaba la densa niebla del cigarrillo que siempre llevaba pegado a su boca. Palabras incandescentes que se citaban en papeles llenos de tachaduras y borrones. Multitud de palabras escritas antes de que llegara a decir: «Después de tanto, todo para nada». Una nada que lo es todo o un todo que no es nada, parafraseando al poeta, y que nos ilumina el recuerdo de Keats y el eco de sus versos: «Nada fui, nada soy y nada seré más allá de mis versos…» Axiomas establecidos en forma de sentencias iluminadoras de un final colectivo que, sin embargo, nunca sabemos cuándo nos llegará. Incertidumbres existenciales aparte, una vez más el escritor y periodista Jesús Marchamalo acompañado del pintor e ilustrador Antonio Santos, dan a luz un nuevo marchamalín —como ha bautizado Luis Landero a estos pequeños libros—, un libro cuya esencia es capaz de perdurar a lo largo del tiempo. Una esencia lírica y brumosa. Apasionante y locuaz. Distendida y profunda. Una esencia en la que, Marchamalo, a medida que avanza esta colección de Nórdica Libros, nos sorprende con su innata capacidad a la hora de buscar aquellos detalles que hacen única su narración. Como única es su literatura grácil y severa, rítmica y luminosa, y magistralmente adjetivada y puntuada, consiguiendo de este modo que su ritmo y su prosa hagan de cada librito algo distinto y único. Una virtud que de una forma personal y contundente remata Antonio Santos con unas ilustraciones que nos hablan por sí solas de los personajes que retrata, en este caso, de un José Hierro joven con flequillo, y mayor con su calva prominente y su bigote en ristre. Retratos de momentos dulces y complicados, como los que cualquier biografía que se precie debe contener. Y de ahí sale este Hierro fumando, trufado de imágenes que se nos instalan en la imaginación de una manera indeleble. Hierro fumando. Hierro tocando el acordeón. Hierro contemplando el mar. Hierro escribiendo en la barra de un bar. Hierro… y solamente Hierro. 

Y, tras su figura y su obra, el mar. El mar y sus olas siempre en movimiento, acunando y empujando ideas. En busca de esa condenada palabra que, en ocasiones, tardará años en llegar, o que será la culpable de que el verso se quede sin publicar. Palabras que huyen del mundo, pero no del universo del poeta. ¿De qué está hecha la destreza del poeta sino de la búsqueda de lo imposible? De ese vocablo que todavía no existe y espera a que el trovador le dé luz. Luz que, por arte de magia, se transforma en poesía. Luz trabajada en compañía de las tinieblas que se proyectan sobre nuestros miedos. Luz poderosa que se abre paso a lo largo de los años en la oscuridad de nuestra existencia. Luz divina que nos anuncia al fin: «Después de tanto, todo para nada». Una nada donde el poema es la señal y la mano es la que recuerda...  

 

«La mano es la que recuerda...

 

La mano es la que recuerda

Viaja a través de los años,

desemboca en el presente

siempre recordando.

 

Apunta, nerviosamente,

lo que vivía olvidado.

la mano de la memoria,

siempre rescatándolo.

 

Las fantasmales imágenes

se irán solidificando,

irán diciendo quién eran,

por qué regresaron.

 

Por qué eran carne de sueño,

puro material nostálgico.

La mano va rescatándolas

de su limbo mágico.» 

De "Cuaderno de Nueva York" 1998. 

Ángel Silvelo Gabriel.

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