miércoles, 8 de marzo de 2023

LUCIAN FREUD, NUEVAS PERSPECTIVAS EN EL MUSEO THYSSEN BORNEMISZA DE MADRID: LA MELANCÓLICA Y SIMBOLISTA INTENSIDAD DE LA REALIDAD

 


El mundo puede ser tan grande como uno sea capaz de imaginar, pero también tan pequeño como uno necesite. Esa distancia entre imaginación y sentimiento es la que utilizamos las personas para sobrevivir y crearnos un universo propio donde cada uno de nosotros pone sus límites y sus reglas. Límites y reglas que, en el caso de los artistas, acaban plasmando en sus obras. Manifestaciones que surgen de la necesidad de reinterpretar lo que somos y lo que nos gustaría ser. El todo y la nada. La luz y la oscuridad. El yo y el otro. Una cadena que se va transmitiendo en eslabones que nos sirven para describir una fuerza centrípeta propia que se apodera de nuestra alma y nos define como individuos. Una fuerza que en muchas ocasiones nos mantiene unidos a un entorno muy reducido, un círculo íntimo que trazamos alrededor de nuestros sentimientos y que funciona como una membrana que nos aísla del mundo y nos identifica ante los demás. Este podría ser el caso de Lucian Freud si hacemos caso a los cuadros que se exponen en el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid, porque podríamos redefinir el título de la misma: Nuevas perspectivas como El pintor y su entorno. Un entorno que en el caso del pintor alemán nace desde la melancólica y simbolista intensidad de la realidad. Un gran marco pictórico que él comienza acotando con unos primeros retratos de ejecución minuciosa. Retratos que comparten espacio junto a plantas y otros objetos que descontextualizan el rostro del personaje retratado. En ese difícil equilibrio que resulta de ajustar el fiel de la balanza de la vida que va de lo interior a lo exterior y a la inversa, Lucian Freud, en sus inicios, es un pintor esquivo que sin embargo poco a poco se va sumergiendo en una intensificación de la realidad que él acentúa a través de los grandes ojos, narices y bocas de sus modelos hasta llegar a convertirlos en perturbadoras y desgarradoras caricaturas de sí mismos (véase, por ejemplo: Muchacha con rosas). Ese aparente escapismo de sus inicios termina acaparando la materialidad de la carne, sobre todo, a través de pinceladas volumétricas y rígidas que se dividen entre empastadas y sueltas con las que consigue intensificar la realidad de aquello que retrata al fijar su punto de máxima atención en las miradas y las manos de los personajes que retrata, y también, en sus propios autorretratos. Una energía pictórica que a medida que avanza la exposición nos lleva hasta ese punto de melancolía y simbolismo que nos muestra en sus personajes desnudos. Retratos que nos acercan a esa otra realidad de la que siempre huimos y nos habla de la añoranza de tiempos pasados más ceñidos a la vida como éxtasis vital. De esa reflexión nace una paleta de colores marrones, anaranjados, rosáceos y anacarados con los que consigue un gran nivel de expresividad en las personas y el entorno que pinta. Un entorno, cuyo denominador común va a ser su propio estudio, como mejor forma de medir la realidad que se circunscribe a ese pequeño universo que él necesita para crear y con el que viaja hacia ese otro lugar tan amplio como su propia imaginación le permita. Este viaje de fronteras indefinidas es donde Lucian Freud se afana en crear un mundo de barbarie, perturbador y antiestético si se quiere, al que sin embargo, él en ocasiones dota de una dulzura y una sensibilidad conmovedoras (véase, por ejemplo: Doble retrato). 

La aniquilación de toda esperanza, por mucho poder que se posea, es otra de las visiones que el pintor alemán nos muestra en su cuadros denominados de “poder”, en los que, desde una visión más clasicista en la composición de los mismos, refleja el omnívoro paso del tiempo que experimentamos todos, cualquiera que sea nuestra condición social. Un hecho combativo contra el mundo, por su carácter irredento, que nos acerca a esa realidad de la que nunca podremos escapar. Un deterioro hecho arte y, por ende, auto-condenado a ejercer de espejo de una humanidad entregada al culto al cuerpo. De esa disfunción de la fealdad corporal y la corrupción de la belleza, podemos extraer otro de los grandes mensajes de la pintura de Lucian Freud: todo lo que nace muere, y quizá, por eso, no nos queda sino contemplar la melancólica y simbolista intensidad de la realidad de manos del pintor alemán.

Ángel Silvelo Gabriel.

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