lunes, 22 de abril de 2024

UN DELICADO EQUILIBRIO DE EDWARD ALBEE BAJO LA DIRECCIÓN DE NELSON VALENTE: LA FAMILIA ES EL INFIERNO




 

«No amamos a alguien si nunca hemos amado», nos dice uno de los personajes de esta magnífica obra de teatro donde la palabra es la verdadera protagonista. Palabra como hilo conductor por el que todo fluye: el amor, la ira, el alcohol... Palabra como varita mágica que lo alumbra todo y nos anuncia lo que está por llegar y padecer. Palabra como liturgia sagrada que el ser humano nunca debería perder, y también, como sinergia con la que dotar a la vida de sentimientos. La palabra, en definitiva, como ese delicado equilibrio en el que nos movemos como trapecistas sin red que nos acoja en la caída. De ese circo de la vida nace esta obra de teatro, cuyo título, se sumerge en la trastienda que posee toda familia. Retratos del fracaso que, en la sociedad norteamericana de los sesenta y setenta, Albee retrató muy bien a nivel dramático —por ejemplo, con su celebérrima obra de teatro ¿Quién teme a Virginia Wolf? y sus inolvidables Liz Taylor y Richard Burton como protagonistas—, o John Cheever plasmó en sus relatos cortos. En uno y otro caso, el alcohol y sus consecuencias, son unos protagonistas más de las vidas de los personajes retratados y sus acciones. Esa puerta de atrás sobre la que Raymond Carver también incidió en sus famosos relatos, pues todos ellos retratan esa puerta de atrás que da paso al vacío y al descuido. Un espacio vacío en el que la aparición del desastre es el primer síntoma que deviene en el más puro egoísmo, y en ese sálvese quien pueda que nos posee en la derrota. Arthur Miller, Eugene O’Neill o Tennessee Williams a lo largo del siglo XX también nos mostraron las grietas del tormento que fagocita en el corazón de la sociedad norteamericana. Grietas a las que Albee recurre para mostrarnos la levedad de la vida y la de unos personajes a los que les cuesta mantener ese delicado equilibrio que a cada uno de ellos les permita seguir teniendo sus privilegios. Privilegios fatuos y mezquinos, si se quiere, pero privilegios, al fin y al cabo. Privilegios que, al final, devienen en demonios. Demonios que proceden de esa parte oscura que sale a la luz en la presión que nos provoca el miedo. Un miedo que se hace palabra cuando Agnes nos dice: «Nadie escucha y todo se da por hecho». De esa incomunicación emerge la disputa entre unos y otros. Sentimientos y acciones que se manifiestan igual que el universo de los territorios perdidos que Paul Auster novela en El palacio de la luna. De ahí, que Un delicado equilibrio sea la más pura manifestación de las consecuencias a donde nos llevan el hecho de no conocer los límites de aquello que no debemos hacer, por más que uno de sus personajes nos diga que: «El tiempo sucede, ya no queda nada… los huesos y el viento». De esa nada es de la que se nutre el desafío moral que rompe la amistad, el matrimonio y el amor. 

Juan Carlos Pérez de la Fuente, ahora como director del Teatro Fernán Gómez, vuelve a rescatar con acierto el teatro de verdad. Aquel que se sostiene en un buen texto y en grandes interpretaciones que nos devuelven el alma y el sigilo que se mueven en las tablas de los escenarios. En este caso, bajo la dirección de Nelson Valente apuesta por este texto con el que el dramaturgo norteamericano Edward Albee consiguió el Premio Pulitzer en el año 1967. Un texto que, tras la adaptación por parte de Alicia Borrachero y Ben Temple, nos deja entrever y disfrutar de un auténtico espectáculo teatral con mayúsculas. Todas las actrices y actores están muy bien en cada uno de sus papeles, pero sin duda, cabe destacar a una sorprendente Manuela Velasco en su papel de Claire, por su espontaneidad, jovialidad e inteligencia emocional sobre el escenario, mucho más convincente y acertada en su papel que el que Kate Reid realiza en la película homónima dirigida por Tony Richardson en el año 1973 con Katherine Hepburn en el papel de Agnes. Una Agnes que, en nuestro caso, está magníficamente interpretada por Alicia Borrachero con una gran dicción y solvencia sobre el escenario. Toda una directora de orquesta en la que se apoyan el resto del elenco. Tampoco podemos obviar la acertada elección del vestuario y la escenografía de Lua Quiroga Paúl. 

Un delicado equilibrio es un magnífico reflejo de todo aquello que se pone en peligro cuando nos resulta imposible mantener al mismo tiempo nuestro bienestar, el de la familia y la amistad. Pues, para que no sea necesario perder el juicio, como nos apunta Agnes al inicio de la obra, todo debe girar en torno a esa excusa: evitar que la familia se hunda, por más que sea nuestro propio infierno. 

Ángel Silvelo Gabriel.

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