La literatura centroeuropea de principios del s.XX está copada por grandes escritores. De Stefan Zweig a Thomas Mann, o de Walter Benjamin a Sándor Márai, sólo por poner unos ejemplos. Todos ellos representan esa desazón que se hiso dueña del paso del s.XIX al s.XX. Un quiebro del destino de los que la literatura ha dejado muchas huellas en las que buscar los porqués de los cambios políticos, económicos y sociales que ocurrieron en esos años. Y del destrozo que causó una inconclusa Primera Guerra Mundial que conllevó la no menos fratricida Segunda Guerra y determinaron y marcaron, sin duda, el alma creativa de los artistas que las sufrieron y vivieron. El caso de Sándor Márai podría ser un ejemplo de ello, pues en esta ópera prima titulada El matarife, asistimos a ese desglose sutil, certero, y también determinante, del alma de un joven que fue engendrado por sus padres tras asistir a la muerte de una mujer en un circo. Un hecho que se torna en decisivo cuando en su adolescencia golpea con un palo a una niña de diez años provocándola grandes daños en su cabeza y su visión. Esta carrera sin límites, hacia la semblanza de un asesino, el escritor húngaro nos la va describiendo con un estilo narrativo audaz y lleno de esos pequeños matices que lo hacen distinto y distinguido. Un estilo, donde lo superfluo, poco a poco, deja de serlo para convertirse en fundamental. En este sentido, el paso de Otto, el protagonista de esta novela corta, por un matadero de Berlín donde le lleva su padre cuando por fin parece haber encontrado el destino de sus debilidades y habilidades, y tras haber asistido en un caluroso día del mes de agosto al sacrificio de un buey y su posterior paso como soldado en la Primera Gran Guerra marcan los espacios geográficos en los que Sándor Márai perpetra este singular retrato de un joven que representa muy bien a toda una generación, y a la posterior connivencia de las sociedades futuras con la violencia. Un perfecto caldo de cultivo de la destrucción de las futuras guerras.
El matarife destila a la perfección esa inquietud que manifiesta el ser humano por todo aquello que sucede a su alrededor y le lleva a dar luz a su desvelo, en este caso a través de la literatura, sobre los sucesos que les han tocado vivir. En esta novela corta, tanto el estilo como la intencionalidad literaria del escritor húngaro recuerda en muchas fases a la que también expuso Stefan Zweig sobre una sociedad, la europea, que acumuló sus más notables índices de putrefacción con el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias. Ese determinismo hacia la fatalidad y, a la que se antepone el arte, nos hace ver muy a las claras el carácter reivindicativo y comprometido de un autor que, al igual que Zweig, tuvo que abandonar su país por culpa de los totalitarismos. De ahí, que no resulte extraño el carácter testimonial y de denuncia de una carrera literaria que se inició con esta novela corta en la que se hallan presentes la maestría de un gran escritor junto al retrato atemporal y lúcido de las más oscuras miserias humanas.
Ángel Silvelo Gabriel.
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