viernes, 6 de abril de 2012

LANA DEL REY, BORN TO DIE: APARATOLOGÍA MUSICAL INCANDESCENTE CARENTE DE ALMA.

Una vez que acabas de escuchar el segundo disco de Lana del Rey, al que han bautizado como Born to die (nacida para morir), uno no sabe a ciencia cierta si estás ante la nueva musa de la música pop o ante un gran fraude arropado tras el marketing y esa enorme aparatología musical incandescente que la acompaña en casi todas las canciones del disco, y que intenta imitar a las bandas sonoras plagadas de violines y timbales que se arrebatan cada vez que se acerca una escena de tensión. Esta referencia al mundo del cine no es casual, porque las letras de sus canciones están repletas de alusiones a los grandes astros del cine de Hollywood en una clara intención de potenciar ese way of life típicamente americano que en ocasiones roza lo absurdo (Blue Jeans). No obstante, la profundidad de la voz de Lana en canciones como Born to die (que abre el disco) nos retrotraen a ese afán por recuperar de la nostalgia los sueños perdidos que enseguida se difuminan cuando los sintetizadores recurren a la parafernalia cargada de grandes bajos en Off to the Races, donde los sonidos sureños se condensan en tórridos deseos que nos parecen anunciar que la protagonista acaba de abandonar la cabaña del incesto entre cayos cargados de cocodrilos, que se traducen en una onírica aparición a lo Naomi Watts en Mulholland Drive de David Lynch. Pero todo se serena con las arpas que inician Video Games en una nueva impostura por parte de Lana y su equipo que intenta explorar las condiciones no siempre sobresalientes de una voz que se esconde bajo la profundidad de los ecos. Y hasta aquí llega la parte del disco que se asemeja al sonido de sus primeros singles y que tanto han dado que hablar a la industria de la música.

Diet Mountain Dew juega al falsete del rap, donde las cuerdas de Lana parecen estar más a gusto en un enredo más inocente, que en National Anthem retorna a los fuegos de artificios entre violines y potentes bajos que la acompañan en su deambular nocturno por las solitarias calles de los bulevares angelinos donde redime sus pecados. Ecos, ecos y más ecos que se traducen en un ejercicio coral de voces sin identidad. Esa persistencia a la oscuridad impregnada de falsete se reproduce en Dark Paradise, lo que nos hace retrotraernos a la gran Zola Jesus y su memorable Stridulum II como ejemplo que Lana debería seguir si quiere convertirse en la alumna aventajada de la clase. Bien es verdad que la intensidad gótica y oscura de Zola quedará arrinconada por la industria, pero si los gurús de la misma fueran medianamente inteligentes, recuperarían a esta diva de las notas musicales con contundencia y profundidad, características que la música de Lana del Rey no tienen, pues se pierden en la majestuosidad de los elementos musicales, despreciando lo esencial y la autenticidad que la música posee en sí misma. Con Radio intenta de nuevo acercarse a lo que mejor le funciona, ese descarado pop sureño lleno de provocación y segundas intenciones, que en Carmen sigue retumbando en nuestros oídos como reclamo de las excelencias que los demás han visto en esta joven cantante.
Million Dollar Man es una balada no exenta de las pócimas mágicas que posee este disco, donde nada es finalmente lo que parece y ese es su gran talón de Aquiles, porque su contundencia parece carente de una excusa válida, aunque en este caso, el timbre de la voz de Lana gana enteros en los momentos donde se enfrenta con a solas con los violines. Summertime Sadness y This is What Makes us Girls son una nueva vuelta de tuerca al artificio musical de la que han bautizado ya como nueva diva del pop a nivel mundial; una afirmación demasiado prematura después de escuchar su nuevo disco, porque Born to die es pura aparatología musical incandescente carente de alma.

Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.

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