Como dice muy bien Ramón Alcaraz en el prólogo de libro, Los valles olvidados es una novela de viajes y metáforas. Viajes iniciáticos hacia la esencia de la vida; y metáforas que adornan de una forma poética las emociones de unos personajes que transitan por unos valles perdidos en la noche de los tiempos. Lola Buendía ha tenido la valentía de novelarlos, y lo ha hecho dibujando con su pluma pequeños retazos de su sentir y su padecer que, lejos de situarlos en la senda de la desgracia ante la ausencia de comodidades, los sitúa en un día a día apegado a una tierra que les transmite sabiduría, placer y sustento. En este sentido, Los valles olvidados se encuentran a medio camino entre el realismo más hostil y ese otro realismo mágico con el que se aderezan la rudeza del olvido y las leyendas de unas gentes que se pierden en su árbol genealógico como las estrellas lo hacen en la oscuridad del firmamento. Al leer esta novela, nos llegan ecos de Miguel Delibes o Camilo José Cela a la hora de rebuscar en las entrañas del ser humano ese último sentido de la existencia que, por muy descorazonador que nos parezca a todos aquellos que residimos en las grandes ciudades, poseen la certeza que sólo proporciona la quietud del paso del tiempo y la naturaleza en su estado más puro. Ahí radica el gran valor de esta novela (que fue premiada por la Diputación de Jaén en el año 2008), en la luz que nos proporciona (a veces cercana al estudio etnográfico) de unos personajes únicos en sí mismos, pues en la mayoría de los casos, su autenticidad se halla en ese diamante en bruto llamado sencillez.
El leitmotiv de esta historia sobre hombres y mujeres, naturaleza y animales y lugareños y extranjeros, es la cultura, quizá la única herramienta que todavía a día de hoy es capaz de inculcar un poco de esperanza a nuestro futuro. Y ese en esa fuerza en la que se van a apoyar, Elena (álter ego de la autora) y Pablo, cuando inician una nueva vida al afrontar con la esperanza que sólo te proporcionan los ideales, la reapertura de la escuela Las Encinas; un edificio público en mitad de la serranía de Jaén que a su vez hace las veces de capilla. Una semblanza que nos pone de manifiesto el juego ambivalente de los símbolos de la cultura occidental, con la religión y la educación muchas veces enfrentadas. Y como mítica y universal observadora de todo ello, la naturaleza, que se desdobla perfectamente en pantanos, ríos, senderos, setas, cabras, ovejas y costumbres, que en Los valles olvidados salen magistralmente retratados por una escritora, Lola Buendía, que se auto impone una vasta labor de rastreo en las costumbres de las gentes de la serranía de Jaén, para ofrecernos esa otra mirada de la vida, que alcanza sus momentos más brillantes cuando la autora se deja llevar por el hilo conductor de las anécdotas y leyendas de unos personajes que van anidando en cada uno de los relatos que componen esta novela, perfecta alquimia que conjuga el presente y el pasado, lo rural con lo urbano…, y así, hasta llegar a la perfecta conjunción de una época no tan lejana en nuestra memoria, lo que nos lleva a replantearnos cómo éramos no hace tanto tiempo y cómo somos ahora.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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