El último informe “Global Trends Publishing 2014”, publicado por el “Frankfurt Book Fair Business Club” presenta la situación del mercado internacional del libro y la profunda transformación que está experimentando el sector editorial, debido a la irrupción del libro digital, a la entrada en el mercado de nuevos protagonistas como Amazon, Apple y Google, y a la globalización de una industria que tradicionalmente ha sido conservadora y cerrada a los límites de sus fronteras.
Seis países poseen el 61% del mercado mundial. El primero es Estados Unidos (26%), seguido de China (12%), Alemania (8%), Japón (7%), Francia (4%) y Reino Unido (3%). Pero algo está cambiando, ya que la demanda sigue creciendo en muchas de las economías emergentes, mientras que se ha estancado o se ha contraído en los países industrializados. Así por ejemplo, China ha alcanzado el segundo puesto en el ranking —que, durante décadas, se han disputado Alemania y Japón—, aunque muy lejos todavía en el consumo per cápita.
El cuadro siguiente es muy pedagógico. El eje de abscisas representa el importe medio que cada persona de un país gasta cada año en libros; y el eje de ordenadas, el número de títulos nuevos o reimpresos que se publican anualmente en cada país por cada millón de habitantes. La primera conclusión es que el mercado del libro está concentrado en un pequeño número de países que poseen cultura europea o anglosajona, además de Japón y Corea.
Llama la atención el segundo lugar que ocupa España en el número de títulos publicados. Ello, en parte, es debido a las exportaciones que realiza a Latinoamérica, al abrigo de la misma lengua, lo mismo que el Reino Unido, a todos los países de habla inglesa. Su posición en el consumo per cápita se sitúa en un discreto término medio, similar al de Japón, algo más bajo que Francia y por encima de Italia.
Otro dato que nos debería de sorprender es la posición de Estados Unidos. Cada norteamericano gasta una media de 90 euros al año en comprar libros, mientras que cada español gasta sólo 60, y eso a pesar de que, seguramente, allí el precio unitario sea inferior. Si este índice revela el nivel cultural de un pueblo, igual tendríamos que revisar algunos conceptos.
En general, el mercado del libro ha tenido un comportamiento adverso en 2013, igual que en los cinco años precedentes, aunque los resultados varían notablemente de un país a otro. En los más ricos, los crecimientos han sido negativos, pero con descensos moderados. En Inglaterra las ventas bajaron un 2% en total y un 5% el libro impreso, mientras que en Estados Unidos, un 1% y un 2,3%, respectivamente. Las pérdidas más importantes se han producido en los países mediterráneos, en consonancia con la recesión de sus economías.
En España, la caída fue del 9,7%, según el informe que publicó en julio la Federación de Gremios de Editores de España. La prensa, en general, ha recibido el informe con indulgencia, asumiendo el diagnóstico del presidente de la patronal, Xabier Mallafré —que también lo es de Planeta—, que atribuye la debilidad a una serie de factores externos, pero no a su negligencia: La crisis, la piratería, la competencia desleal, la fiscalidad, legislación insuficiente para proteger los derechos de autor, la inversión pública, las ayudas al libro de texto… ¡Qué fácil es echarle la culpa al vecino!
La industria editorial tuvo su momento dorado a finales del siglo pasado. Tras una década creativa en los setenta, alcanzó su máximo esplendor en los ochenta, para luego salir en busca de un espacio en el mercado hispanoamericano, hasta que se inicia la decadencia en el año 2008. Cuarenta años de bonanza, de trabajo bien hecho, con perspectiva de futuro, con el ánimo crecido para emprender nuevas aventuras, a pesar de las tres o cuatro crisis que tuvieron que superar en el camino.
Pero esa ilusión se ha desvanecido. Ahora todo son lamentos, voces de impotencia, salvo para pedir la ayuda de la administración, como siempre ocurre en este país, cuando las cosas empiezan a ir mal. El informe destila un talante derrotista impropio de un sector que siempre ha sido dinámico e innovador, sin aliento para proponer soluciones, sólo advertir al personal de lo que está a punto de venir. Un cambio de actitud que algunos atribuyen al cambio generacional, pero que más parece consecuencia de un diagnóstico incorrecto, infectado por ciertos tópicos que, a fuerza de repetirse, terminan por contagiar la mente de las cabezas pensantes.
Es cierto que la crisis existe, pero algún día terminará; es cierto que hay leyes mejorables; es cierto que el Estado ha recortado sus presupuestos en detrimento de la cultura, un acervo que aporta abundante contenido para generar identidad. Pero ésos no son los motivos que han provocado la recesión, como pretende demostrar el informe; o al menos, no las más importantes.
Tampoco lo es la competencia del libro digital. Salvo en Estados Unidos y Reino Unido, en que el e-book posee una cuota de mercado del 30 y del 15% respectivamente, en el resto de países no llega al 5%, aunque posee atributos para crecer, pero despacio, lo que debería servir a los agentes para posicionarse y, sobre todo, acabar con la piratería. Los lectores hispanoparlantes se pueden descargar sin ningún control hasta 200.0000 títulos en español, una verdadera lacra que los legisladores han de combatir.
Las causas que más han contribuído a provocar esta mutación son básicamente dos:
1.- Las tiendas online. El libro es un producto idóneo para ser vendido en Internet. Posee todos los atributos para triunfar en la red: nivel de precio medio-bajo, poco peso para el transporte, fácil de identificar y, sobre todo, la posibilidad de leer una selección de treinta o cuarenta páginas que los portales ofrecen gratis, con el fin de juzgar si lo que vas a comprar se ajusta o no a tus aficiones. Por eso, han proliferado las tiendas online, además de las ya conocidas, como Amazon, Apple y Google.
Por otra parte, la distribución se simplifica, desaparecen los intermediarios y el autor es capaz de llegar directamente al usuario. Así los precios pueden disminuir, los beneficios aumentar, o las dos cosas al mismo tiempo. Paralelamente, la autoedición se ha incrementado de manera espectacular, ya que el escritor ha percibido las ventajas del nuevo modelo, con lo cual, el papel del editor empieza a difuminarse. Es posible que, a medio plazo, sólo sobrevivan los grandes, aquellos que sean capaces de conservar —y pagar bien— a los autores consagrados.
Y lo mismo ocurre con las librerías; sólo quedarán las de barrio, con una gama variopinta de artículos, y las grandes, probablemente, asociadas a cadenas de distribución. Según el informe elaborado en 2013 por CEGAL (Confederación Española de Gremios y Asociaciones de libreros), en el periodo 2008-2012 se han cerrado el 21,5% de las librerías. En un lustro, las ventas han caído un 40% y el empleo se reducido un 30%. Y las estimaciones sobre lo que está ocurriendo desde entonces no son mejores. Es verdad que España es el país europeo que más librerías tiene, muy por delante de Alemania y de Francia, y el segundo per cápita, detrás de Chipre. La atomización propicia la debilidad y conduce al precipicio.
Es una revolución que afecta, no sólo al mundo del libro, sino a la sociedad de consumo en general. Poco a poco, el personal se ha acostumbrado a comprar online muchos productos que antes compraba en la tienda, una vez superado el temor a ofrecer la tarjeta de crédito para el pago en la red. Si esta tendencia se mantiene, buena parte de las tiendas que hoy ocupan lugares privilegiados en las calles más céntricas de las ciudades podrían desaparecer, lo que modificaría el panorama urbano para adquirir una fisonomía impredecible.
2.- La globalización de la economía. Uno de los males que aqueja a la economía española es la reducida dimensión de sus empresas y la falta de grupos industriales con volumen de facturación suficiente para acometer la internacionalización de su actividad. Con el tamaño, se obtienen economías de escala que reducen los costes de producción, lo que posibilita aumentar cuota de mercado, generar recursos financieros para instalar sucursales en el extranjero y adquirir solidez económica para acceder al crédito, todo ello con el fin de asegurar la viabilidad del negocio.
El sector editorial no es ajeno a esta imperfección. El número de editores que hay en España es elevado, su ámbito de actuación es localizado, muy pocos están presentes en el mercado latinoamericano, y mucho menos en países de habla no hispana. Si no se alcanza una determinada masa crítica, es imposible emprender actuaciones de envergadura para seguir creciendo y consolidar así la empresa.
Por el contrario, las compañías anglosajonas han hecho bien sus deberes. Han limpiado su patio digital y han crecido hasta alcanzar ese tamaño que permite cruzar la frontera y acceder a mercados e idiomas que antes les estaban vedados. En la lista de las 56 editoriales más grandes del mundo que acaba de publicar la revista norteamericana Publishers Weekly, figuran diez (10) norteamericanas, ocho (8) alemanas, siete (7) francesas, siete japonesas (7), cinco británicas (5), cuatro (4) italianas y tan sólo dos (2) españolas: el grupo Planeta en el octavo puesto y el Grupo Santillana en el vigesimocuarto. Muy poco para el peso que todavía tiene la industria editorial española en el contexto internacional.
¿Cuál es la solución? Las recetas mágicas no existen, salvo en la cocina, pero tampoco hay que quedarse parados. El apocalipsis no es un escenario probable, si se toman medidas de largo alcance, ahora que todavía estamos a tiempo. Como decía Belén López, del grupo Planeta: “Nos planteamos el dilema entre el editor esencial, centrado en ofrecer buenos textos a los lectores/compradores que resten y el nuevo editor transmedia multiplataforma. Eso da miedo, pero también agudiza el reto. La dificultad de querer abarcar y apretar al tiempo nos está haciendo muy fuertes a quienes seguimos peleando por continuar en este mundo hasta nuestra jubilación”.
Y si algo se le puede pedir a la Administración es que tutele la concentración industrial, que apoye con subvenciones generosas la consorciación de pequeños editores y todas aquellas fusiones o adquisiciones orientadas a potenciar la dimensión de las firmas resultantes y hacerlas más competitivas, en lugar de repartir ayudas individuales que sólo van a servir para alargar la vida de quien está en fase terminal. Sería un dinero bien gastado.
Artículo de Manu de Ordañana publicado en su web www.serescritor.com
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