Roma nos esperaba teñida con sus
amaneceres color naranja. Los reflejos de sus edificios y monumentos eran, son,
y seguirán siendo, una especie de reflejo donde se cruzan los deseos y los
horizontes encontrados, porque las siluetas de esta ciudad impregnan nuestros
recuerdos de mil y una imágenes que se nos quedan para siempre en la memoria.
No cabe mejor fórmula para pasear por Roma que dejarse llevar y ser víctima de
esos encontronazos inesperados que, como flechazos amorosos, te encuentras a la
vuelta de la esquina, en una nueva plaza, tras la puerta de una iglesia… Este
año, nuestra visita a Roma, aunque en esencia buscase lo mismo de siempre
(purificarnos la mirada y el alma de un año cargado de tareas), guardaba algo muy
especial tras la simple apariencia, pues el 2014, desde sus inicios, se ha
empeñado en pasar a formar parte de nuestros mejores recuerdos. La publicación
de mi última novela, Los últimos pasos de John Keats, por la editorial Playa de
Ákaba, ha cambiado nuestras vidas para siempre, y por ende, el sentido de este
viaje, porque esta vez, aparte de todo lo anterior, nos hemos purificado el
alma en el Cementerio protestante de Campo Cestio, al que acudimos para rendirle
homenaje al poeta romántico John Keats, sin duda, el verdadero artífice de esta
aventura que se inició varios años atrás, aunque como digo siempre, nosotros no
lo supiéramos.
Manuela y yo llegamos a Roma varios
días antes que el resto de la expedición que, a modo de caprichosos
conquistadores, iban e íbamos a recorrer las calles adoquinadas de Roma con
nuestras camisetas blancas, azules y de color tierra con el medallón o la cara
durmiente del poeta romántico. Cual expedicionarios que descubren a cada paso
un nuevo motivo para no desfallecer, en nuestro interior sabíamos que algo
distinto y nuevo se iba a instalar en nuestros recuerdos para quedarse de una
forma perenne en ellos. Antes de llegar a ese momento culminante del homenaje,
como digo, Manuela y yo recorrimos ese perfil de los horizontes encontrados de
la ciudad capitalina, también conocida como la ciudad de las siete colinas.
Esta vez, con una mochila cargada de libros, pues esa fue una de nuestras mudas
actividades los días anteriores, plantar, cuales flores en un jardín, en las
diferentes instancias españolas existentes en Roma los ejemplares de nuestra
novela con la sana intención de remover conciencias y sueños, para de esa
forma, conseguir que más personas y más voluntades se puedan unir a este mágico
proyecto que hasta el momento solo nos ha dado alegrías a todos aquellos que
formamos parte de él o hemos disfrutado con su lectura. En un alarde de descaro
e inocencia, nos acercamos a la sede de TVE en Roma, que se encuentra muy cerca
del Vaticano, el primer lugar en el que depositamos una buena parte de nuestros
anhelos. Casi anexas a este lugar, están las bellas Plaza y Basílica de San
Pedro. Ahí, rodeados por sus majestuosas columnas, conseguimos proseguir el
viaje y resguardarnos de un sol que, esta vez, fue nuestro mayor adversario,
pues se mostró inmisericorde con nuestro ímpetu, hasta incluso conseguir
cambiar nuestros planes.
El viernes 18 de julio, muy de
mañana, marché hasta la central del servicio de correos de Roma, para hacerle
llegar a la corresponsal de un importante diario español un ejemplar de la
novela con sus correspondientes margaritas dibujadas en la dedicatoria. Siendo esta,
la primera muestra del día de esa especie de promesas que, de momento, son
promesas incumplidas. A la llegada de África, Mayte, Anamaría, Juan, Teresa,
Alfonsina, Pablo y Daniel, recorrimos juntos los mismos primeros pasos que John Keats dio por esta
ciudad, a la que llegó en un carruaje que se detuvo en la Plaza de España.
Nosotros también nos detuvimos allí, y cumplimos con el primer y sentido homenaje
al autor, visitando la casa donde vivió y murió en su corta estancia en Roma.
Allí, de nuevo dejamos un ejemplar de la novela que, África, tuvo la amabilidad
de presentar en inglés a la encargada de la Keats-Shelley House; un lugar que,
de nuevo pudimos comprobar, es muy exigente con su acceso y sus empinadas
escaleras y, que además, alberga como pocos, el silencio y la oscuridad de unas
habitaciones que fueron el último refugio del poeta. Todavía impone ver su
cama, su máscara, o esas oscuras estanterías llenas de libros, cuando a tan
solo un paso, el bullicio de la vida se transforma en luz con la famosa escalinata
que une la terraza de El Pincio con la propia Plaza de España (uno de los
símbolos de la ciudad italiana en la actualidad). Antes de partir, aprovechamos
para cargar nuestras mochilas de recuerdos, postales, y de ese aire solemne de
las sensaciones trascendentes. En su tienda, ya pudimos comprobar que solo
había publicaciones en inglés e italiano, a las que sin duda, ahora podrán
adicionar la nuestra en un pulcro español. En este sentido, a medida que
avanzamos en nuestro particular viacrucis romano de pleno mes de julio, y sus
consiguientes rigores climatológicos, me fui dando cuenta de lo difícil que iba
a ser traspasar la barrera de las promesas lanzadas al aire en español, inglés
o italiano, y que estas en algún momento se conviertan en realidad algún día.
Por nuestra parte, no pasábamos por alto que el protagonista de la novela era
inglés, que murió en una ciudad italiana, y que ahora, por arte del destino, un
español había novelado sus tres últimos meses de vida, y una editorial española
había editado esa novela. Este cruce de caminos, casi bíblico, lejos de comportarse
como un pasaporte internacional a la hora de salvar su aparente
multiculturalidad, se estaba convirtiendo en nuestra particular torre de Babel,
pues era un obstáculo más a la hora de hacer ver y sentir el verdadero mensaje
de la novela que, por otra parte, era y es, un mensaje universal, porque
universales son: el amor, la poesía o las ganas de vivir.
Al día siguiente, es decir, el
sábado 19 de julio, antes de poner rumbo al cementerio de Campo Cestio, me
acerqué corriendo a un puesto de flores que vimos el día anterior en Via
Condotti, cerca del Caffé Greco, donde Keats y Severn a veces tomaban café.
Para mi sorpresa, la gran cantidad de ramos de margaritas que se hallaban
expuestas el día anterior en aquel lugar, habían desaparecido. En un español italianizado,
conseguí que el vendedor de flores fuese a buscar más dentro de un portal, pero
a pesar de su buena intención, solo pudo traerme un ramo de margaritas blancas,
al que tuvimos que añadir otros dos de margaritas pequeñas y de diferentes
colores, conformando una especie de bandera blanca, amarilla y violeta, lo que
me recordó los grandes campos de lilas que salen en la película Brigth Star de
Jane Campion, a la que uno le debe tanto en el imaginario visual y lírico que
intenté transmitir al personaje y al resto de la novela. Sudado y agitado antes
de comenzar este día tan especial, aun tuve tiempo de desayunar en la terraza
de la séptima planta del hotel donde nos alojábamos, y de esa forma disfrutar,
una vez más, de esa especie de magia arquitectónica de las cúpulas de las
iglesias romanas y de sus palacios que, vistos desde las alturas, le ensalzan a
uno el ánimo y el espíritu. A poco más de un trasbordo y cinco estaciones de metro,
llegamos a Pirámide. Y tras cruzar dos pasos de cebra señalizados con sus
respectivos semáforos, giramos hacia la entrada del camposanto. A pesar del
intenso tráfico de la avenida posterior, el lugar es un espacio donde el
silencio y la luz se dan la mano a la hora de crear una nebulosa de paz que no
interrumpen las muchas visitas que acoge diariamente. Antes de llegar a la tumba
de Keats, paramos en la tienda que, a modo de recepción, nos sirvió de nuevo para
dejar un ejemplar dedicado de la novela, consiguiendo el primer arranque de
cordialidad y reciprocidad desde que llegamos a Roma, pues nuestro gesto
propició que me regalaran el libro, The Non-Catholic Cementery in Rome, de
Nicholas Stanley-Price, que hace de libro oficial de ilustraciones y
fotografías del cementerio. Aquí también repusimos algunas postales más para nuestro
baúl de los recuerdos, y dejamos toda la información, en verdad útil de la
novela y la editorial, de cara a un futuro interés en Italia hacia ella por parte
de la tienda-librería del cementerio, para de esa forma poder vender ejemplares
de la misma en tan indicado lugar. Siempre digo lo mismo que, cuando visito
este lugar, año tras año, veo a más personas que, aparte de buscar a otros
ilustres fallecidos, se detienen, fotografían y se sientan en el banco que hay
frente a la tumba de John Keats. Al poeta le rinden visita grupos grandes,
grupos pequeños y amantes de la literatura y la poesía que le homenajean y le
rezan unas oraciones, pues solo hace falta ver la veneración de aquellos que se
le acercan y tocan su lápida vertical con la famosa lira a la que le faltan la
mitad de las cuerdas, para ser conscientes de la capacidad de Keats para
traspasar la barrera del tiempo. En ese punto del cementerio nos detuvimos, y
nada más depositar nuestras mochilas en el suelo fui consciente, por primera
vez ese día, de la energía que todos habíamos acumulado a lo largo de estos
meses pensando en este día. Las risas nerviosas del principio dieron paso a la
organización del evento, en el que de una forma espontánea cada uno de los presentes,
sabía muy bien cual era nuestra función. Comenzó abriendo el fuego Anamaría
Trillo, que siempre atesora maravillosas palabras de aliento y gratitud hacia
la novela, la editorial, y su editora, Noemí Trujillo, la auténtica culpable de
todo esto. Entre otras cosas, Anamaría nos leyó la dedicatoria que le escribí
en el ejemplar que le regalé, y que yo le agradecí enormemente. Anamaría fue un
magnífico inicio del acto, pues en sus palabras hizo un recorrido completo a
estos últimos seis meses que tanto nos han cambiado y modelado nuestros
particulares días, pues una de las positivas connotaciones que esta novela ha
tenido, es el gran número de personas que han apostado por ella y que han hecho
suya esta aventura, algunas de una forma directa, directísima diría yo (como mi
hermana África) y otras no tanto, pero siempre mostrándose muy fieles a la misma, apoyando con su presencia y sus
palabras cada acto o mención que la novela ha ido cosechando en los medios de
comunicación. Esa es la gran victoria de este viaje, la alegría que un poeta
moribundo ha despertado en aquellos que han leído esta historia, pues más allá
de su muerte, el relato que engendra esta novela está lleno de paz y de luz;
una luz que nos produce una inmensa calma, igual que una barca que, dejándose
llevar, llega al embarcadero por sí sola.
Tras Anamaría me tocó a mí ensalzar
y dibujar un pequeño semblante del poeta al que tanto le debo. Empecé con los
primeros versos del último poema que le escribió a Fanny Brawne, su amada, y de
ahí, pasé a poner en valor su forma de ser y estar en la vida que, a pesar de
su brevedad, posee en sí misma todos los ingredientes para que aquellos que se
acerquen a él la tengan como única. Como única es su poesía trascendente y
profundamente lírica, en la que los espíritus más sensibles encuentran un
agradable acomodo y perfilan de una forma instantánea sus sueños. Tras mi
intervención, Manuela tomó la palabra para leernos en español el poema Si firme y constante fuera yo, brillante
estrella, como tú, a cuyo término le cedió el turno de intervención a
África, que nos recitó en inglés una extensa parte de la famosa oda, Oda a un ruiseñor, terminando las
intervenciones con Teresa que, en italiano, nos recordó los versos del poema A B.R. Haydon, con un soneto escrito al ver
los "Mármoles de Elgin". Finalizó el acto con el poema de Noemí
Trujillo, Vieja y lorquiana, que leí, tal y como le había prometido a mi
editora, para pasar a posteriori a hacer la ofrenda de las margaritas sobre la
tumba del poeta, que corrió a cargo de Alfonsina, Pablo y Anamaría, lo que
supuso el final del acto de homenaje en sí. Sin embargo, no me quiero olvidar
de aquellos que estuvieron frente a nosotros grabando las secuencias completas
de nuestras intervenciones, y a los que quiero agradecer muy especialmente su
esfuerzo por aguantar durante más de media hora los aparatos electrónicos que
cada uno de ellos tuvo que sujetar para grabarnos. Mayte, Juan y Daniel, fueron
los encargados de que las imágenes del acto quedaran inmortalizadas, y el
propio Daniel (no sé que mas loas hacer y decir de él) a nuestro regreso a Madrid,
será el encargado de montar el vídeo final, en el que se podrá apreciar, como
en las fotos que acompañan a esta crónica, la sonrisa de felicidad y del deber
cumplido que se nos quedó grabada en cada uno de nuestros rostros, y que a todos
nos duró durante el resto de la jornada y la siguiente, al menos, hasta que dejamos
de pisar el suelo adoquinado de Roma y todo ha empezado a forma parte de
nuestros sueños. Una dicha que en sí misma no parece nada especial salvo si te
afecta de una forma directa, por eso, el que suscribe no pudo por menos que agradecerle
a solas al poeta (una instantánea que recogió -sin yo saberlo- mi hermana África)
lo mucho que me ha dado por haberme elegido a mí como el destinatario de sus
últimos deseos a la hora de darles forma en negro sobre blanco. Yo le debo, tanto
o más, que todos aquellos que se han acercado a su poesía y a su vida que, como
la literatura que es capaz de traspasar la frontera del tiempo, sintieron que
sus vidas habían cambiado tras haberle leído y conocido.
Ángel Silvelo Gabriel.
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