Todo era parecido a estar subido
a una nave espacial y observar el mundo desde el cielo. Abajo, las hogueras de
la noche de San Juan desprendían destellos luminosos que purificaban los males
acumulados durante todo un año, en una especie de rito religioso y satánico a la
vez. Entre tanta señal en forma de llama, una luz resplandecía por sí sola con
una fuerza única, pues fusionaba lo musical con lo lúdico, lo eterno con lo
efímero y lo ceremonioso con lo cotidiano. Y allá, a lo lejos, en un planeta
llamado Tierra, 38.000 personas se hacían un harakiri con todos los elementos
de una fiesta sagrada perdida en las telarañas del tiempo. Purificándose de su
día a día mientras desprendían estrellas de felicidad con sus teléfonos móviles,
los allí congregados iban moviéndose al vaivén que les indicaban unos
madrileños, de nombre Vetusta Morla que, como sumos
sacerdotes imprimían fuerza y sosiego, poesía y tecnología, paz y felicidad…, bañada
con música 3.0 para corazones digitales que no paraban de vibrar a través de
una pequeñas cajas mágicas que ejercían de testigos de aquello que estaban
viviendo. Desde que comenzó a sonar la canción homónima del último trabajo del
grupo de tres Cantos: Mismo sitio,
distinto lugar, la intensidad del frontman
Pucho,
y la profesionalidad y elegancia del resto del grupo: Juanma, Guillermo, Jorge, Álvaro
y El Indio, consiguieron arrebatar y destruir cada uno de los males que
pudieran acechar a los asistentes. Con un sonido limpio y potente, y una puesta
en escena cuya infografía es para guardar en el mejor rincón de nuestros recuerdos,
las canciones y sensaciones se fueron acumulando a lo largo de las dos horas
del concierto en un sinfín de estímulos imparables que nos incitaban a viajar
junto a Vetusta Morla en esa nave espacial a las nos invitaron a
subirnos. Desde ese espacio que está a varios metros de la firmeza de la
corteza terrestre fue desde donde asistimos a la carga destructiva de todo
aquello que nos duele para, por fin, llevarnos hasta ese edén luminoso e
infinito en el que todos encontramos la paz que tantas veces perseguimos.
Más allá de los problemas que se
produjeron a la hora de gestionar la entrada de las 38.000 personas allí
concentradas, y hacer efectiva su ubicación en la inmensa explanada de la Caja
Mágica, a lo largo del setlist
propuesto por Vestusta Morla hubo espacio para la reivindicación, como por
ejemplo, cuando Pucho, antes de sonar A
la deriva, hizo una defensa de las personas que van a ser juzgadas por
ayudar en las tareas de salvamento de los migrantes procedentes de los
conflictos bélicos existentes. Sin entrar o salir en la oportunidad o no de
apuntarse más tantos ante sus seguidores, en este caso ideológicos, estos cortes
—hasta el número de tres— fueron usados por el grupo para pausar un poco la
intensidad de un concierto vibrante y único como pocos y, que supuso, la gran
apuesta y un récord de asistencia para un grupo —todavía denominado como indie— que sigue derribando barreras
disco tras disco, año tras año, reto tras reto. Un grupo al que los nuevos
periodistas del asunto musical comparan con los primeros Coldplay, o como no, con Radiohead,
su perenne estación de llegada.
Mismo Sitio, distinto lugar,
era la excusa y la gira que nos llevó a asistir a uno de esos conciertos
míticos celebrados en la ciudad de Madrid, como en el año 1987 fue el del grupo
irlandés U2 en el Estadio Santiago Bernabéu, pero como quedó demostrado
ayer entre tanto triunfalismo, la poesía rota y arrítmica de las grandes y
exquisitas letras del grupo, tan presentes en su último trabajo, todavía no han
calado entre sus fans de la misma forma que sus anteriores composiciones siempre
coreadas al cielo con gran capacidad sonora en forma de gritos y, como suele ocurrir,
los temas elevados a la categoría de himnos de su anteriores álbumes fueron esa
chispa que rompía una y otra el límite de energía y exaltación que iba in crescendo
a cada tema. Copenhagen con sus teléfonos
móviles grabando al aire en la ribera del río Manzanares —ayer exenta de
mosquitos a su paso por el barrio de San Fermín— Maldita dulzura o Fuego —sólo por poner tres ejemplos—,
consiguieron aunar música y alma en una perfecta combinación que tardará mucho tiempo
en ser olvidada por todos aquellos que ayer se dieron cita en este concierto
donde la música 3.0 para corazones digitales se hizo un hueco perenne en los
recuerdos, el alma y las sensaciones de los allí congregados, pues el secreto
de la música que nos proponen Vetusta Morla es ese: ser un
caleidoscopio de sensaciones.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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