Abogado
del silencio. Sí, tú. Me gustaría mirarte a los ojos, pero ya no formas parte
de mis irrefrenables deseos. Ahora quiero atrapar el instante, esa especie de
magnitud indefinida sobre la que me abalanzo cada vez que aprieto la pantalla
táctil de mi Smartphone mientras me alejo de las cuerdas del cuadrilátero que trazaste
a tu alrededor cuando te parapetaste detrás de tus libros de derecho. Ya no soy
capaz de soportar tus nulas respuestas envueltas en ese misterio de abogado del
silencio con el que me fustigas. Yo te hablaba de amor y tú lo dejabas estar en
tus largas sesiones en la Audiencia. Y me harté de esperarte, porque ya sólo
quiero atrapar el instante; esa fugaz sincronía entre mente y deseo que, según
tus palabras, a ti te invade cuando das por cerrado un caso y, a mí, cuando
alguien me recuerda que tú no eres el que me desea. Con la parte trasera de mi
conciencia abro tu último correo en el que me dices que levante la mirada:
«Levanta la mirada», me dices. «La tecnología es una mera ilusión —me
recuerdas— cargada de palabras como narcisismo o adulación», añades. «Levanta
la mirada», pienso yo también, porque como tardes mucho en hacerlo no habrá
ningún investigador a tu servicio que dé con tus libros de derecho que día tras
día voy tirando al contenedor.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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