martes, 14 de enero de 2025

JESÚS MARCHAMALO, DICKINSON Y LAS VIOLETAS (ILUSTRADO POR ANTONIO SANTOS): EL RÍO DE LA VIDA


 

La literatura, en ocasiones, se comporta como ese río de la vida que nos conduce a lo largo y ancho de experiencias y sensaciones que se escapan de nuestro control y nos relegan al mundo de lo inesperado, por incierto, indefinible o sublime, Y es ahí, donde las palabras se consuman en llamas que arden dentro de nuestro cuerpo; una iluminación del alma que se escapa por las rendijas de la memoria para no dejar huellas, pero sí la inefable aspiración de todo aquello que nos mueve y nos hace sentir únicos en nuestra soledad. Como única, una vez más, es la manera con la que el escritor y periodista, Jesús Marchamalo, afronta la vida de un ilustre autor universal, autora en este caso. Con un léxico rico en palabras cercanas a la época que describe: daguerrotipo, apaloman, perlé… nos va mostrando, cual adalid de la vida y sus vericuetos, el retrato de una solitaria y beatífica Emily Dickinson: sus lecturas secretas, su hojas y plantas, su visión de las constelaciones y estrellas… sin una brizna de desaliento. De esa intensidad nace una forma de narrar que ni apoya ni contradice a Luis Landero cuando especifica que: «Yo, desde luego, desconfío mucho del adjetivo y, a la vez, no puedo vivir sin él». De ahí, que no nos pueda extrañar esa simbiosis entre ambas acotaciones cuando nos habla de: «Un esplendor insospechado, un naranja dulzón, una letra atribulada, un indómito río o una calvinista pulcritud». 

Dickinson y las violetas es una nueva muestra de la perfección del estilo narrativo que atesora Marchamalo. En esta ocasión, nos abre la vida de Dickinson como los poemas que la poeta mandaba a sus amigos con flores disecadas o briznas de la hierba de su jardín. Un estilo que tras leer las primeras páginas que, de este nuevo librito, nos ofrece la editorial Nórdica Libros, me llevó a sentir la necesidad de conocer el resto de esta historia, quizá mil veces contada, pero no abordada desde el punto de vista de este maestro de la elipsis, el ritmo y la adjetivación más sorprendente. Una lectura tan corta como apasionante, y tan didáctica como poética de una vida llena de estrecheces materiales que, sin embargo, de la mano de Marchamalo desprende tanta luz como los poemas de su autora; una Dickinson única, santa, pulcra y… 

Tras las palabras de Jesús Marchamalo aparecen como ventanas abiertas las ilustraciones de Antonio Santos, impactantes imágenes de negro sobre blanco que nos anuncian, advierten o solo reflejan, esos espacios interiores y exteriores de una vida dedicada a la contemplación de la interioridad y su entorno. Imágenes que también nos hablan muy bien de una Emily Dickinson enigmática y entregada a su lucha contra las palabras y los adjetivos. Adjetivos que Marchamalo nos muestra con la perfección de un refinado estilista, y de los que, a veces, Landero recela. ¿Y las violetas?,;las violetas son las que transcurren depositadas sobre ese lecho que es el río de la vida. 

Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 13 de enero de 2025

EVELYN WAUGH, DECADENCIA Y CAÍDA: EL ESPEJO DE LO INMORAL Y CÍNICO

 


Reinterpretar el mundo desde un punto de vista sagaz, a la vez que irónico, donde lo superficial es el fiel reflejo de lo más profundo parece una tarea fácil, aunque en verdad no lo sea. Esa distancia que los separa es la que emplea Evelyn Waugh como un espejo a la hora de reflejar lo inmoral y cínico de la sociedad inglesa de entreguerras. La pérdida de valores, la ausencia de dignidad, e incluso de verdaderos sentimientos, rodean y se regodean en los personajes con los que el escritor inglés retrata a la alta sociedad británica. Para ello, sitúa en el centro de la trama y, en el foco de todos los desatinos y desgracias, a su protagonista (Paul Pennyfeather). Un observador-diana que es el foco que nos va iluminando las satíricas, y a veces, irónicas situaciones que se nos van mostrando a lo largo de la novela, como si todo ese mundo que se retrata fuese víctima de un simpar desatino. Un desatino imposible de parar por lo perverso que llega a ser. Una forma de ser y estar en el mundo que, lejos de encontrarse lejana a la realidad actual que nos acecha y persigue, es un fiel reflejo del buenismo mal interpretado y el utilitarismo agnóstico que se precipita sobre la acción y el día a día de aquellos llamados a ser los garantes de unos principios que, sin embargo, nos pisotean sin un ápice de mala conciencia. ¡Ay de aquellos que te digan que te vienen a salvar!, porque serán ellos los que te utilicen para sus espurios fines. En este sentido, Decadencia y caída es el margen por donde la virtud resulta deshonrada sin que las consecuencias de dicho acto sean perseguidas o condenadas. Evelyn Waugh, en esta novela, se sitúa al otro lado de aquellos escritores de la denominada era del jazz que basaron sus argumentos en fiestas llena de alcohol y amores desenfrenados que acabaron precipitándose por el terraplén que supuso el Crack del 29. De esa auto-condena también beben los personajes de Waugh, aunque lo hacen a través de la ironía y la idiocia de sus planteamientos, y de sus vidas ancladas en un modo de entender el mundo en desuso. Esa crítica social, sin embargo, en el puño y letra de Waugh trata de combatir dicha falta de principios para poner en valor su punto de vista católico sobre pecados terrenales como: el matrimonio o la culpa; un pecado original que no parece existir en las desalmadas almas de sus personajes que van y vienen como marionetas que aparecen y desaparecen de escena sin el más mínimo de los remordimientos. Sin remordimiento no hay pecado parecen decirnos sus personajes, aunque Evelyn Waugh, desde la distancia que le proporciona su protagonista, parece insinuarnos que no es así. 

Además, existe en esta historia un poso de melancolía y pérdida que se refleja en Pennyfeather de una forma palmaria cada vez que baja un escalafón en el orden social hasta que consigue difuminarse en su propia esencia. Si bien es cierto que lo hace con una dignidad y una entereza digna de elogio (algo parecido a lo que le sucede a Stoner, el protagonista de la novela de John Williams), lo que supone un acercamiento a la idea de ciclo que rodea también a esta novela, pues sin duda, uno de sus aciertos reside en esa perversión literaria que supone regresar al escenario inicial del que parte su narración. Un detalle más cargado de ironía, sagacidad y distancia sobre todo aquello que rodea y se retrata en este espejo de lo inmoral y cínico que representa Decadencia y caída. 

Ángel Silvelo Gabriel.