Me acaban de notificar que he sido uno de los 10 finalistas sobre los 50 participantes en el concurso que organiza el Instituto de la Vivienda y Suelo de la Región de Murcia.
Lo mejor, a falta de premio, es que lo van a editar y que me enviarán algunos ejemplares que ya repartiré.
Además, es posible que otro de mis micros forme parte de una microantología que una editorial va a publicar junto a autores consagrados y otros noveles como yo.
Os dejo el micro, que en esta ocasión es un poco más largo. Espero que os guste:
EL PASILLO
Algo me impide avanzar más allá del pasillo de la entrada. En mi indecisión, me fijo cómo la frontera de la realidad se desvanece cuando un tenue rayo de luz se difumina sobre el parquet, conformando un débil y pequeño espectro, pero que contiene el poder suficiente para transgredir los límites del tiempo y devolverme a aquellos años en los que jugaba junto a mi hermano en el pequeño pasillo de la entrada. Ahí jugábamos con las chapas de los refrescos que previamente habíamos ido pidiendo en los bares del barrio. Entonces, la sencilla composición de nuestros planos jugadores, era suficiente para hacernos disfrutar de la disputa de nuestro particular mundialito de fútbol, a imagen y semejanza del que veíamos en la tele del salón, pero en color, porque el aparato de televisión de mis padres todavía era en blanco y negro.
Sin embargo, mi primer recuerdo de aquel reducido espacio que hacía las veces de pasillo y hall de entrada en la casa de mis padres era todavía más remoto, y se componía de los tropezones que me iba dando con el suelo cada vez que intentaba ponerme de pie. Pero ahí estaba yo ahora, de pie sin saber qué hacer frente al espejo, como el día de mi boda en el que tampoco me atrevía a traspasar las lindes del pasillo en dirección a la puerta de la calle, aterrado como estaba ante la nueva vida, que sin llegar a ser consciente del todo, iba a comenzar junto a mi mujer.
Pero de lo que más me acuerdo es de aquel papel, aunque la escasa luz no me permite visualizar bien su contenido, mientras mi espectro juega con mis sentidos y me deslumbra un poco cuando inconscientemente intento ponerme de rodillas para simular mi capacidad para ponerme de pie, como el día que por fin aprendí a andar. Si sigo andando más allá del pasillo, me tropezaré con el resto de la casa y con otra parte de mis recuerdos, pero mi perenne indecisión me impide atravesar la puerta que da al salón, porque entonces, si fuese capaz de adentrarme en él, ya nada sería igual y volvería a ver la mesa en la que firmé el contrato de venta que me despojó de una gran parte de mis recuerdos y de mi vida. Menos mal, que en mis últimas voluntades me concedieron el privilegio de visitarla aunque sólo pudiera tener el aspecto de un tenue espectro de luz, porque algo que aprendí aunque fuese demasiado tarde, es que por muchos ceros que tuviera aquel contrato de venta, en el fondo nada justifica el valor de todo aquello que yo he vivido en el reducido espacio del pasillo de mi casa.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel.
Sin embargo, mi primer recuerdo de aquel reducido espacio que hacía las veces de pasillo y hall de entrada en la casa de mis padres era todavía más remoto, y se componía de los tropezones que me iba dando con el suelo cada vez que intentaba ponerme de pie. Pero ahí estaba yo ahora, de pie sin saber qué hacer frente al espejo, como el día de mi boda en el que tampoco me atrevía a traspasar las lindes del pasillo en dirección a la puerta de la calle, aterrado como estaba ante la nueva vida, que sin llegar a ser consciente del todo, iba a comenzar junto a mi mujer.
Pero de lo que más me acuerdo es de aquel papel, aunque la escasa luz no me permite visualizar bien su contenido, mientras mi espectro juega con mis sentidos y me deslumbra un poco cuando inconscientemente intento ponerme de rodillas para simular mi capacidad para ponerme de pie, como el día que por fin aprendí a andar. Si sigo andando más allá del pasillo, me tropezaré con el resto de la casa y con otra parte de mis recuerdos, pero mi perenne indecisión me impide atravesar la puerta que da al salón, porque entonces, si fuese capaz de adentrarme en él, ya nada sería igual y volvería a ver la mesa en la que firmé el contrato de venta que me despojó de una gran parte de mis recuerdos y de mi vida. Menos mal, que en mis últimas voluntades me concedieron el privilegio de visitarla aunque sólo pudiera tener el aspecto de un tenue espectro de luz, porque algo que aprendí aunque fuese demasiado tarde, es que por muchos ceros que tuviera aquel contrato de venta, en el fondo nada justifica el valor de todo aquello que yo he vivido en el reducido espacio del pasillo de mi casa.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel.
2 comentarios:
Hola!!!.. te sigo!!..
felicitaciones por tus logros!!..
un abrazo..
Gustavo.-
Te invito a pasar por mi BLOG...
http://hojasmagicas.blogspot.com
Gracias Gustavo, ya te he agregado como amigo en el facebook. Ahora me paso por tu blog.
Un saludo.
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